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Un adhesivo casero para pegar el cosmos

La NASA revela un caso más en el que la ‘cinta americana’ resolvió un problema durante una misión espacial

JAVIER YANES

Sin ella, no se entenderían las películas de policías, ya que no existe manera más popular para sellar la boca de un secuestrado. Para el bricohéroe McGyver, era tan necesaria como respirar. Es la cinta americana, ese rollo de adhesivo plateado que se esconde en toda caja de herramientas y que resuelve cualquier apuro. Pero no sólo en el hogar, la duct tape –su nombre original, o duck tape, según otras versiones– también forma parte del equipo básico de los astronautas. La película Apolo 13 recordaba cómo, tras la explosión en la nave que obligó a un regreso de emergencia, los astronautas sobrevivieron gracias a esta cinta, con la que pudieron encajar filtros de CO2 cuadrados en los receptáculos circulares del módulo salvavidas.

La NASA ha publicado ahora otro caso en el que este humilde utensilio prestó sus valiosos servicios en el lugar más remoto en el que se ha empleado: la Luna. El 11 de diciembre de 1972, los astronautas del Apolo 17 Harrison Schmitt y Eugene Cernan posaban su módulo Challenger en el valle selenita de Taurus-Littrow, una fractura creada hace miles de millones de años por el impacto de un meteorito a la orilla del Mar de la Serenidad. Su misión era estudiar la estructura del terreno con la esperanza de encontrar la historia geológica del satélite escrita en sus terraplenes.

Cuchillas microscópicas

Una vez en la superficie lunar, mientras los expedicionarios montaban el equipo, Cernan tuvo la mala suerte de enganchar un guardabarros del vehículo rodante con un martillo que llevaba en su bolsillo, arrancando un pedazo del protector. En un día de campo, el desperfecto no hubiera tenido la menor importancia. Pero en un instrumento espacial, cada pieza tiene una misión. El guardabarros del rover evita que éste levante colas de gallo, nombre que los astronautas dan a las enormes nubes del peor azote de las misiones lunares: el polvo.

La Luna está cubierta por una capa de polvo llamado regolita, formado por pequeñas partículas que, a falta de erosión atmosférica, conservan afiladas aristas. El polvo se pega a los trajes espaciales, oscureciéndolos y aumentando su absorción de la luz solar, con el consiguiente peligro de sobrecalentamiento; se adhiere al visor de la escafandra, rayándolo con sus diminutas cuchillas, y se introduce en cualquier fisura, cegando juntas y obstruyendo articulaciones.

Conscientes del riesgo que corría la misión por un simple guardabarros partido, Schmitt y Cernan recurrieron a su rollo de cinta para apañar un guardabarros provisional. A la mañana siguiente, siguiendo las instrucciones de los ingenieros de Houston, fabricaron una solución más duradera fijando sobre la rueda cuatro mapas unidos con la cinta gris. La reparación aguantó el resto de la misión, evitando a los astronautas la penosa perspectiva de verse obligados a prescindir del vehículo y desplazarse únicamente a pie.

Apolo 17 fue la última misión en pisar la Luna. Para las próximas, se tendrá en cuenta a ese feroz invasor alienígena, el polvo lunar. Su estudio será el objetivo de la misión LADEE, que orbitará el satélite en 2011. Pero los astronautas siempre contarán con su aliado, la cinta americana. Según un dicho popular en EEUU, “es como La Fuerza: tiene un lado claro y otro oscuro, y mantiene el Universo unido”.

 

Durante la Segunda Guerra Mundial, la compañía química Johnson & Johnson respondió al encargo de fabricar una cinta adhesiva textil para impermeabilizar los cargadores de munición.

Hay confusión sobre el nombre: en unas fuentes, ‘duck tape’ (cinta pato), por repeler el agua, y en otras, ‘duct tape’ (cinta de conducto). Aunque el origen es oscuro, los expertos coinciden en que si para algo la cinta no sirve, es precisamente para reparar conductos. El Estado de California lo prohíbe expresamente.

Más allá de su uso práctico, la legión de fans de la ‘duct’ ha convertido este artículo de ferretería en objeto de culto. Hoy está disponible en una gama de colores, y con ella se fabrican trajes y se tunean coches, se venden productos en Internet y se organizan concursos. Hay libros que instruyen en la artesanía del ‘ductigami’ y un estudio afirmaba que cura el herpes. 

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