"Intenso y directo", como se define a sí mismo, el artista salvadoreño Tony Ezquivel desnuda su alma en Berlín de la mano de su última muestra, "Coexistencia. Antologías y pinturas", en la que formas y color se unen para rendir culto a la mujer y a la naturaleza.
Creador innato y autodidacta, sostiene que "el arte es la expresión más profunda del espíritu", explicó Ezquivel a Efe en el hotel Schlosshotel de Grunewald (oeste de Berlín), lugar que ha escogido para exponer su segunda muestra en la capital alemana.
Nacido en Sonsonate (El Salvador), y descendiente de mayas, alemanes y españoles, con apenas 20 años dejó su ciudad natal para trasladarse a Guatemala para seguir trabajando en su grupo de rock.
A los 15 años abrió su corazón a la pintura, y la dejo entrar a través de la tinta china y la plumilla, con las que representaba "escenas psicodélicas en las que un gnomo tocaba una guitarra o una mujer embarazada se aferraba fuertemente a algún objeto", señaló.
Fue entonces cuando consiguió su primer cliente: un abogado que le compraba cada dibujo "por sólo 15 colones", una cantidad simbólica, que le permitió empezar a comer de su trabajo.
Tras un tiempo en Guatemala, decidió dar un giro de 180 grados y enfocar su trabajo en una dirección más comercial, "pero sin perder lo personal", y el grupo los "Ezquiveles" empezaron a hacerse conocidos por el mundo, y su autor a recibir invitaciones para tocar la guitarra en toda suerte de festivales.
"He probado un poco el sabor de la fama y es un poco dolorosa. Hay que saber controlarse", insiste este genio versátil, que se considera tan profesional de la música como de la pintura.
En "Coexistencia" explota más que nunca, si cabe, su obsesión por la anatomía humana y por el sentido de la armonía y el equilibrio.
Se trata de una veintena de obras a caballo entre el impresionismo, el expresionismo e incluso el cubismo, que invitan al espectador a reflexionar.
Así, la fuerza de los rojos, fucsias, naranjas y verdes se adapta perfectamente a unas formas suaves al tiempo que abruptas que irrumpen de pronto en el lienzo, del mismo modo que en su momento llegaron a la cabeza de su autor, "desde el corazón".
De hecho a Ezquivel lo que más le gusta es "enfrentarse con la tela, con lo blanco", y por ello, lo que pretende es imponer su corazón "por encima del terror que produce siempre la inseguridad".
"Los temores son los grandes problemas de la humanidad", afirmó, y por lo tanto, "lo primero que tiene que aprender el ser humano es a quitarse esos velos que le ha impuesto la familia, la escuela o la sociedad; cosas que te van alienando", añade.
El salvadoreño, que ha protagonizado más de 30 exposiciones lugares como California, Managua, Cork (Irlanda) y Zúrich (Suiza), confesó que no se ha dejado influir por otros artistas y simplemente pinta lo que percibe.
"He intentado ser siempre lo más accesible posible, aunque sin dejar mi locura interior", alegó Ezquivel, un amante de Vasily Kandinsky y de Paul Klee.
Afincado en Múnich (sur de Alemania) desde 1998, donde vive con su mujer y su hija, siempre ha viajado mucho, en parte por el éxito de su obra y en parte porque es una de sus grandes aficiones. "Nunca he ido a España a exponer, y me encantaría", apuntó.
A su juicio, la sociedad alemana le proporciona una mayor estabilidad a la hora de trabajar -a diferencia de lo que le sucedía en El Salvador-, pero reconoce que en Múnich la gente aún le mira "como a un extranjero", y se muestra "muy poco receptiva al arte latinoamericano".
En este momento, Ezquivel ha dejado un poco aparcado su pequeño estudio de música y, además de pintar, dedica su tiempo a escribir un libro titulado "Pinturas y analogías".
"Mi intención es que la gente tenga un poco más de libertad y se libere de sus temores disfrutando con la pintura, pues al fin y al cabo, cada uno ve la vida del color que quiere", afirmó.
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