Cuando éramos niños (cuando éramos muy niños) casi no sabíamos lo que significaba masturbarse. Sin embargo allí estaba el cosquilleo, la sensación cálida bajo el vientre cada vez que los protagonistas de las películas se besaban o cada vez que entre las revistas de belleza del kiosco, tu vista alcanzaba aquella publicación en la que en la portada la mujer estaba más desnuda y sugerente de lo normal.
La misma sensación, aquella, que te provocó Ana La Marrana (la niña más bruta y sucia de segundo curso) cuando te dijo que te frotaras contra ella en los lavabos del patio, o cuando, aprendidos los movimientos, decidiste hacerlo tú en tu casa, sin saber muy bien dónde atinar, pero... qué placer buscar entre la piel.
Pasarían los años y los libros de Conocimiento del Medio apenas te explicarían lo que a ti ya te habían contado tus primos mayores, tus amigos del pueblo, las enciclopedias polvorientas del estante o el primer porno a escondidas de cualquier canal analógico, Canal 28, por ejemplo, a media noche. Luego llegaría Internet, el casi sexo virtual con tus primeros novios: palabras fuertes, 'estoy en camisón y te echo de menos, y además...'.
Y tus amigos, en el instituto, hablando de sexo, y en la tele las series para adolescentes, hablando de sexo, y todo, absolutamente todo el universo, hablando de sexo sin que nadie lo hubiera hecho ni una sola vez.
Sin embargo aquí llega la farmacéutica fea, amiga de tu profesora de Biología, con un pene rosita de goma (bastante risible en cuanto a tamaño) guardado en el bolso y unos cuantos condones, dice, caducados (no vaya a ser que los usemos) para que las chicas y chicos de clase aprendan a ponérselos. En fila india, uno por uno, quita y pon, pon y quita, el pene de goma, exhausto de látex y triste de que no se le dé un mejor uso. Los más listos de clase pensarían que ese pene era el único compañero sexual de nuestra querida farmacéutica y se negarían, con razón, a tocar eso. Teníamos 15 o 16, y algunos ya habíamos follado. Ya teníamos pareja. O ya nos habíamos enrollado con el jevi más jevi del instituto.
Intuición y mucha cabeza para esto del sexo, me diría mi madre cuando encontró el preservativo dúrex natural en mi bolso. Porque nadie nos ha enseñado nada. Porque si alguien se ha interesado por nuestras ganas de follar, ha sido mucho después. Cuando la cosa ya estaba hecha. Cuando el error ya se podría haber cometido. Cuando ya lo supimos todo por nosotros mismos, víctimas de vuestro estúpido tabú, de vuestro incomprensible miedo.
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