Viven en negro: trabajan pero sus nombres no están en la lista de la Seguridad Social, no cotizan ni declaran sus salarios, que son, en bastantes ocasiones, precarios o, simplemente, esporádicos.
El paro y la enorme dificultad para encontrar empleo en tiempos de crisis ha agudizado el fenómeno. Muchas personas se han visto en la necesidad de aceptar trabajos en los que no iban a tener un contrato: necesitaban el dinero. Al mismo tiempo, las empresas se benefician de una oferta de mano de obra mucho más amplia y menos exigente.
Tiene 34 años y apenas ha cotizado a la Seguridad Social. Comenzó como becaria en una universidad y cuatro años después su estatus no ha mejorado mucho: es secretaria de un posgrado, pero no tiene contrato. 'Yo les emito una factura como si fuera autónoma y me pagan como personal externo de la universidad dice Cristina, pero, por supuesto, yo no soy autónoma, me costaría un dinero que no puedo pagar'.
El año pasado, consiguió un empleo como profesora en una academia de idiomas. Completaba de esa forma su sueldo en B y, además, estaba dada de alta en la Seguridad Social.
Todo se fue abajo con la crisis: la academia despidió a muchos profesores o les ofreció dar algunas horas de clase en negro. Cristina no aceptó porque pensó que, tarde o temprano, encontraría un lugar en el que la contrataran. No fue así y unos meses después ha tenido que volver a acudir a la academia para llegar a fin de mes. 'No sé cómo se arriesgan, pero se aprovechan de que la cosa está muy mal y de que todos los que estamos ahí tenemos necesidad de trabajar', dice.
Llegó desde Buenos Aires en 2005, sin trabajo y sin papeles. Durante estos años, ha trabajado como camarero en bares y caterings, siempre de forma irregular. El año pasado, en plena crisis, cumplió tres años en España y se propuso conseguir el permiso de residencia por arraigo. Necesitaba un contrato de trabajo, pero fue imposible: 'Estuve buscando empleo, incluso me ofrecí a pagarme yo la Seguridad Social, pero ni siquiera así, la gente estaba muy asustada con la crisis y no querían coger a nadie'.
Enrique contactó con una editorial para tratar de sacar partido a su experiencia como periodista. La empresa le encarga trabajos, todo pagado en negro, y sigue con su empleo eventual como camarero, aunque ahora los bares apenas le llaman: 'Donde antes pedían seis o siete camareros los fines de semana, ahora se arreglan con dos o ya no necesitan personal extra; y, por supuesto, no contratan a gente'.
No se conocen, pero tienen algo en común: se dedican a las chapuzas y trabajan en negro. Desde hace un mes, Fran ayuda a pintar casas y yates en una ciudad de la costa. Fue allí en busca de dinero, sin importarle otras condiciones. Con 27 años, llevaba meses sin encontrar un empleo. Miguel lleva veinte años dedicado a la construcción, trabajando para empresas, pero la caída del sector lo dejó en la calle y dedicado a arreglos informales.
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