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Garoña en primera persona

‘Público’ visita la central nuclear burgalesa y habla con los trabajadores que se verían afectados por su cierre

MARÍA GARCÍA DE LA FUENTE

Javier, Felipe, Berta, Aída, Juan… Cada día un centenar de trabajadores recorren en autobús los 60 kilómetros que separan Miranda de Ebro de Santa María de Garoña, atravesando primero los túneles de la serpenteante carretera que al borde del río Ebro remonta el frondoso valle de Tobalina, y después los múltiples arcos y puertas de seguridad de la central nuclear. Miranda de Ebro es la localidad con más habitantes de la zona de influencia de la planta, unos 40.000, pero más de 330 trabajadores en la plantilla de la central se desplazan también desde Santander, Medina de Pomar o desde las decenas de pueblos del entorno, que abarcan La Rioja, Álava y Burgos.

Las dudas sobre la continuidad de la explotación de la central nuclear, cuyo permiso termina el próximo domingo 5 de julio, han sublevado a familias enteras de la comarca de Garoña, porque en Miranda de Ebro ya hay 3.000 parados de cierres empresariales como el de la papelera Rottneros. En la actualidad, unos 600 empleos directos y 400 indirectos dependen de la central, desde empresas suministradoras a servicios y comercios. Mil familias, en algunas de las cuales los dos sueldos que entran proceden de la planta. Operarios, técnicos medios, administrativos, ingenieros, cocineros, personal de seguridad, un médico y tres ATS trabajan a diario en la planta. “Muchos son de la zona, algunos vinieron de otras provincias, unos son de izquierdas y otros de derechas, unos mayores y otros jóvenes, pero todos trabajadores”, comenta Javier Martínez, instrumentista de equipos electrónicos de la central y responsable sindical de UGT.

La situación económica acrecienta el temor a la pérdida de empleo y los trabajadores de Garoña dicen no entender por qué una industria segura –como, recuerdan, ha dictaminado el informe del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN)– y que crea empleo se tiene que cerrar. Mil familias llevan dos semanas en pie de guerra para que el presidente del Gobierno les escuche. El viernes pasado le fueron a visitar “a su casa”, al Palacio de La Moncloa, ya que “él no tiene tiempo para desplazarse a la central”, comentaba el presidente del Comité de Empresa, Alberto César González Arín.

La paradoja de Garoña es que ningún ministro de la democracia, ni del PSOE ni del PP, ni mucho menos un presidente de Gobierno, ha visitado la central para comprobar si funciona correctamente o no. Los técnicos del CSN y sus dos inspectores que a diario trabajan y vigilan la central han analizado su operación y su plan de futuro. El informe del Consejo, vinculante si era negativo, era el examen más difícil de la nuclear, y en el que los empleados confiaban para demostrar su valía. El director de la central, José Ramón Torralbo, comenta que la planta “se la jugaba en el informe, y las empresas apostaron por seguir con la central y ponerla en las mejores condiciones”. Era la última reválida y Garoña ha aprobado con nota.

“El informe del CSN es un reconocimiento a los trabajadores y por eso la sociedad empieza a reaccionar”, dice Torralbo. “Hemos estado callados hasta conocer el informe del CSN, para no influir, pero una vez que los técnicos emitieron su dictamen vamos a dar la mayor y mejor información posible a quien quiera escuchar”, asegura. La central además ha superado las evaluaciones del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) y las auditorías independientes, y cumple con la normativa más reciente, tanto española como estadounidense (su tecnología es de General Electric).

El director apunta que la denegación del permiso de explotación a una planta con 38 años sería un hecho inédito en el mundo, ya que ninguna central de su tecnología (agua en ebullición) ha recibido un “no” a su solicitud con menos de 40 años. Torralbo presume de que la central que dirige fue el año pasado la cuarta mejor de su tecnología en Europa, de las 27 que hay. El debate de la planta nuclear ha dejado de centrarse en aspectos medioambientales (nadie habla de los residuos radiactivos) y ha pasado a las personas y su futuro laboral. Precisamente con el lema Garoña crea empleo más que Zapatero, los trabajadores se han manifestado esta semana en Madrid y en las puertas de todas las plantas nucleares.

Los técnicos pueden presumir de una labor bien hecha y de que trabajan en una central nuclear, algo que no siempre es cómodo en las conversaciones con los amigos. A Torralbo le han puesto caras extrañas cuando decía que trabajaba en la planta y le han llegado a preguntar si puede tener hijos, un falso mito de tantos. Sin embargo, contra un mal pensar popular, la tasa de cáncer entre los trabajadores de la planta es menor que la media de la población española –señala el cordobés Arturo Miguel Vargas, médico de la central–, ya que uno de los requisitos para entrar es no tener antecedentes familiares de esta enfermedad.

De la seguridad tampoco duda Javier Martínez, nacido en Ciudad Real, y desde hace 25 años trabajador en el sector nuclear, primero en Ascó y luego en Garoña. “Tengo dos hijos, de 9 y 12 años, vivimos en Miranda de Ebro y sería irresponsable por mi parte que vivieran en peligro”, comenta. Y añade que la radiactividad también tiene usos médicos como en radiografías o resonancias magnéticas y “nadie lo cuestiona”.

El orgullo del director por el informe del CSN también lo demuestran los hijos de Javier cuando presumen con sus amigos de que su padre es quien proporciona energía al pueblo. Hace 25 años, muchos españoles tenían que salir de su localidad de nacimiento para buscar trabajo y eso fue lo que motivó a Javier a emigrar primero a Tarragona y luego a Burgos. Trabajar en una central nuclear es, al fin y al cabo, trabajo. Ahora a Javier le preocupa otra vez el empleo y, si la central cierra, muchos tendrán que volver a emigrar para buscar colocación.

A Aída Muntión no le da miedo moverse de emplazamiento. A los 15 años se fue un año a estudiar a Irlanda y el proyecto de fin de carrera lo hizo en Alemania. Es una de la cinco ingenieras superiores industriales de la central y, aunque ha viajado mucho, hace tres años decidió que Miranda de Ebro era su sitio, donde había nacido y quería trabajar. Al día siguiente de firmar el contrato con Nuclenor, propietaria de Garoña, firmó el de la hipoteca de su casa.

Ser mujer en una profesión de hombres no ha sido un impedimento para Aída, pero sí le ha añadido algunas dificultades, “porque tienes que demostrar más cosas, y hay que tener un buen currículum y saber idiomas”. “La gente se sorprende de que eres ingeniero, mujer y además trabajas en una nuclear, pero entre los compañeros de carrera se ve como un reto, porque los requisitos de trabajo en la central son muy exigentes, más que en otras industrias”, comenta. La decisión de terminar trabajando en la central no fue por proximidad a su lugar de nacimiento, ni porque su padre, también ingeniero, trabaje en la central, sino por la oportunidad que tuvo para hacer el proyecto de fin de carrera “muy atractivo” en una empresa alemana del sector nuclear. “A raíz del proyecto me decidí por este sector”, apunta. Aída, de 29 años, ha trabajado en las centrales de Ascó y Vandellós, y si hace 10 años le hubiesen dicho que iba a terminar en la central que la vio nacer, no lo habría creído, pero la oportunidad de formarse en Alemania la ha devuelto a casa.

La oportunidad que surge una vez en la vida es la que también aprovechó Berta para seguir los pasos de su abuelo y entrar a trabajar en Garoña. Berta Martínez lleva un año en el gabinete de prensa de la central, estudió Periodismo en la Universidad del País Vasco, donde no se extrañaron de que optara al puesto vacante en la central, “porque mis amigos y compañeros saben que es una energía segura”. El abuelo de Berta, Felipe Fernández, ya jubilado, fue uno de los pioneros de la central. Es más; sus trabajos sirvieron para construir la planta: se encargaba de tomar datos meteorológicos de la zona, como viento o temperatura. Felipe era hasta entonces agricultor, y cuando la planta se inauguró trabajó en los almacenes. “La construcción de la central creó empleo, vinieron ingenieros del extranjero, y eso abrió cultural y socialmente a la población”, apunta. Ahora Berta ha tomado el relevo generacional.

Otro de los veteranos de la central llegó hace 41 años al meandro del Ebro donde hoy se alza la planta para empezar a trabajar en su construcción. Elías Fernández comenzó a trabajar con 18 años en Garoña, se fue a estudiar Ingeniería Industrial y volvió. A lo largo de estos más de 40 años ha ocupado casi todos los puestos de la central, desde ayudar a los ingenieros estadounidenses que la construyeron hasta actuar como jefe de turno y jefe de sala de control. El médico de la central presume de que la salud de Elías es una de las más fuertes.

A la entrada de la central, un cartel resume el mensaje de la plantilla: Garoña es segura, continuidad. Los empleados reiteran una y otra vez que la central crea empleo y cumple con la normativa más exigente. Este mismo lema llevó al alcalde de Miranda de Ebro, Fernando Campo, a manifestarse hace una semana por las calles de la localidad junto a otras 4.000 personas. “Asistí por el empleo y por el mantenimiento de los puestos de trabajo”, apunta. En su afán por defender el trabajo en una localidad especialmente azotada por el paro –casi el 10% de su población–, Campo afirma: “Estoy convencido de que la central no se cierra el 5 de julio”.

Sólo quedan cinco días para que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, emita su veredicto. En Garoña le esperan para enseñarle cómo trabajan.

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