El 22 de septiembre pasado, durante una banal inspección de rutina, los guardias de un hipersensible complejo industrial de la periferia de París descubrían una abolladura impresionante en un tanque-cisterna flamante y gigantesco. Tras disparar las alarmas y alertar a sus jefes, el responsable de la seguridad de la instalación, en contacto con las autoridades, tuvo que encarar todas las hipótesis: disparo, vandalismo, sabotaje y hasta un intento de atentado libio. Después de descartar todos esos escenarios plausibles, al azorado responsable le tocó cargar con la tarea de acabar encontrando alguna explicación, para lo que, finalmente, no era más que un incidente menor, ya que la chapa de cinco milímetros de espesor había resistido a lo que fuera. Y al final sólo se le ocurrió una explicación: un mensaje de los cielos. Buscó, rebuscó y lo encontró en el suelo, al lado del tanque abollado. Era un trozo de meteorito, de dos kilos nada menos.
Así comenzó, a finales de septiembre pasado, la increíble aventura científica, aunque al estilo de Sherlock Holmes, que se está desarrollando soterradamente hoy mismo en este rincón de la gran periferia sureste de París. En Draveil, uno de esos puntos de la gigantesca aglomeración de diez millones de habitantes donde se mezclan bosques, oleoductos, tanques-cisterna, bonitas casas de campo de los años treinta, campanarios de apacibles iglesias casi milenarias y barras gigantescas de vivienda social con su mezquita recién construida, se están enfrentando hoy, a golpe de pesquisa, dos personajes. De un lado, el universitario Albert Jambon, deseoso de localizar los mejores pedazos de meteorito, para estudiarlos y hacer avanzar la ciencia; de otro, el marchante parisino Alain Carion, un aventurero del pedrusco sideral que construye su fortuna -y su pasión- negociando los objetos venidos del espacio en compra y venta.
Rebobinemos la película. 'Hemos situado el impacto hacia el 13 de julio pasado', explica satisfecho, pero aún intrigado, el astrofísico y geoquímico Albert Jambon, que recibió a Público en su despacho poblado de meteoritos. Fue a él, catedrático de la Universidad Pierre y Marie Curie de París, a quien recurrieron las autoridades tras descubrir, después de mucho cavilar, el extraño pedrusco negro por fuera, blanco por dentro, al lado del tanque cisterna estratégico de la capital francesa que, normalmente, nunca hubiera debido abollarse. A él que, normalmente, suele buscar meteoritos sólo en las zonas desérticas, de acuerdo con la tradición de su oficio, ahora le tocaba intentar recuperar una lluvia de meteoritos a sólo pocas decenas de kilómetros de su despacho del centro de París, en la que habrá sido la caída más cercana a la capital francesa en la historia.
La lluvia de meteoritos fue en la noche de la fiesta nacional
Para Jambon, ahora, tras analizar el meteorito que abolló el tanque, la ecuación de lo ocurrido ese 13 de julio pasado ya empieza a estar bastante clara. Probablemente hubo en la región una auténtica lluvia de meteoritos. Cuando los vecinos de Draveil empezaban la música, fiesta, petardos e incendios de coches para festejar como se debe el 222º aniversario de la Toma de la Bastilla (la verbena del 14 de julio), 'el cielo estaba muy nublado y bajo, así que la caída de meteoritos fue muy poco visible. Y el estruendo causado por los objetos fue confundido con algún petardo o incluso un trueno', explica el experto.
Pero añade de inmediato: 'Tardamos en detectarla, y ahora empezamos a comprender su alcance. Es imposible no relacionarla con otras lluvias que se produjeron en un intervalo de pocos días, y sí fueron muy bien observadas, en Bretaña [oeste de Francia] mediante las señales radio detectadas por radares, y en Ariège [sur, frontera con España a la altura de Andorra], por testimonios oculares muy explícitos'.
Así, lo que se produjo este verano fue una lluvia de meteoritos y, a la vez, una auténtica mina de informaciones. 'La existencia de periodos de caída de meteoritos tiene varios enfoques', explica Jambon. El experto cuenta que si analizan las aproximadamente 1.245 caídas de meteoritos documentadas en los últimos 200 años, se constata que son más frecuentes en junio y julio, 'fechas que, en muchas latitudes habitadas, significan cielo despejado y, por lo tanto, observación más fácil sin que forzosamente haya de verdad más caídas', destaca.
El cazameteoritos tiene una tienda en el barrio más chic de París
Lo importante, subraya, es que 'estos objetos espaciales funcionan por enjambres, que dan vueltas por el Sistema Solar en función de órbitas que pueden cruzar la de la Tierra', detalla. Jambon cree que podríamos haber entrado en un periodo de mayor frecuencia de caída de meteoritos. Es capital, pues, para los científicos, saber de dónde, y por qué, vienen estos visitantes del cielo a la periferia sur de París, la mundialmente célebre banlieue que tanto miedo da a Nicolas Sarkozy. Es capital encontrar los pedazos.
Y ahí es donde se han desatado dos carreras contra reloj. Una lucha contra los elementos terrestres: se trata de poder datar y conocer un meteorito caído en una región húmeda como la parisina, lo que exige recuperarlo rápidamente. Si no, la vegetación, el agua de la lluvia y la propia tierra lo harán suyo, lo engullirán, y después será imposible diferenciarlo de cualquier otro pedrusco. No en vano, la tierra no es más que un amasijo de meteoritos
La segunda carrera contra reloj es más inquietante. Los científicos de la Universidad Pierre y Marie Curie han entrado en competición con el famosísimo marchante de minerales y meteoritos Alain Carion, que tiene una célebre tienda a precios de infarto en el barrio más chic del corazón de París, la Isla Saint-Louis, a unos 30 kilómetros de Draveil remando contracorriente por el Sena.
'Todos andan buscándolos, el tal Carion nos pagará un pastón'
Carion, utilizando a veces información de los propios científicos, ha estado pateándose todo Draveil, hablando con todos sus vecinos y pegando carteles que prometen grandes recompensas (ver la foto del apoyo adjunto) a quien le entregue uno de los pedruscos. De hecho, Carion, en conversación con Público, asegura que fue él el primero en saber que ya había meteoritos de París, algo que los universitarios refutan.
'Yo fui el primero en saberlo', afirma tajante. El marchante asegura que una vecina de Draveil le visitó 'el 22 de septiembre' y le explicó que un meteorito había impactado contra su casa. El comentario tiene la virtud de evitar a Carion explicaciones engorrosas sobre los contactos que mantiene constantemente con los científicos, a quienes necesita para datar las piedras siderales.
En cualquier caso, la carrera está lanzada. Un paseo por los tres barrios populares de Draveil sirve para constatar in situ que los chavales de la banlieue están más al corriente de la oferta de Carion que del 'llamamiento a testigos' muy oficialmente lanzado por el Museo Nacional de Historia Natural y por la Universidad Pierre y Marie Curie.
'Sí, parece que hay un montón de piedras de los marcianos que han caído por aquí', dice Selim, de 14 años, con los ojos como platos, y una excelente mirada socarrona. 'Todos andan buscándolos, pero a mí mi hermano mayor me ha dicho que hay que llamar a un tal Carion, porque nos pagará un pastón', añade.
Pese a ello, de momento, el tanteador de este peculiar partido marca Ciencia 1, Marchante 0. El meteorito de dos kilogramos que abolló el tanque-cisterna se encuentra ya bajo custodia en las estanterías de la Universidad de Albert Jambon, en la Plaza Jussieu del Barrio Latino, a orillas del mismo río Sena que lo vio caer, unas decenas de kilómetros curso arriba.
El Museo de Historia Natural ha hecho un llamamiento a los vecinos
Pero lo cierto es que el tanteador puede cambiar rápido, porque todo el pequeño mundo de los buscameteoritos anda enloquecido con un hallazgo. En el jardín de otra señora de la banlieue de París hay un fragmento de 5,3 kilogramos que dicha señora (anónima) se niega de momento a vender, porque estima que vale más de 50.000 euros. 'Nadie, ni siquiera un museo norteamericano, pagará esa suma por un meteorito que al fin y al cabo es bastante corriente', dice Carion, que está en negociaciones con la misteriosa desconocida.
El científico Albert Jambon comenta resignado la facilidad con la que estas piezas se degradan en una atmósfera como la de la región de París, a orillas del Sena, y la escasez de presupuesto para ello. 'Yo ya he tenido que comprar meteoritos con dinero de mi propio bolsillo, porque la Universidad se había quedado sin presupuesto y estaban a punto de degradarse... ¿Pero este? No, yo no puedo sacar 10.000 o 15.000 euros de mi cuenta bancaria', se lamenta el científico.
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