Con su personalidad evasiva y fascinante, desde los egipcios hasta la actualidad, el gato ha conquistado un lugar capital en la cultura y en el arte y a esta historia dedica el historiador Stefano Zuffi el libro "Gatos en el arte".
Por su naturaleza, rara vez se erige protagonista, pero la presencia del gato, en particular en la pintura, nunca resulta gratuita, como se muestra en esta obra, editada por "451.Editores" y traducida por Sofía González Calvo.
En la mayoría de las ocasiones, el gato aparece en escena en un lugar discreto, pero contribuye de forma muy expresiva a caracterizar la imagen, señala Stefano Zuffi (Milán,1961) en la introducción del libro, en el que trata la suerte del gato en la historia y la sociedad desde el punto de vista de las artes figurativas y, en particular, de la pintura.
La narración se inicia en la antigüedad egipcia, en cuya cultura el gato asciende al grado de deidad, mientras que en la Edad Media la imagen del gato inicia un rico recorrido visual que se desarrollará en los siglos siguientes y que ha mantenido sus significados y referencias hasta nuestros días.
Para este felino, el Renacimiento "es una verdadera conquista intelectual". Jan Van Eyck, Antonello da Messina, Domenico Ghirlandaio, El Bosco, Leonardo da Vinci, Jacopo Bassano, Paolo Veronese o Tintoretto fueron algunos de los que reflejaron al gato renacentista, símbolo de la tranquilidad doméstica.
En el Barroco, se convierte en un animal transversal, cuya presencia hermana las casas de los campesinos con las residencias burguesas y con los palacios nobiliarios, pero tiene vedado el acceso a la corte. Ejemplos son "La Anunciación", de Rubens; "La Sagrada Familia", de Rembrandt ; "Las hilanderas", de Velázquez; "La cocinera dormida", de Nicolas Maes, o la "Mujer fregando", de Giuseppe Maria Crespi.
Sensualidad, malicia, poder de seducción son algunas de las representaciones inéditas del gato que surgen en el siglo XVIII. El refinado erotismo y las alusiones picantes de la pintura del XVIII descubren la sensualidad de los movimientos felinos. Así lo hicieron Jean Baptiste Siméon Chardin, Francois Boucher, William Hogarth, Giacomo Ceruti o José del Castillo.
La sociedad y la cultura del siglo XIX ofrecen un escenario ideal para los gatos y sus imágenes se extienden por obras pictóricas europeas y norteamericanas. La abigarrada decoración de las habitaciones decimonónicas son lugares perfectos para jugar y esconderse.
La visión de los pintores impresionistas rehabilita a estos animales que aparecen en brazos de muchachas solitarias, románticas, melancólicas y es el silencioso compañero que inspira a pintores y poetas.
Para ilustrar esta época, Stefano Zuffi ha seleccionado, entre otras, obras de Gustave Courbet, Manet, Renoir, Gustave Doré, Paul Gauguin, Henri Rousseau, Stenlen o Felix Vallatton.
Especialmente atractivo es el último capítulo, dedicado al gato contemporáneo, que en los umbrales del siglo XX tiene que redefinir su propia imagen en términos modernos y su figura experimenta un verdadero renacimiento con una secuencia de obras maestras que permiten releer sutilmente, en diagonal, toda la historia de la vanguardia.
Desde el glamour de Steinler a la suaves curvas de Franz Marc, pasando por las elegías domésticas de Chagall, las investigaciones gráfico-geométricas de Klee, la descomposición cubista de Picasso, la sombra de Giacometti, las lecturas contrapuestas de Leger y Miró, o la obsesión erótica de Balthus.
A estos nombres se suman los de Pierre Bonnard, Ernst Ludwig Kirchner, Oskar Kokoschka, Alexander Calder, Andy Warhol, Francis Bacon o Lucian Freud.
El historiador ha incluido un último capítulo dedicado a "El gato endemoniado", pues en la historia del arte no faltan los casos célebres de gatos cargados de una naturaleza maligna. Evidentes son los del Bosco, Lorenzo Lotto y Goya, tres grandes maestros de la pintura y "apasionados investigadores del espíritu humano, de sus miedos atávicos, de sus supersticiones y de los sueños de la razón".
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