"Por supuesto que tiene sentido especular con la posibilidad de que otras formas de vida puedan viajar hasta la Tierra. Los llamados agujeros blancos permiten cruzar grandes distancias desde puntos muy remotos en muy poco tiempo así que no hay leyes físicas que impidan esas travesías", nos dice Garik Israelian. Es la clase de afirmación de la que un escéptico recelaría si proviniera de la boca de un creyente de la ufología. Pero lo cierto es que el hispano-armenio Garik Israelian (Yereván, 1963) es profesor de la Universidad de la Laguna, además de uno de los más reputados astrofísicos españoles, la clase de científico a quien respetaba Stephen Hawking o respeta el nonagenario físico británico Roger Penrose.
Fue Israelian quien dirigió el equipo investigador que halló pruebas empíricas de que la explosión de supernovas causa agujeros negros de masa estelar. Ha trabajado en las universidades de Utretch, Bruselas y Sidney y ha sido el investigador principal de un proyecto del Instituto de Astrofísica de Canarias que pretendía aportar las claves de la formación de galaxias, agujeros y planetas.
En 2016, en vísperas de la inauguración de una nueva edición del Starmus Festival, repitió por doquier que no pasaría ni una década hasta que la Ciencia hallara pruebas de vida biológica fuera de la Tierra y aunque el plazo no ha concluido, hemos decidido preguntarle acerca de los avances realizados en semejante dirección, coincidiendo con la llegada a su puesto de observación, el día 25 de este mes, del telescopio espacial mayor construido hasta la fecha por la NASA. Mientras hablamos, el observatorio de Málaga y otras cinco estaciones detectaron la caída de un meteorito en el valle de Benasque (Huesca). "Lo que yo dije es que en diez años hallaríamos rastros de vida biológica, y no inteligente", precisa. "Es mucho más complicado encontrar vida inteligente. Y, en efecto, así es, lo mantengo. Pero me quedan aún cuatro años, ¿no?", bromea.
"La NASA ha lanzado ya el James Webb, un telescopio que reemplazará al Hubble y que permitirá identificar las moléculas complejas que se precisan para que exista vida en otros planetas. En un par de años, entrará también en servicio en Chile el mayor telescopio terrestre del mundo, el llamado ELT por sus siglas inglesas [Telescopio Extremadamente Grande], un artefacto de 39 metros de diámetro de espejo que nos proporcionará otra herramienta para investigar sistemas planetarios semejantes a la Tierra, donde existe una posibilidad de que haya agua líquida o podamos dar con alguna biosfera".
Uno se pregunta si esas condiciones para la vida que tratan de detectar los astrofísicos se hallan siempre basadas en los compuestos de carbono, oxígeno o nitrógeno, que caracterizan al modelo terrestre conocido. De hecho, tenemos pruebas incluso en la Tierra de la posibilidad de vida en ausencia de esas condiciones: los organismos extremófilos que, por ejemplo, habitan el río Tinto. "Sí, lo cierto es que tomamos como referencia ese modelo basado en el carbono, pero desconocemos si existen otros sustentados, por ejemplo, en el silicio u otros elementos. Lo interesante es que dispondremos de tecnología para buscar biosferas. Moléculas importantes como el CO2 ya se han hallado en planetas gigantes como Júpiter. Pero hablamos ahora de planetas del tamaño de la Tierra".
Los científicos han desarrollado incluso un método para averiguar si existen bosques. "Cuando se observa la Tierra desde la Luna, se aprecia un espectro específico que solo es visible si la luz se estrella o se refleja en un bosque como la Amazonía. Ahora que disponemos de nuevas y mucho más potentes herramientas tecnológicas, vamos a poder aplicar ese mismo modelo para buscar vida vegetal extraterrestre".
Garik insiste de forma recurrente en diferenciar entre vida inteligente y vida biológica. Es imposible también sustraerse a la tentación de imaginar si la vida biológica que, hipotéticamente, pudiera habitar el universo adoptaría en parecidas condiciones formas antropomorfas o al menos semejantes a los vertebrados superiores que conocemos en la Tierra. "De acuerdo a la Teoría de la Evolución, existe una correlación entre la masa del cuerpo y otras características y la masa del cerebro. No creo que existan alienígenas con un cerebro de una masa inferior a la del cuerpo, de acuerdo a las correlaciones conocidas en la Tierra. Si seguimos esa idea, solo podemos tener seres semejantes a los humanos incluso, tal vez, en su aspecto externo. ¿Puede adoptar la vida formas anatómicas muy diferentes? Yo no conozco ningún estudio que lo demuestre. Existen teorías pero completamente especulativas. El darwinismo ni siquiera conoce bien los caminos que terminaron de configurar nuestra anatomía. Imagínate qué sería desarrollar una teoría acerca de las formas de vida de otra biosfera. Es complicado, muy complicado", asegura mientras ríe. "Cierto es que hay estudios que aventuran cosas del estilo de lo grandes que serían los ojos de una criatura en ausencia de luz o la altura de los cuerpos en condiciones de gravedad mayores a la Tierra. Pero eso no es algo sólido. Son simples fantasías a las que se aplica alguna lógica".
Es que, de hecho, buena parte del acerbo que forma el imaginario colectivo y lo que el común de los humanos sabe sobre el cosmos se basa, tal y como afirma Israelian, en meras fantasías. Recientemente, por ejemplo, se ha debatido mucho acerca de la probabilidad de un universo determinista a raíz de las tesis planteadas en DEVS, una serie de televisión dirigida por Alex Garland. En esa ficción futurista, un científico combina algoritmos para desarrollar un modelo que permite anticipar diez segundos de la existencia de un nematodo gracias a la mente poderosa de un superordenador cuántico. En otras palabras, encuentran el modo de predecir una secuencia de la vida de un gusano introduciendo en la inteligencia artificial todas las variables que la iban a determinar.
La clave de esa frase se halla en la palabra determinar. El nematodo no tenía otra opción que caminar por las roderas impuestas por el mundo físico y por todo lo demás. Si no hay efecto sin causa o causas previas, todo puede deducirse o inferirse. Visto así, el libre albedrío ha muerto. Aquel organismo básico no tiene elección. Nadie la tiene, sugiere DEVS, aunque el hecho de que nuestros cerebros de primates no sean capaces de lidiar con algo tan inconmensurable como las infinitas variables que interactúan para determinar los carriles de un pequeño protozoo o de cualquiera de nosotros haga prevalecer una ilusión de libertad.
Dios por fin revelado en la forma de una gran computadora de fabricación humana. El creador creado. Menuda paradoja. El bonus track de ese escenario determinista es que todos somos inocentes. Y si es así, nadie necesita la absolución del Gran Patrón o de sus intermediarios. La serie mete también a calzador la idea de los multiuniversos: todo lo que pueda suceder sucederá, sino en esta realidad, en otra diferente. Cada pequeño acto es replicado un numero infinito de veces, con todas sus varianzas. Al final, el protagonista logra rebelarse y salirse del carril, quebrantando las leyes de ese universo tan fascista. Es Adán comiendo el fruto prohibido del árbol de la Ciencia. No ahondamos más en esa trama para no convertir la información en un campo minado por spoilers.
"Toda esa parte mística termina contaminando los pilares conceptuales de la producción televisiva, pero lo importante es que la idea de los carriles reverbera como plausible. O al menos a mí me lo parece en mi ignorancia", le comento a Garik. Y él inmediatamente me objeta: "Yo más bien creo que esa idea que mencionas es más propia de la época de Aristóteles que de la era moderna. La realidad es mucho más compleja que todo eso. Creo que estamos entrando en una fase en la que somos más conscientes de la complejidad del universo. Es muy cierta la metáfora de que cuanto más sabemos, más conscientes somos de la enormidad de cuanto ignoramos. Seguimos desconociendo las cosas más aparentemente básicas pero importantes para la comprensión del cosmos. Me refiero a cosas como la formación de las galaxias o la composición de las estrellas. O, si lo quieres más claro, ¿hace cuanto que la humanidad se pregunta si existe vida inteligente extrasolar? Y es probable que no conozcamos la respuesta ni en mil años, a pesar de que coincidimos en que es más que probable. Fíjate que no encontramos el primer exoplaneta hasta 1995. Ahora conocemos miles. Sin embargo, antes de esa fecha, no conozco ni un solo astrónomo que tuviera duda de la existencia de otros planetas o de sistemas planetarios semejantes al nuestro. En resumen, ahora está demostrado. Pero antes nadie tenía duda de ello".
Hace ahora algo más de un mes, un joven investigador del Departamento de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Liverpool llamado Bruno Vento desafió la noción que conocíamos del espacio-tiempo con una idea que está ahora mismo en revisión por la comunidad científica. Su teoría dinamita muchos de los clichés humanos y habla de un cosmos con un pasado infinito donde el Big Bang es solo un episodio más de un universo sin principio ni final. "Existen dos formas o filosofías de afrontar la Ciencia", me dice Israelian. "Una es esencialmente especulativa y en ella cabe todo. La otra se basa totalmente en pruebas observacionales. ¿Existe alguna evidencia indirecta o hablamos en el aire? Respecto al concepto sobre lo que antecedió al Big Bang, existe un trabajo del Premio Nobel Roger Penrose, con quien solía hablar a menudo, que plantea que la distribución de la materia en los mapas de la primera radiación del universo no es caótica, sino que presenta algunos patrones. Es decir, que si la materia que explotó en el Big Bang poseía alguna densidad es porque antes de la explosión había ya alguna estructura".
¿Sobrevivirá el pensamiento religioso al descubrimiento de vida extraterrestre? "Por supuesto", asegura el astrofísico. "Dirán que fue Dios quien creó también a los marcianos. ¡Eh!, Dios ha creado a los extraterrestres y el Big Bang, ¿qué pasa? Claro está, tendrán sus problemas para encajar todo eso en el relato de Cristo, pero algo se les ocurrirá para modernizar la Biblia porque son muy buenos adaptándose". La afirmación de Israelian trae a colación el hecho, también científica y empirícamente probado, de que la Ciencia no ha conseguido jamás socavar la irracionalidad del grueso de los humanos, especialmente impermeables a la razón y por el contrario soberbiamente predispuestos a hacer suya cualquier forma de hechicería o pensamiento mágico. "Más que nunca hay millones de humanos dispuesto a morir en cumplimiento de los dictados de un analfabeto que vivió a caballo de los siglos sextos y séptimo en Arabia. No creo que a esa importante porción de la humanidad le inquieten mucho los agujeros blancos o las supernovas", le comento. "Yo creo que el auge de las religiones tiene que ver con las necesidades sociales del hombre y con el negocio", me responde Israelian.
"Se supone que Irán es un país muy religioso, pero si desciendes hasta el pueblo, quizá no lo sea tanto. Y si hablamos de los ecosistemas árabes, me pregunto también si en verdad esas creencias son tan sólidas o son el resultado de la presión social y el estilo de vida. Es posible que sean más frágiles de lo que creemos. En el caso de los creacionistas norteamericanos del Mid West, está claro que se trata de un negocio. Aquellas megaiglesias manejan mucho dinero y su actividad empresarial consiste en sacar a la gente del aislamiento. Más importantes que las creencias es hacer barbacoas y rezar juntos", asevera.
A pesar de que dedica buena parte de sus esfuerzos a la divulgación científica, Israelian no ha dejado nunca de trabajar como investigador. El último trabajo que publicó en la revista Science proporciona evidencias de que la composición química de los planetas rocosos es un espejo de la de las estrellas a cuyos sistemas pertenecen.
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