Como "Rocky", el boxeador de película con el que le gusta compararse, Hillary Clinton abandonó hoy la campaña electoral: dolorida, golpeada, pero entre los aplausos de un público delirante.
En un acto hoy en un museo de Washington, Clinton pidió el apoyo al virtual candidato demócrata, Barack Obama, y dio las gracias a los 18 millones de votantes que le dieron su respaldo en las primarias, centenares de los cuales se habían dado cita para expresarle su apoyo.
Clinton ha dicho adiós al sueño de su vida, la presidencia del país, y ahora está por ver cuál será su futuro político. Sus partidarios presionan muy fuerte para que Obama le proponga la vicepresidencia, algo que a todas luces ella aceptaría.
Durante los 17 meses que duró esta campaña, Hillary pasó de ser la favorita clara a ser la rezagada y tener unas posibilidades cada vez menores, pero nunca se dio por vencida.
"Nunca me rindo, nunca me doy por vencida" ha sido uno de los lemas de su campaña. Y lo demostró.
Tras su derrota en los primeros caucus, en Iowa, en los que quedó en tercera posición, sorprendió a propios y extraños con una victoria en Nuevo Hampshire.
El "supermartes", en el que ella y sus estrategas contaban con cerrar la candidatura, acabó con un empate técnico. Sin embargo, once victorias consecutivas de Obama en febrero permitieron al senador por Illinois hacerse con una ventaja que, a la larga, se demostraría inexpugnable.
En medio de llamamientos de algunos sectores para que renunciara, Hillary prometió continuar la carrera en tanto tuviera posibilidades. Su claro triunfo en Ohio en marzo y una victoria por diez puntos en Pensilvania siete semanas después le dieron alas y un impulso que le permitió ganar en varios de los estados en disputa restantes.
Para sus críticos, fue un caso de testarudez. A juicio de sus defensores, un ejemplo de constancia. Ella nunca dejó de creer en sí misma y que, como alegaba, era la candidata con más posibilidades de derrotar al republicano John McCain en las presidenciales de noviembre.
Logró conquistar segmentos clave del electorado demócrata: a las mujeres, en particular las mayores de cincuenta. A los hispanos, a los católicos y a los blancos de clase trabajadora.
Para ello fue necesaria una evolución en su campaña: al principio sembraba sus mítines de detalles de su programa político y se presentaba como la candidata con más experiencia, algo que le dio una imagen distante.
En Nuevo Hampshire, unas lágrimas al hablar de la dureza de la campaña le permitieron suavizar su imagen y arañar votos para imponerse por un estrecho margen.
En Pensilvania optó decididamente por un mensaje y una imagen populista. De entonces es una foto memorable en la que aparece en un bar donde bebía tragos de licor con varios trabajadores.
Su campaña también se vio perjudicada por varios pasos en falso. El último, cuando en una entrevista aludió al asesinato de Robert Kennedy en 1968 entre sus argumentos para continuar en la carrera electoral.
Algunos de los peores errores provinieron de su esposo, el ex presidente Bill Clinton. Quizás el más garrafal se produjo cuando en las primarias de Carolina del Sur, a finales de enero, pareció desdeñar el apoyo de los afroamericanos a Obama.
El triunfo de su rival pone fin a un objetivo para el que Hillary, acostumbrada a capear todo tipo de tormentas personales y políticas, se había preparado desde hace años.
Nacida en 1947 en Chicago, se crió en un hogar estricto, donde se le exigía lo máximo como cuestión de rutina y que le hizo desarrollar un carácter de hierro, racional y, según algunos, calculador.
En la mente de muchos estadounidenses está grabada todavía la imagen de los Clinton mientras cruzaban los jardines de la Casa Blanca en 1998 después de que se destapara que Bill había mantenido un romance con la becaria Monica Lewinsky.
Hillary parecía furiosa, pero aun así permaneció al lado de su marido, mientras Chelsea agarraba de la mano a los dos.
Era la segunda vez que se mantenía firme ante los escándalos de faldas de su esposo, después de que en 1992 se revelara que Gennifer Flowers había tenido un romance con Clinton.
El sacrificio la recompensó políticamente, al ser elegida al Senado en el 2001.
En su 60 cumpleaños, en octubre, confesó haber pedido llegar a la Casa Blanca cuando al soplar las velas pidió un deseo.
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