Cuatro de sus actores, entre ellos Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman, optan al Oscar, así como el guión que John Patrick Shanley creó a raíz de su propia pieza teatral, que, titulada "La duda", derrocha exquisitez con un tema tan espinoso como la pederastia dentro del clero.
Si los caminos de Dios son inescrutables, más aún lo son los de su llegada a él. "La duda", la exitosa pieza teatral de Shanley, da su salto al cine y es su propio autor el que, dada la complejidad de su obra, decidió llevar a cabo la adaptación para perder en el camino la menor esencia posible.
El resultado se estrena mañana en España y se ha traducido en la decimoquinta candidatura para Meryl Streep, la tercera nominación en cuatro años para Philip Seymour Hoffman y el reconocimiento de Amy Adams y Viola Davis, firmes rivales para Penélope Cruz en el apartado del premio a la mejor actriz secundaria.
Cuatro miradas sobre un mismo tema y cuatro tragedias personales por separado para una única meta: intentar ser fieles a un concepto tan escurridizo como el bien. Porque el gran valor de la película es que el escándalo de su hilo argumental se diluye elegantemente en las búsquedas introspectivas de cada personaje.
Streep da matiz a un personaje fácilmente caricaturizable: el de una madre superiora de rectitud casi dictatorial que se muestra intransigente ante cualquier coqueteo con la debilidad.
Tanto la película como la actriz vislumbran la humanidad detrás del corsé moral, el miedo al pecado y la sobreprotección de la virtud. Esculpe con belleza la gélida y, hasta cierto punto, admirable coherencia interna de la intransigencia.
Como contrapunto, el personaje que interpreta Hoffman, el célebre "Capote" (2006), y que apuesta por la empatía, por la concesión y la belleza de lo imperfecto, por las luces y sombras del mundo creado por su Dios.
Destierra la persecución extrema del pecado, denuncia la capacidad contraproducente de las que se autodenominan mentes biempensantes, pero coquetea también con la autoindulgencia.
Y entre medias, la titubeante inmadurez de la que tira la piedra y esconde la mano en la piel de Adams y el magnífico aunque breve despliegue de emoción de Viola Davis dando vida a quien convive con el dolor y ha aprendido a construir prioridades atendiendo a la mera supervivencia.
John Patrick Shanley no es cineasta y eso repercute en ciertos elementos expresivos del filme y en su resolución, pero, como es lógico, es sumamente respetuoso con el contenido dramático de la cinta, sustentado en diálogos afilados y en reflexiones cruzadas.
Y así "La duda" habla precisamente del propio concepto que le da título: de ese margen de error que siempre queda en una afirmación referente a la complejidad humana y de cómo la certeza, de existir, escaparía a las competencias del hombre.
Mateo Sancho Cardiel
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