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Los que viven entre los muertos

En El Cairo, la ciudad más poblada de África, decenas de miles de personas viven entre las tumbas de uno de sus cementerios, conocido como 'ciudad de los muertos', hogar a un tiempo de vivos y difuntos.

FRANCISCO CARRIÓN

A los pies de la montaña de Muqatam, en el sur de El Cairo, Al Qarafa -cementerio en árabe coloquial egipcio- es un enorme camposanto salpicado de minaretes y mausoleos levantados para el reposo eterno de miembros de la dinastía ayubí (1171-1260) y de sultanes mamelucos (1260-1517), entre otros.

Desde hace décadas, los cadáveres con o sin linaje conviven con nuevos moradores como Baala Ali, una amable anciana de 70 años que lleva más de medio siglo ocupando un panteón en el cementerio. 'Estoy muy feliz de vivir aquí porque me encuentro cerca de las tumbas de mis padres', relata Baala, rodeada por sus nietas y sentada entre sepulturas en el patio trasero de su vivienda.

La insólita vecindad entre muertos y vivos, que ha convertido a esta necrópolis en una animada ciudad con cafés, talleres mecánicos, tiendas de alimentación y mercados, está amenazada ahora por un proyecto de las autoridades egipcias, interesadas en remozar la cara de la ciudad y acabar con la asfixiante ausencia de zonas verdes.

Ese plan contempla el traslado de los muertos de este camposanto a cementerios modernos en zonas alejadas del centro de la capital, mientras que las tumbas con alto valor histórico se integrarán en un gran parque.

'He vivido aquí durante 40 años porque no había otro lugar en El Cairo para toda mi familia. Gracias a Alá tengo un techo', cuenta Mohamed Ahmed que, mientras da sorbos a un vaso de té, enumera las ventajas de vivir en 'un barrio tranquilo sin demasiados problemas'.

De la misma opinión es Reda Saki, un jubilado de 55 años que hace de guía para los pocos turistas que se internan en el cementerio. 'No pasa nada por vivir aquí porque no hay muchos coches ni ruido', aduce.

A pesar del orgullo de sus habitantes, que insisten en describir el lugar como un remanso de paz frente al caos de la megalópolis cairota, la mayoría de sus residentes se sienten avergonzados cuando les preguntan por su domicilio.

Los vecinos también se enfrentan a la contaminación del entorno, el analfabetismo, el desempleo y la falta de seguridad. Además, solo el 25 por ciento de los inquilinos del cementerio tiene un empleo relacionado con la práctica funeraria.

Esta precariedad ha llevado a jóvenes como Kamel Hasan, de 27 años, a hacer las maletas y marcharse a otros distritos de El Cairo porque en la ciudad de los muertos, donde aún vive su padre, 'no hay servicios básicos ni hospitales ni escuelas'.

'El Gobierno tiene que construir ese parque. Sería bueno para el turismo', apunta Hasan, propietario de una humilde cristalería frente a la mezquita del sultán Qaitbey, una joya arquitectónica construida en 1472.

A la espera de que las autoridades ultimen su plan y las máquinas y los obreros acaben con la calma, Saki pasa sus días en las estrechas calles sin asfaltar del cementerio, en el comercio donde consigue por unas libras un par de cigarros y chocolatinas, o al sol, donde sus vecinos conversan plácidamente.

'Aquí nació mi padre y aquí seré sepultado, en medio de esta tranquilidad espiritual', concluye.

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