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La verdad y el brillo del cine

SANTIAGO SEGURA

La dueña en una cafetería se lamentaba ayer por la tarde: 'Acaban de decir en la radio que ha muerto López Vázquez'. Un parroquiano, con cara de cretino, respondía lacónico: 'Como nos moriremos todos'. El comentario obtuvo respuesta por parte de la dueña: 'Hombre, no es lo mismo que te mueras tú, que López Vázquez'. Y yo, que lo oía todo desde la barra, sentí ganas de aplaudir. López Vázquez, José Luis López Vázquez era mucho. Era un grande, era inmenso. Era el cine español.

Un referente para cualquier actor. Sus escenas son memorables y en los más de 200 títulos en los que participó es prácticamente imposible encontrar un momento donde él esté mal, donde no sea verdad, donde no brille.

Puedo imaginar obras maestras de nuestro cine que si no hubiesen contado con su presencia, lo serían menos. Me sucede cada vez que veo El pisito. Sin él, no sería la película que es. Su presencia engrandecía cada película, cada serie de televisión, cada obra de teatro en la que participaba.

Dicen que George Cukor quería llevárselo a Holly-wood. No me extraña, ¿qué cinematografía no querría contar con un actor como él?

De las veces que lo vi en el teatro, Muerte de un viajante fue la interpretación que más me impactó, tras haberme hecho disfrutar persiguiendo suecas, bailando ritmos beatnik y piropeando a monumentos en las playas. Fue capaz de hacerme un nudo en la garganta interpretando a Willy Loman en el texto de Arthur Miller.

La carrera de López Vázquez sorprende por su versatilidad, por la facilidad que él tenía de emocionar en papeles dramáticos estando tan sorprendentemente dotado para la comedia.

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