Sin Agüero para la vuelta por otra de sus fugas cerebrales, un salivazo a un contrario, con un gol en contra y con una imagen deplorable por
un planteamiento mezquino, salió el Atlético del Reebook Stadium.
A los 30 segundos ya sabía lo que le esperaba. Un pelotazo cruzado a la banda, un centro al área y un remate de cabeza de Taylor que entró como entran por allí a los balones aéreos, con todo, con el alma, con el mismo ansia y la misma fe ciega con la que entran relamiéndose a las cervecerías de Benidorm.
Se desnudó el Bolton desde el principio con varios detalles. Iván Campo el primero como encargado de ejecutar la patada larga. No estuvo preciso, pero tampoco es algo que le importe demasiado al Bolton. Como busca las segundas jugadas, no es obligatorio que la pelota aterrice en el pie de un compañero. Otra seña del destape del equipo de Lee fue la importancia de su meta Jaaskelainen en el juego largo. Salió al centro del campo para botar una falta y colocarla en el área. Taylor cazó la dejada de Davies en la frontal y puso de nuevo a prueba a Abbiati. El meta italiano fue exigido en cuatro ocasiones por el mismo Taylor, que pía tanto como chuta.
A ese fútbol cavernario apenas respondió el Atlético en la primera mitad. Un cabezazo de Mista que sacó Jaaskelainen fue casi todo lo que tuvo que ver con la palabra ataque en el primer tiempo. El trivote Mista, Cléber, Maxi, que debía guardar la pelota, o repartirla con avidez hacia los costados ni la olió. Reyes sigue en caída libre, sin encontrarse, sin producir, incómodo porque cada partido es un juicio. Simao tiene arranques intermitentes. Si el Bolton obvió el centro del campo por convicción, el Atlético lo hizo por negación. El invento del trivote moría cada vez que intentaba salir jugando desde atrás y Pablo o Cléber intuían la presión, incluso a distancia, de un contrario. Al central aún le pesa el regalo a Robinnho en el derbi y se saca la pelota de encima antes de que se la den.
A los dos les pasó el remate de Diouf entre las piernas en el gol, que vino de un rechace.
Irresponsable
Varias progresiones, nada del otro mundo, debieron aclararle a Aguirre que podía hacer daño teniendo más la pelota. Metió primero al Kun y luego a Jurado.
Pero Agüero le reventó el plan. Escupió a un suplente del Bolton. Una reacción impropia de un deportista. El gesto más odiado por los jugadores. Su reincidencia habla de jugador que no sabe dónde está, ni para qué juega, ni su responsabilidad. No entiende el fútbol como un profesional, sino como algo suyo. Como un divo cuando todavía no lo es.
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