Nunca una patada acabó con tantos complejos. 'Dicen que liberé al rugby del hemisferio norte, pero para mí fue sólo el premio a 24 años de esfuerzo', se sincera Jonny Wilkinson. Su drop en la final de la Copa del Mundo de 2003, con el que Australia sucumbía ante Inglaterra, derivó en un traspaso de poderes deportivo que, en seguida, se engrandeció con el marketing. La resaca de aquella patada glorificada por la derecha de un zurdo no sólo consumió 50 millones de pintas en el Tercer Tiempo de todos los pubs de Inglaterra sino que alteró la cuota de pantalla de Beckham.
En el año y medio de ausencia, Jonny se ha reinventado en el Toulon galo
'Son cuatro pasos hacia atrás, en perpendicular con el palo', le asesoraba el medio apertura al futbolista, sobre cómo patear un golpe de castigo, en un anuncio. 'Si hay viento, hay que golpear de afuera hacia adentro. Si fallas, haces el ridículo'. Un eslogan que se ha incrustado en el quince de la Rosa durante el año y medio que Wilkinson ha desaparecido de la selección. Su enésima lesión, la edad (30 años) y la marcha al Toulon francés, tras diez temporadas en New-castle, le perdieron entre la masa ante nuevos becerros de oro como Danny Cipriani. Pero ni él, ni ningún otro jugador, ha sabido apoderarse del liderazgo de Wilkinson en todo este tiempo. 'Con Jonny', asegura Martin Johnson, seleccionador inglés, 'podemos volver a recuperar nuestra identidad'. Un estímulo que se pone hoy en escena ante Argentina en Twickenham, el santuario que quiere volver a romper sus gargantas con el God Save Wilko.
Una encuesta aumenta en un 75% las opciones de victoria con él
'Esta vez no fallaremos', promete Wilkinson, una semana después de la derrota en el test ante Australia. Un partido en el que toda Inglaterra observó la reinvención de Jonny al otro lado del Canal de la Mancha. Espaldas más graníticas, brazos más curtidos y rodillas que prometen más sufrimiento. Nuevos matices para un mismo resultado: Wilkinson siempre anota para Inglaterra. 'Tenemos que mejorar', aseguraba Wilkinson, 'pero los chicos saben que pueden contar conmigo'. Una promesa de la que se ha apropiado el departamento de marketing de la federación inglesa para explotar una nueva etapa: el ciclo de la rosa púrpura. Un cambio de color en la camiseta basada en la idolatrada chaqueta de ese color que vestían los jugadores de la Inglaterra de los setenta, ochenta, y primeros noventa, el quince de los tres títulos en el Cinco Naciones.
Un torneo que Inglaterra vuelve a plantearse con el retorno de Wilkinson y Steve Thompson, el tipo que ha pagado 500.000 libras para financiar un seguro que le permita volver a jugar ante la amenaza de quedar parapléjico por su lesión crónica en las cervicales.
El medio apertura entrena la patada a palos con una broma mental
'Con Jonny, la Rosa nunca se marchitará', admitía Martin Johnson, hace unas semanas en la BBC. Una 'frase demasiado poética para el rugby', como decía un columnista británico, pero que se ha convertido en un llamamiento a recuperar la fe de un país en sus jugadores. De hecho, una encuesta entre los aficionados ingleses de esta semana, aumenta en un 75 % las opciones de victoria de la Rosa con Wilkinson en la alineación. Una confianza que Jonny enaltece desde la columna en la que instruye a los lectores de The Times sobre cómo conseguir que la pelota se dirija entre los tres palos. 'Yo visualizo una enorme boca que se ríe de mí y me dice: Vas a fallar. Lo que intento es quitar esa sonrisa metiendo el balón en la boca'.
La misma imagen que le metió en la cabeza Steve Bates, el viejo profesor de Newcastle que, al ver cómo mimaba el balón oval, le dijo: 'Chico, tú vales para esto'. Ahora se lo grita todo un país.
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