La población crece poco a poco en el centro de atención primaria de la carrera de San Jerónimo, en Madrid, a un paso del Congreso de los Diputados. Se acercan las cuatro de la tarde y los asientos de la sala de espera central van llenándose. La intensidad gana. No hay descanso.
En el lado sur del pasillo aguardan Paco Álvarez y su mujer, Patricia Magaña. Ellos no son los protagonistas esta tarde. Lo es su pequeña, Jimena, de apenas 14 días de vida. “Venimos al pediatra. Disponemos de un seguro privado, pero decidimos desde un principio que del embarazo y el parto se encargara la sanidad pública. Nos ofrece más confianza. Cuenta con los mejores equipos y facultativos”, advierte primero Paco. “Eso sí, la saturación salta a la vista, sobre todo con los especialistas. Y la atención, forzosamente, no puede ser tan personalizada como en la privada. Yo mismo tuve un problema de estrés y en urgencias sólo me atendieron después de seis horas”.
Esperas, colas, inflación de pacientes. La ecuación no parece fallar desde hace años. Sanidad pública sobrecargada = sanidad lenta y falta de recursos. “Claro. Es lo que llega a la gente”, subraya Olvido Latorre, médico de familia en Pinto (Madrid). “Hay palpables carencias de facultativos. No se cubren las plazas por vacaciones o bajas. Eso hace que las consultas se saturen. Pero las dolencias no vienen de hoy, de 2007. Es algo crónico. No se previó el aumento de población, la llegada de inmigrantes. Las administraciones, como siempre, llegan tarde”.
Fuga de cerebros
Falta de planificación, sí. Y también olvido. Lo explica Pascual O’Dogherty, jefe de médicos de primaria en San Agustín de Guadalix (Madrid): “Diez años atrás había paro médico. No se convocaban plazas, lo que generó, a la larga, una fuga de profesionales a Portugal, Reino Unido o Suecia. No se cuida la sanidad pública. Hay que incentivar a los médicos. ¿Cómo vamos a investigar y acudir a cursos si atendemos pacientes seis horas al día?”.
El deterioro de la sanidad de todos, apunta O’Dogherty, ha crecido paralelo a la pujanza de la privada, que en principio nació como “subsidiaria” de la primera y que luego se ha hecho con la atención primaria y con los casos de cirugía más sencilla, “y no siempre con el personal más cualificado”.
Pero a cambio es más rápida. Volvemos al inicio. Al cáncer que envenena la pública, la tardanza. Los pacientes de la carrera de San Jerónimo lo repiten. “En la privada me ahorro esperas, así de simple”, dice una joven, Patricia Hernández. Otra paciente, Almudena Muñoz: “No generalicemos. Hay demoras, pero otras veces no esperas mucho. Las cosas mejoran”. Lentas, cómo no.
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