Esta semana ha circulado por los medios un hecho insólito, demasiado para ser verídico: un escolar alemán de 13 años había corregido los cálculos de la NASA sobre el riesgo de que Apophis, un asteroide en danza por el Sistema Solar, colisione con la Tierra a su paso por la vecindad en 2029. Mientras que la agencia espacial había situado su estimación en una posibilidad de impacto entre 45.000, la lúcida rectificación del niño multiplicaba por 100 el peligro, abocando al planeta a un futuro incierto. Según la información repartida por un proveedor mundial de noticias, a la NASA no le había quedado otra sino rendirse al privilegiado intelecto de este genio precoz.
Todo ello, falso. Ni la NASA había tenido conocimiento de los cálculos de ningún niño, ni parecía probable que éstos, fueran cuales fuesen, modificaran las conclusiones de uno de los mejores cuerpos de científicos y tecnólogos del mundo. El organismo espacial publicó una nota aclaratoria, y colorín colorado. Pero no se trata de un caso aislado; un defecto de la información en el entorno digital es que, a menudo, las noticias falsas no se retiran de la Red y continúan creando confusión años después de ser desmentidas. Como muestra, dos botones recientes:
La Tierra no pertenece a la Vía Láctea
En 2003, un equipo de astrónomos de las universidades de Virginia y Massachusetts (EEUU) publicó un artículo en Astrophysical Journal que detallaba la sorprendente cercanía a la Tierra de escombros espaciales de Sagitario, una galaxia enana que está siendo devorada por la Vía Láctea. El artículo se acompañó con una nota de prensa de la Universidad de Virginia que explicaba las implicaciones del estudio.
Cuatro años después, en junio de 2007, un blog en una web dedicada a la medicina alternativa publicaba los presuntos descubrimientos de un autodenominado investigador independiente llamado Matthew Perkins Erwin. Interpretando los resultados relativos a Sagitario, Erwin afirmaba que el Sistema Solar no pertenece originalmente a la Vía Láctea, sino a la galaxia enana. De inmediato, otra web llamada Viewzone se hacía eco y extendía el hallazgo, incorporando declaraciones de los científicos que, sin embargo, en ningún momento planteaban esta descabellada hipótesis.
Para mayor confusión, la noticia se recogía el 27 de junio en la edición digital de El Universal de México que, para más inri, ponía en boca de uno de los astrofísicos las palabras del autor de Viewzone. El embrollo estaba servido: la impactante información comenzaba a rebotar por los mil y un rincones de la Red, e incluso un diario español la daba por cierta, citando El Universal como fuente.
Mientras, Steven Majewski, coautor del estudio original, publicaba en su web una advertencia con enormes letras, negando el bulo. Pero el daño ya estaba hecho; y para muchos internautas desprevenidos, incluyendo tal vez estudiantes preparando sus exámenes y algún que otro profesor desconcertado, la Tierra habrá cambiado de galaxia.
Podrá tener otros muchos efectos, pero mirar los pechos de una mujer durante 10 minutos al día no alarga la vida de los hombres. Esta era la proclama de un presunto estudio alemán que había completado un seguimiento de 200 hombres durante cinco años. La conclusión, según la directora del trabajo, la doctora Karen Weatherby, era que los mirones vivían cinco años más que el grupo de control. Para Weatherby, la explicación era el bombeo de sangre producido por la excitación sexual, que repercutía favorablemente en la salud coronaria de los hombres. Añádase una supuesta fuente de prestigio, como la revista New England Journal of Medicine, y todo será propicio para que incluso un diario español recogiera la noticia el pasado diciembre.
La historia es, en este caso, un viejo hoax o bulo, que ha serpenteado por los vericuetos de Internet y por los buzones de correo electrónico desde hace ya casi una década y que periódicamente rebrota. Al parecer, su origen está en un reportaje difundido por primera vez en 1997 por el tabloide Weekly World News, que suele ocuparse de asuntos como las matanzas de ganado a manos de los alienígenas.
El efecto salutífero de la observación pectoral continúa coleando; recientemente, una cadena de radio de ámbito nacional daba el estudio por bueno, citándolo como entradilla a un espacio publicitario sobre un producto de salud. Ningún medio está a salvo del marchamo de veracidad que imprimen a cualquier disparate unas cuantas carambolas en la Red, donde las palabras no se las lleva el viento.
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