Volaba la delegación de la selección de Togo de vuelta a casa disminuida, frustrada y, naturalmente, triste mientras el Estadio Nacional de Luanda resplandecía a la luz de los fuegos artificiales, bajo cuyos destellos cimbreaban unas gradas abarrotadas de angoleños ansiosos de ver cómo su equipo ganaba a Mali, la cual se hizo con un punto sobre la bocina tras igualar un 4-0 adverso.
Angola, que viene de dejar atrás más de un cuarto de siglo de guerra civil, había preparado con celo la ceremonia de inauguración de la Copa de África, una primera muestra, aunque simbólica, de que el país ha retomado el rumbo de la normalidad, además de la puerta de entrada a una fiesta de 22 días cimentada en el fútbol.
Sin embargo, surgieron dudas el viernes que colearán durante semanas, después del ataque armado que la selección de Togo sufrió a manos del Frente para la Liberación del Enclave de Cabinda, que se cobró tres víctimas mortales y más de media docena de heridos.
Así que mientras en medio planeta se discutía si habría de celebrarse o no la Copa de África, sobre el césped del Estadio Nacional bailaban docenas de figurantes escenificando la historia de Angola, con referencias al dominio colonial de Portugal y al proselitismo de la Iglesia Católica.
Una pelota gigante en el medio de campo, cubierto por enormes telas sobre las que se proyectaban luces de colores, sirvió de centro neurálgico alrededor del cual se escenificó la música, la historia y la lengua de Angola.
En el palco, junto a un buen puñado de autoridades africanas, estaba el presidente de Angola, José Eduardo Dos Santos, que bajó al césped para saludar personalmente a todo los jugadores.
"A pesar del ataque terrorista, Cabinda seguirá siendo sede del torneo", dijo Dos Santos. "No hay nada que temer", añadió, insistiendo una vez más en que Angola está en condiciones de garantizar la seguridad de todos los equipos y de todos los espectadores.
Vinieron después los himnos nacionales, y el pertinente minuto de silencio dispuesto por la Confederación Africana (CAF) en memoria de las víctimas togolesas, que se quedó en medio minuto mal contado, y el balón comenzó a rodar, sin crespones negros ni nada que se le parezca; ahora era sólo fútbol.
Y sobre el césped, se vio fútbol del que gusta a los espectadores y que odian los entrenadores: ocho goles para un empate a cuatro tras una remontada épica de Mali de la que puede acordarse durante mucho tiempo la selección de Angola.
El equipo local se fue al descanso con dos goles a favor gracias a dos cabezazos de Flavio (m.36 y 43), que en ambas ocasiones cogió a la defensa de Mali de recreo.
Dos penaltis consecutivos anotados Gilberto y el capitán Manucho pusieron a Angola con un 4-0 cuando quedaban menos de 20 minutos para que finalizase el partido.
Vino entonces lo inexplicable: la épica de los cuatro goles consecutivos de Mali para lograr un empate que por el juego desplegado hasta que rozó la humillación no hubiera merecido.
El barcelonista Seydou Keita, por dos veces, el sevillista Frederic Kanouté y Mustapha Yattabela batieron en poco más de 20 minutos la meta angoleña, las dos últimas veces en el tiempo de prolongación, para dejar el grupo A, en el que también están Malaui y Argelia, casi como al principio.
Enmudeció el Estadio Nacional, no era para menos, y se fueron los malienses satisfechos a medias: sobre el papel, cuentan con un equipo notablemente superior a Angola, una selección modesta que aprovechó la hora de siesta que se echaron los de Stephen Keshi que capitanea el madridista Mahamadou Diarra para ponerlos para las cuerdas.
La Copa de África comenzó como comienzan los grandes espectáculos, con ocho goles y mucho ruido, y sin permitir que la tragedia que puso en tela de juicio la celebración del torneo se interpusiese entre la grada y el césped, donde se juega al fútbol.
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