Como ese esperado regalo de Navidad que llega tarde, pero acaba llegando, el cine de Arnaud Desplechin accede, por fin, a las carteleras comerciales españolas tras años de perseguir sus películas por canales alternativos. Su nombre ya era un secreto a voces entre los cinéfilos: conmovió en los noventa con Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle) (1996), un fresco generacional sobre la crisis de los treinta que a François Truffaut le hubiera encantado firmar. Esther Kahn (2000) y En jouant Dans la compagnie des hommes (2003) competían en Cannes al tiempo que ponían en evidencia dos de las constantes del cine del francés: la familia y la pasión por el arte de actuar, uno de sus vínculos con Ingmar Bergman. Pero fue Rois et reine (2004) la película que lo confirmó como uno de los grandes del cine contemporáneo. Aunque se fue de vacío, Un cuento de Navidad resultó uno de los títulos indiscutibles del último Festival de Cannes.
Esta historia de una familia reunida, a su pesar, en torno a una madre a quien una enfermedad congénita le obliga a buscar un donante entre sus parientes está destinada a ser uno de los grandes filmes del año. Como mínimo. Desplechin debe ser el cineasta actual más relacionado con la forma de entender el cine del sueco. Frente a otras tendencias contemporáneas que privilegian el trabajo con la imagen, Desplechin redimensiona un cine de raíz dramática basado en el texto y un riguroso trabajo con los actores. Un cuento de Navidad tiene algo de un Fanny y Alexander del siglo XXI, un filme de precoz madurez con una puesta en escena fluida que evita cualquier tentación teatral. Una reunión familiar navideña nos transporta a una casa con tantos rincones a explorar como relaciones se establecen entre los protagonistas: amores y odios paternales, maternales, fraternales, secretos, eternos o nuevos, van aflorando a lo largo del metraje. Marcada desde su inicio por la muerte, Un cuento de Navidad utiliza el humor para soslayar cualquier tentación de caer en el dramón con familia disfuncional, descartar cualquier exhibicionismo sentimentaloide y acabar desembocando en un esperanzador canto a la vida, a pesar de todo.
El reparto
Como Bergman, Cassavetes y otros directores para quienes el trabajo con sus intérpretes es vital, Desplechin ha formado su propia ‘troupe' de actores. El rostro más representativo lo ofrece Emmanuelle Devos, impresionante actriz de belleza sin pulir. Pero en este filme se llevan la palma Mathieu Amalric, probablemente el mejor actor francés contemporáneo, y Catherine Deneuve que a sus más de 65 años vive una etapa de esplendorosa madurez.
CONFESIONES DE UNA COMPRADORA COMPULSIVA
Resulta incomprensible, por lo menos para mí, por qué cierta parte de la industria cultural insiste en el deseo de identificación de las espectadoras femeninas con una panda de oligofrénicas que babean como el perro de Pavlov a la vista de un escaparate. Hace llorar el pensar que alguien encuentre cómico que una mujer esté dividida entre su amor a la tarjeta de crédito y a todo lo demás (maromo, familia, amiga de la muerte y trabajo). No pasaría de banal en otro contexto pero, con la que está cayendo, encima es de mal gusto. ¿Podría pasar por un error de cálculo? En cualquier caso, a los asesores de Confesiones de una compradora compulsiva deberían haberles recordado que de la semana de la moda al ‘outlet' sólo van unos meses. De nada sirve la voluntariosa actuación de la actriz Isla Fisher, realmente dotada para la comedia.
El reparto
Con La boda de Muriel y La boda de mi mejor amigo, P. J. Hogan recuperó el ‘slapstick' para la comedia romántica. Pero aquí le puede la productora (Disney) y su bilis se convierte en babilla de bebé, entregando un filme políticamente correcto sobre el ‘fashionismo' cuando lo que pedía el cuerpo era una crítica del consumismo. La mujer que vende su fondo de armario para pagar sus deudas podría ser una metáfora de la economía de EEUU. El problema es que en la vida real sus excesos los pagamos todos.
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