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Dos fantasmas caminan hacia Santiago

'Finisterrae', de Sergio Caballero, nació como campaña del Sónar y creció hasta ser un filme insólito con vida propia

S. BRITO

Cuando los dos fantasmas protagonistas, con las clásicas sábanas y ojos de pega, hacen una parada en el camino y uno le pregunta a otro si sigue con el psicólogo y las pastillas, no cabe duda ya de que Finisterrae no se toma en serio a sí misma.

Antes, ya se había lanzado una pista de que aquello era puro humor surrealista: el ataque a una hippy en medio de un paisaje desolado daba el contrapunto gamberro a la seriedad y trascendencia del inicio. 'Se puede ser poético y al mismo tiempo reírse, no veo qué hay de malo en ello', asume Sergio Caballero, director de este raro artefacto cinematográfico que llega a las salas de cine hoy.

Caballero ha vuelto a hacerlo: después de la campaña del Sónar protagonizada por Maradona o de aquella entre inquietante e hilarante de las gemelas con poderes paranormales, se le ocurrió que no estaría mal poetizar la doble sede del festival de música experimental con un viaje entre Barcelona y Galicia.

La dirección de fotografía es de Eduard Grau, que trabajó con Tom Ford 

Sólo que esta vez se le ha ido de las manos: la idea de seguir a dos fantasmas que deciden hacer el camino de Santiago para una vez en Finisterre empezar una nueva vida terrenal y finita creció hasta convertirse en un filme que respira con vida propia, como una criatura insólita.

Finisterrae es ante todo un cuento, con sus fantamas asustadizos, sus animales del bosque (y disecados), sus brumas, su misterio... y también su príncipe. La película se cuenta a modo de viñetas (de cuento o de cómic) y la acción se propulsa como por arte de magia: 'Me interesaba recuperar el encanto y los trucos de los principios del cine', reconoce Caballero, quien, más que el cine de Albert Serra, reconoce como influencia a Philippe Garrel y a los artistas suizos Peter Fischli & David Weiss.

Eduard Grau, uno de los directores de fotografía españoles más prometedores (Un hombre soltero, Buried), se encarga de la fascinante fotografía de este cuento que pone en juego el artificio de lo real y la idea de que el cine puede ser un acto de imaginación libre y nada más.

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