A primera vista, la granja de Guiseppe Oglio cerca de Milán parece sufrir por falta de atención. Las malezas se multiplican entre los arrozales y los tréboles crecen libremente en torno a su cultivo de mijo.
Oglio evita técnicas agrícolas modernas -químicos, fertilizantes, maquinaria pesada- en favor de una filosofía natural. No es sólo ecológico, dice, sino rentable y cree que su sistema puede ser reproducido en regiones pobres del mundo.
A casi 8.000 kilómetros, en laboratorios de St. Louis, Missouri, cientos de científicos de la mayor compañía semillera del mundo, Monsanto, también quieren alimentar al planeta, sólo que sus herramientas son rayos láser y placas de petri.
Monsanto, un líder en biotecnología agrícola, gasta unos 2 millones de dólares al día en investigaciones científicas que apuntan a mejorar la madre naturaleza, y se está posicionando como un actor clave en la lucha contra el hambre.
El granjero italiano y la multinacional estadounidense representan los dos extremos en un debate cada vez más enconado sobre el futuro de los alimentos.
Todo el mundo quiere terminar con el hambre, pero la forma de hacerlo es una cuestión que enfrenta a ambientalistas contra quienes luchan contra la pobreza, grandes corporaciones contra consumidores y ricos contra pobres.
La lucha por el alimento se da en un momento en el que los expertos a ambos lados concuerdan en una cosa: el número de estómagos vacíos alrededor del mundo no hará más que crecer a menos que se realice una gran intervención ahora.
La combinación de crisis alimentaria y recesión catapultó el número de personas con hambre en el mundo a más de 1.000 millones. Naciones Unidas dice que la producción mundial de alimentos debe crecer un 70 por ciento en las próximas cuatro décadas para alimentar a los 2.300 millones de personas más que se proyecta habitarán el mundo para el 2050.
Líderes internacionales se reunirán en Roma la semana próxima en una cumbre sobre Seguridad Alimentaria de la Organización de Alimento y Agricultura de la ONU (FAO) y oirán los argumentos sobre la mejor forma de solucionar el problema.
Una de las disputas más feroces será sobre la relativa importancia de la ciencia versus las reformas sociales y económicas para habilitar a pequeños granjeros a cultivar más con la tecnología existente.
"ESCUCHAR A LA NATURALEZA"
Gran parte de Europa se ha alejado del sistema agrícola de pequeñas granjas en favor de la agricultura comercial masiva, pero Italia todavía retiene una base de granjeros que produce todo, desde aceitunas a queso muzzarela.
Oglio es uno de ellos. Hoy, permite que la naturaleza siga su curso mientras cultiva cereales y legumbres en su pequeña granja en Balcreda di Gambolo, al sudoeste de Milán.
No utiliza ningún químico, ni fertilizante o pesticida natural. No desmaleza sus campos.
"Todo lo que necesitas hacer es observar la naturaleza, escucharla, hacer lo que la naturaleza te sugiere y ella se encargará de todo", indicó.
Sus campos, en una planicie que tiene una larga historia de cultivo de arroz para risotto, reproducen patrones hallados en la naturaleza. Por ejemplo, los tréboles y el mijo crecen juntos, alimentándose entre sí con minerales necesarios.
Oglio dijo que su granja es ecológicamente sostenible. Redujo los costos operativos al eliminar caros productos comerciales y disminuyó el uso de maquinaria. Esta agricultura barata y de bajo mantenimiento podría ser adoptada en África y otras regiones afectadas por la pobreza y el hambre, explicó.
"La agricultura natural no va a salvar al mundo. Pero puede alimentar a familias pobres", agregó.
Pero es poco probable que esta pueda hacerlo en la escala que la mayoría de los expertos considera necesario. Y allí reside el problema.
Los consumidores pudientes podrían preferir a los Oglios del mundo frente a los Monsantos, pero sus reservas en cuanto a la agricultura de alta tecnología están dificultando forcejear con la creciente crisis por la falta de alimentos.
APRENDIENDO DEL PASADO
La última vez que el mundo afrontó estas alertas de hambruna fue antes de la Revolución Ecológica de los 60, cuando países como India y China convirtieron su agricultura en sistemas más autosuficientes en materia de alimentos.
Hicieron esto mediante la utilización de tecnología de la reproducción de plantas para elevar el rendimiento de arroz, trigo y otros cultivos primarios.
Por medio de una enorme inversión estatal en el arroz híbrido, China, el país más poblado del mundo, elevó su rendimiento de dos toneladas por hectárea en los 60 a más de 10 toneladas por hectárea en el 2004.
Los científicos chinos buscan mayores ganancias -13,5 toneladas por hectárea para el 2015, según el Instituto de Investigaciones en Políticas Alimentarias (PFPRI), que menciona al programa de China como uno de los éxitos en el desarrollo agrícola en un estudio llamado "Millones alimentados."
Pero tal revolución tuvo su lado negativo: daño ambiental. En India, por ejemplo, las mesas de agua se están secando y el suelo ha sido degradado por los pesticidas y fertilizantes.
Sin embargo, millones de personas se salvaron de pasar hambre, y en 1970 el arquitecto del movimiento, Norman Borlaug, recibió el premio Nobel de la paz.
Con el aumento de sus poblaciones, no obstante, India y China -y la mayor parte de África- aún afrontan desafíos, especialmente porque el cambio climático exacerba los problemas ambientales que ya han ralentizado la producción de alimentos.
IFPRI dijo el mes pasado que los menores rendimientos por el cambio climático reducirían en un 7 por ciento la "disponibilidad de calorías" para el consumidor promedio en un país del tercer mundo en el 2050, comparado con el 2000.
Las mayores temperaturas reducen los rendimientos de los cultivos y favorecen las pestes de las plantas. Para casi todos los cultivos, el sur de Asia experimentaría las peores caídas de rendimiento.
Economistas y científicos en India están exigiendo un conjunto de iniciativas políticas, incluyendo permitir la ingeniería genética, cuyos críticos sostienen que cumple la misma tarea que la hibridación tradicional de plantas, sólo que más rápidamente y de forma más eficiente.
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