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El obrero es racista y sus huelgas son salvajes

 

 

PERE RUSIÑOL

Es fácil culpar a los obreros de racismo. Sale gratis, nunca tienen altavoces mediáticos desde los que defenderse y hay precedentes como la adhesión de muchos al nacional-socialismo alemán y al Frente Nacional francés. Si no lo fueran, tendrían igualmente merecida la mácula: por promover huelgas 'salvajes'.

El fenómeno es lo suficientemente serio como para no ridiculizarlo. Pero precisamente por esto hay que explorar bien los matices. No es lo mismo rechazar extranjeros que pedir que los autóctonos también puedan optar a un trabajo al lado de casa. Y por esta vía se llega al meollo: definitivamente, no es lo mismo pagar salarios británicos que trabajar en Inglaterra con las condiciones de Sicilia. Denunciar la treta empresarial no es racista.

La ultraderecha siempe tratará de sacar tajada de las situaciones explosivas. Pero en todos lados también en España y no sólo con los obreros: ¿O es que en las manifestaciones anti-ETA no se exhiben pancartas reclamando el paredón?

Los partidos con vocación de defender a los obreros han mutado muchas veces y el penúltimo salto se vive ahora en Francia. Cambian las siglas, los debates se expanden. Pero sólo tienen posibilidades de servirles si mantienen un principio: '¡Trabajadores del mundo, uníos!

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