Existen fechas que se recuerdan siempre en invierno. Tal es el gélido 1939, hace 70 años. En él confluyen el fin y el principio de dos guerras: la civil en España, la mundial en el resto de Europa.
Errando entre una y otra vagaron medio millón de republicanos españoles, sin un horizonte fijo de llegada más allá que la esperanza de ver nacer un nuevo día con vida.
El camino del 'éxodo y el llanto' llevó a muchos de ellos a continuar luchando en distintos frentes, desde Argelia hasta Noruega, desde Francia a las lejanas estepas de Siberia. Muchos murieron en estas batallas; otros en los campos de exterminio nazis.
Mientras el régimen franquista se consolidaba y se perdían las esperanzas de un inmediato retorno, la mayoría de los que no volvieron a España, empujada por la hostilidad de unos países que no deseaban acoger a estos miles de ciudadanos de ninguna parte, se asentó en Francia y allí trabajó y crió a sus hijos. Los demás acabaron en diferentes países de Europa y América, luchando por encontrar un sitio donde poder empezar de nuevo.
Eran momentos difíciles para los vencidos, tan sólo aceptados en México gracias a la voluntad de su entonces presidente, Lázaro Cárdenas, que abrió las puertas a unos 18.000 refugiados que acabaron insertándose en el tejido social, cultural y científico.
En esta época nuestra, tan pródiga en conmemoraciones y homenajes, cabe preguntarse si aún tiene sentido el recuerdo de esta larga marcha de los hijos de España.
La mayoría se asentó en Francia y el resto se repartió por países de Europa y América
Desde los años ochenta, el exilio es objeto de estudio para académicos e investigadores. Una serie de circunstancias ha propiciado cierta sensibilización de la sociedad española hacia ese extrañamiento forzado de una parte de los derrotados de la Guerra Civil.
Entre ellas están las preguntas de los nietos de estos exiliados que interrogan a los libros y quieren saber en qué lugar de la memoria colectiva del país se pueden ubicar estas personas cuya experiencia nos fue robada, produciendo una ruptura del fluir comunicativo de los saberes, que hubo de ser rellenado con los textos y el callado estudio de muchos remendadores de los agujeros de la historia, que han ido intentando zurcir con los hilos del recuerdo una tela que el tiempo y el olvido habían hecho jirones.
Quienes firmamos este texto, organizadoras junto con otras personas de los actos que la UNED y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) han dedicado a la conmemoración del inicio de ese masivo exilio, pensamos que todavía queda mucho por hacer. Recorriendo ciudades y pueblos de distintos países hemos ido encontrando aquellas huellas que otros dejaron marcadas en las tierras y en las mentes de los que vinieron detrás.
Las hallamos en París, capital 'oficiosa' de la República española de 1946 a 1977; en la frontera francesa, entre La Jonquera y Portbou, recorrida a pie de nuevo como lo hicieron tantos miles de hombres y mujeres; en Ginebra, a donde llegaron tras un largo viaje las obras del tesoro artístico español; en México, donde tantos poetas, historiadores, políticos, filósofos, etc. encontraron la inspiración que la guerra les había arrebatado; en Argentina y Uruguay, que de países receptores de exiliados políticos pasaron ellos mismos a ser perseguidos por sus ideas; en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la ciudad que resistió hasta el final de la guerra y que fue la elegida para clausurar este largo periplo de muchos meses, que nos ha permitido recuperar sonidos, imágenes, investigaciones y, sobre todo, testimonios de esa versión de la experiencia humana del desarraigo, pero también de la resistencia a la adversidad vivida con acento español. Un libro y un soporte multimedia tratarán de recoger esa riqueza que hemos descubierto y vivido.
Es hora de reconocer a los ausentes para que regrese por fin esa España peregrina
La experiencia española, desgraciadamente, no es única ni en el tiempo ni en el espacio. Es uno más de los exilios de un siglo plagado de matanzas y horrores. Pero es hora ya de reconocer la ausencia de aquellos que tuvieron que partir dentro del devenir de la historia peninsular, para permitir que esa España peregrina de Francia, de México, de Argentina, de Uruguay y de tantas otras tierras lejanas regrese por fin, y para quedarse, a la casa de la memoria de su patria.
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