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Hallan restos de un hogar que el Homo Heidelbergensis usó para hacer fuego

EFE

Una placa de hogar utilizada para hacer fuego hace unos 250.000 años, en el periodo Paleolítico Inferior, ha sido descubierta en el yacimiento de Irikaitz, situado en el municipio guipuzcoano de Zestoa, un hallazgo que podría arrojar luz sobre la capacidad que el Homo Heidelbergensis tenía para utilizar el fuego.

El director de estas excavaciones, Álvaro Arrizabalaga, ha explicado a Efe que se trata de una pequeña estructura circular claramente "intencionada" de aproximadamente un metro de diámetro, con componentes de basalto y otro tipo de minerales que tienen cualidades refractarias, lo que los hace idóneos para aprovechar el calor del fuego.

Algunas de estas piedras aparecen "intensamente quemadas" y su posterior análisis permitirá hacer una datación más rigurosa sobre el momento en que fueron utilizadas.

Además los restos se encuentran cerca de otra estructura que podría haber sido utilizada como "paravientos" o como parte de una choza, una ubicación adecuada para mantener vivas las llamas de una fogata.

A juicio de Arrizabalaga, es "poco compatible" que los heidelbergensis fueran capaces de seleccionar estos materiales específicos y de elaborar una placa de hogar como ésta con que no tuviesen los conocimientos necesarios para hacer y controlar el fuego.

El equipo de Arrizabalaga, formado por arqueólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, lleva a cabo sus prospecciones estivales en este espacio desde hace una década, periodo durante el cual también han descubierto un gran número de instrumentos de piedra que apuntan a que este sitio era habitualmente utilizado para tallar minerales.

Las investigaciones han desvelado que estos seres humanos estuvieron acudiendo a este lugar durante "milenios" por alguna razón concreta sobre la que cabe especular con las ventajas que ofrecía este paraje para cazar o con su riqueza en materias primas.

El Homo Heidelbergensis es un antepasado del hombre de Neandertal, de modo que nuestra especie no desciende de él aunque los expertos lo consideran un ser humano.

Arrizabalaga explica que estos cazadores-recolectores subsistían gracias a los recursos que encontraban en su entorno cercano y se organizaban en pequeños grupos de una docena de individuos compuestos por dos o tres unidades familiares.

El reducido número de miembros que integraban estos clanes les permitía trasladarse varias veces al año y montar campamentos provisionales en zonas que conocían y en las que sabían que las condiciones de cada estación les brindaban mayores oportunidades para conseguir alimento, su objetivo principal.

Probablemente conocían bien el paraje de Irikaitz, al que retornaban en octubre para saciar su hambre con nutritivas avellanas, fáciles de recolectar por su abundancia en este mes.

Prueba de ello es que los arqueólogos también han encontrado restos fósiles de cáscaras de estos frutos, así como evidencias que apuntan a que hace un cuarto de millón de años existía un bosque de avellanos en este enclave.

Ahora comienza una larga tarea de laboratorio que puede alargarse más de un año con el fin de analizar detenidamente los hallazgos y llegar a conclusiones más precisas sobre hasta qué punto esta especie dominó el fuego, una incógnita aún no resuelta por la falta de indicios concluyentes.

Los heidelbergensis siguen siendo un misterio, aunque gracias a hallazgos como el de Irikaitz es posible imaginarlos alrededor de este hogar en una fría noche de hace 250.000 años, buscando el calor del fuego para hacer frente a las gélidas temperaturas del otoño prehistórico, incapaces de figurarse que varias eras más tarde, en ese mismo lugar, la hoguera que ellos prendieron iluminaría el camino de los arqueólogos.

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