Era el día más duro para los padres de los siete menores víctimas de abusos sexuales del caso Nanysex. En el segundo día de juicio que se celebra en la Audiencia Provincial de Madrid, debían enfrentarse a los presuntos autores de las vejaciones a sus hijos, a los que grabaron en vídeo para después distribuir el material en Internet. Uno de ellos no pudo resistirlo y nada más entrar a la sala propinó un puñetazo a
Álvaro I. G., el principal imputado y acusado de abusos a cinco menores, según los abogados de la acusación.
Era el primer padre en declarar, y conocía muy bien a Álvaro. Junto a su mujer y su hijo compartió piso durante unos seis meses con el acusado en Collado-Villalba (Madrid), según el escrito de la Fiscalía. Mientras los padres trabajaban, Álvaro cuidaba del niño, y era cuando supuestamente abusaba del pequeño, junto con otro de los acusados, Eduardo S. M., de 27 años, al tiempo que grababan las vejaciones. No fue el único en agredir a los acusados. Otra de las madres, mientras los imputados salían de la sala, se abalanzó sobre ellos: “Hijos de puta, me cago en tus muertos”, les gritó, mientras tres policías trataron de sujetarla.
Secuelas en los niños
Los ocho padres que testificaron afirmaron que dejaron a sus respectivos hijos al cuidado de Álvaro y de otro de los acusados, José G. C., de 26 años. Algunas madres declararon que los pequeños “están diferentes” desde que ocurrieron los hechos (en 2002), señaló uno de los letrados de la acusación particular, Manuel Maza. Ellas explicaron que ahora son menos extrovertidos, e incluso una indicó que su hijo es “más adulto, como si hubiera perdido la frescura de los niños”. Otra señaló que en ocasiones notó que su hijo tenía el ano enrojecido.
Otro de los testigos fue J. C. C., que declaró a través de viodeoconferencia desde Murcia. En 2002 regentó una tienda de informática con Álvaro en la localidad costera. Descubrió unos vídeos pedófilos y chantajeó al acusado con acudir a la Policía si no le pagaba, según fuentes de la investigación. Álvaro le cedió su parte del negocio y se marchó a Madrid.
J.C. C. negó las acusaciones de extorsión, pero reconoció que guardó los vídeos durante tres años, y nunca acudió a las autoridades. Por ello, Manuel Maza explicó que solicitará al tribunal que ordene una investigación y no descartó acusarle de encubrimiento. Uno de los policías que investigó el caso afirmó en la vista que Álvaro, que el lunes se ofreció a somerterse a la castración química, era considerado el líder en los foros de pederastas.
Que la castración química no funciona, en la gran mayoría de los casos, es una evidencia. De tomas formas tendría un difícil acomodo en nuestra Constitución. La castración química puede anular el deseo, pero no la agresividad. Un agresor es un agresor y lo seguirá siendo aunque no tenga deseo sexual. No hay que mezclar lo sexual con la agresión porque ese binomio lo único que consigue es que la sexualidad se vea como un peligro, en vez de cómo un valor inherente al ser humano. Las personas no somos máquinas y los mecanismos del deseo y la agresividad no tienen una relación tan estrecha como para que anulando uno anulemos la otra. La frustración que en algunos casos provoca la falta de deseo acaba aumentando la agresividad y eso vuelve más peligrosa a la persona tratada. Cada caso debe revisarse individualmente por un equipo multidisciplinar de profesionales (psiquiatras, psicólogos, sexólogos…). Hay que dotarse de más recursos y organizar mejor los que tenemos. Hay otras muchísimas medidas que se podrían tomar: de tipo educativo, social, jurídico, etc, que serían siempre más eficaces que la castración química. Esta sólo se entiende como una soterrada Ley del Talión y habría que recordar que estamos en el siglo XXI y deberíamos ir más allá y plantearnos soluciones que sí sean efectivas.
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