A Francia le gustaría que todos los futbolistas fuesen como Giresse o Tigana, maravillosos mediocampistas de los ochenta. Gente así simboliza la belleza del país, un paseo junto al Sena o una tarde de sol en los Campos Elíseos. Con ellos Francia ganó la Eurocopa 84 y jugó como los ángeles al fútbol en el Mundial de España 82. Pero era otra época.
Naturalmente, hoy no se imagina un medio campo así: Giresse, Tigana, Luis Fernández y Platini. De aquello parece que ha pasado un siglo. En estos días se impone otro tipo de futbolista: la clásica roca en medio campo, el vigilante de seguridad. Desailly, Vieira, Diarra, Makelele... Da igual la pinta o quizá no. Cuanto más corpulento mejor, porque abarca más. Es la moda, la nueva vida sin la que Raymond Domenech, el seleccionador, no concibe al equipo nacional.
En realidad, esto no es de ahora. Acaban de cumplirse diez años desde el Mundial 98. Entonces a Aimé Jacquet le costó sangre edificar un equipo de legionarios con gente muy física. El país protestó. Era una ofensa al pasado. Pero Jacquet no concebía el fútbol ni la vida de otra manera. Él es hijo de un carnicero acostumbrado a una vida muy prosaica. De niño, se levantaba a las tres de la mañana para ir a la feria del ganado. El resultado colaboró con él. Francia ganó el campeonato. Jacquet todavía dice que Zidane nunca hubiese jugado con esa facilidad de no ser por todo ese grupo de costureros (Deschamps, Desailly, Petit...) que había a su lado.
Domenech es como Jacquet: un enamorado del fútbol físico
Diez años después, Francia se siente a gusto con esa propuesta. Un equipo muy prudente, sin grandes tentaciones por la pelota. En el medio campo hay dos moles: Vieira y Makelele, que podrían ser los Deschamps y Desailly del verano del 98. La defensa es de piedra: Sagnol, Gallas, Thuram y Abidal. En alguna medida se acepta el paso del tiempo porque en el 98 Thuram jugaba de lateral. Desde ahí decidió la semifinal ante Croacia. Ahora juega de central y parece vitalicio. Tengo un pacto con Thuram, ha dicho Raymond Domenech, el seleccionador. No le dejaré morir en un campo.
Una fotocopia de Jacquet
En realidad, Domenech es una fotocopia en lo futbolístico de Jacquet. Y el caso es que por la pinta y manera de comportarse no se parecen en nada. Jacquet es la noche. Domenech, el día. Jacquet era distante y hermético. Domenech, no. Resulta tentador buscarle un parecido con Woody Allen. Sus declaraciones son colosales, puro ingenio y desafío. Cuando salimos a entrenar me pongo las zapatillas de deporte por ponérmelas, dice riendo.
Thuram, Vieira, Makelele... La vieja guardia sigue dominando
En un país de talento, a Domenech le pasa lo que a Jacquet. Nunca ha sido bien visto. Ni lo será. De hecho, la crítica estaba esperando que fracasase en el Mundial 2006 para machacarlo. Pero de ahí, Domenech salió reforzado. También su ideología. Con él, Vieira, Makelele, el mismo Thuram, podrían jugar hasta los 40 años. Ni así, probablemente, le parecerían viejos. Mis jugadores no están mayores.
Enseguida delata su manera de pensar: Los veteranos contagian seguridad: nunca les asaltan las dudas. La sensación es que les concede más importancia a ellos que a Ribery o a Benzema, que son los que deciden los partidos. Benzema no es titular indiscutible, dice en una declaración que molesta a la hinchada, porque Benzema representa el futuro, la vida que no puede esperar.
Sin Zidane, Francia es Benzema, el mejor delantero centro de los últimos veinte y treinta años, por encima de Trezeguet, Anelka y hasta de Rocheteau. Muy superior también a Dugarry y Guivarch, los arietes que utilizó Jacquet para ganar el Mundial. Es en una de las pocas comparaciones en las que este equipo gana claramente al del 98. Ribery también ofrece más que Djorkaeff, que entonces ya tenía una edad avanzada. Pero hoy falta un tipo con la potestad de Zidane. Y en eso Domenech sí coincide con todo el mundo.
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