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"Necesitaremos 20 años para superar la violencia de ETA"

El escritor vasco presenta 'Días de Nevada', una novela inclasificable en el que relata su estancia como profesor invitado en Reno, Estados Unidos

Bernardo Atxaga, una mirada literaria.- JAIRO VARGAS

J. LOSA

10.15 de la mañana. Zona noble de Madrid. El escritor vasco Bernardo Atxaga (Asteasu, Gipuzkoa, 1951) trata sin suerte de desentrañar la unidad que da razón y estructura su último libro, Días de Nevada (Alfaguara). Una novela-collage difícil de catalogar en la que se entrelazan la crónica, el relato, el diario íntimo y lo onírico.

Algo espeso, el autor pide un café y demanda al periodista paciencia. "Es la primera entrevista y me cuesta un poco, vayamos de menos a más si te parece".

Ya en harina, Atxaga acierta a vislumbrar uno de los focos —"uno de los centros poéticos", precisa el autor— que hilvanan la novela: la imagen que queda después de la muerte, la idea de trascendencia. "Los reyes y cardenales se procuraron sus sonetos y pinturas para cuando muriesen, pero creo que cualquiera debe y puede tenerlo; un carpintero, una maestra rural... la gente pobre también puede salvarse del olvido, ese es el mundo del que vengo y el mundo al que intento dar un testimonio".

De ahí la obsesión del autor por dar voz y voto a personajes que salieron de la cloaca para asombrar al mundo. Es el caso, por ejemplo, del boxeador Paulino Uzcudun, campeón de España y Europa de los pesos pesados que disputó el título mundial de los semipesados frente a Jack Delaney, en un combate del que, por cierto, fue descalificado por un golpe bajo. "Uzcudun es un personaje que me intriga muchísimo, un boxeador de talla mundial que acaba convertido en un fascista y formando parte de un comando para liberar a José Antonio Primero de Rivera de la cárcel de Alicante".

"Un autentico King Kong humano", sintetiza el escritor al tiempo que cae en la cuenta de que acaba de encontrar otro de los elementos que da unidad a su novela y que andaba buscando al comienzo de la entrevista: la idea del monstruo. "Simboliza lo que llamo la irrupción de la fuerza bruta, de la violencia y la muerte". Una violencia implícita, latente, que el autor percibió de primera mano durante su estadía en Reno, Estados Unidos, invitado por la Universidad de Nevada con la única misión de escribir lo que deseara.

El escritor vasco, durante la charla.- JAIRO VARGAS

"En Estados Unidos y en particular en el oeste del país hay un componente de violencia que está en todas partes y que es inevitable, esa dosis de violencia que está en el aire en ocasiones se te revela cuando menos lo esperas, como cuando vas a comprar lechugas a un supermercado cuya entrada está llena de fotos de niños y niñas desaparecidas, o como cuando vas a un parque a columpiar a tu hija y lees en una placa: en memoria de todos los niños que desaparecieron en este parque".

Así, el rapto y posterior asesinato de una joven en las inmediaciones de la casa del escritor en Nevada y la zozobra generalizada en la que acaban sumidos sus conciudadanos que empiezan a ver violadores en cada esquina, le dan pie al autor para reflexionar sobre el problema de la violencia y la capacidad de una sociedad para asimilarla. "Ante una situación de conflicto como por ejemplo la que hemos vivido en Euskadi, no habrá reconciliación posible, ni siquiera una coexistencia aceptable, hasta que no aflore todo ese mal. No hay que olvidar —prosigue Atxaga— que todavía quedan conflictos como el de los presos de ETA, el asunto de las torturas o el arrepentimiento".

"Calculo que necesitaremos unos 20 años para superarlo y que una generación se sienta desligada de todo este asunto y se reconcilie, hasta entonces soy realmente escéptico", confiesa el autor de Obabakoak.La poética del paisaje

El paisaje en Atxaga va más allá de la mera descripción de lo que alcanza uno a escudriñar, el vasco juega con ese horizonte árido y hostil del oeste americano y se lo lleva a su terreno, a ese otro paisaje imaginario que habita en su cabeza, entre recuerdos de infancia, leyendas y sueños.

"El reto era hablar del desierto y del paisaje pero hacerlo desde el interior y con exactitud poética". Para ello, Atxaga llena el vacío del desierto con una fértil imaginación capaz de conjugar experiencias y emociones pasadas, como el funeral de su madre, la emigración vasca al oeste americano o las peripecias de un boxeador.

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