El libro Queipo de Llano, Memorias de la Guerra Civil, que ofrece una imagen dulcificada de este general traidor a la República que incitaba a matar y a violar en sus arengas radiofónicas, constituye la última contribución a una nueva historiografía derechista que, liderada por Pío Moa, ha adquirido ya trazas de toda una corriente de éxito comercial.
Dicha corriente, no obstante, tiene por delante un reto esencial: ganarse el respeto del común de los historiadores. Con la salvedad del derechista Stanley G. Payne, la profesión desdeña la obra de esta nueva escuela, en especial la de Moa y César Vidal, y desconfía de la aportación de las memorias de Queipo por haberse escrito en colaboración con sus descendientes.
'No tengo noticia de que Moa haya pisado un archivo en su vida', afirma Julio de Aróstegui, catedrático de Historia Contemporánea de la Complutense. Otros historiadores son más condescendientes. 'Es posible que exagere, pero coincido con Moa en que el levantamiento del 34 fue un disparate', relata Gabriel Tortellá. Julián Casanova considera el boom un resultado de 'la existencia de un franquismo sociológico'. Las tres grandes tesis de la escuela Moa serían entonces el alpiste ideológico para estos franquistas reconvertidos en intachables demócratas: la República provocó la guerra, las más brutales violencias fueron rojas y los vencidos consiguieron escribir la guerra con la ayuda de intelectuales farisaicos.
Un discurso que abona el terreno para la aparición de libros que, como las memorias de Queipo, revisan la figura de un golpista para concluir que fue un personaje 'con luces y sombras', como dice el autor en el prólogo.
'Podríamos considerar esta corriente como propaganda al servicio del sector más reaccionario de la derecha española' resume el historiador Francisco Espinosa, autor de la concienzuda investigación La justicia de Queipo, donde documenta las matanzas perpetradas por el Ejército del Sur. Pero parece que hay otro Queipo. 'En 1947, escribió desde su exilio en Roma una carta a Franco en la que le pedía que trajera democracia y libertad de prensa a España', contó este jueves en la presentación de las memorias del general en Sevilla su autor, el piloto de Iberia Jorge Fernández-Coppel.
Esta afirmación, documentada con una carta anexa, da idea de cómo el libro pone el foco en aspectos supuestamente loables de la personalidad y la biografía de Queipo, pasando de puntillas por sus monstruosidades.
'Él mismo se avergonzaba de las cosas que decía en la radio', contaba este jueves su autor. Fernández-Coppel no exhibe, ni de lejos, la virulencia retórica de Moa (acérrimo entusiasta de estas memorias) o de Vidal, que acompañó a su autor durante la presentación en Madrid. Comedido en sus apreciaciones, se limita a reclamar que se evalúe la figura de Queipo 'en su contexto', y dice que si Sevilla, por ejemplo, ha retirado ahora al general el título de hijo adoptivo, Madrid debería quitar la estatua de Largo Caballero.
'Queipo era un monstruo y eso estaba ya más que demostrado', responde Bartolomé Clavero, catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Sevilla. Ian Gibson, acusado por Fernández-Coppel de 'demagogia barata' por apuntar a una posible responsabilidad de Queipo en la muerte de Lorca, evita entrar en polémicas sin haber leído el libro, pero apunta lo que no se debe olvidar sobre el sujeto: 'Fue un criminal y un energúmeno. Incitaba a matar y a violar en masa'. Palabra de historiador.
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