Acaba de comprarse una neverita en una gran superficie para meter todos los negativos en conserva, en el desván de su casa. Dice Ramón Masats (Caldes de Monbui, 1931) que nadie le ha llamado nunca para interesarse por el estado y conservación de su obra, parte imborrable de la memoria de este país. Es uno de los grandes maestros de la fotografía española desde que llegó a Pamplona en julio de 1957. En aquel viaje que hizo para disfrutar de unos días libres, con los ahorros del negocio familiar, el reportaje documental fotográfico cambiaría para siempre. A la vuelta de aquellos Sanfermines, Ramón había conseguido un material tan innovador, que la posibilidad de dedicarse profesionalmente a su afición dejó de ser un sueño.
Cincuenta años más tarde aparece una nueva edición de uno de los trabajos referentes en la evolución de esta disciplina artística en España y menos visto de las últimas décadas. En esta recuperación que hace La Fábrica de un libro que todos recuerdan y lleva descatalogado hace años, aparece material inédito que descubre el lado más débil de un fotógrafo con tiento para las imágenes sin noticia, para las fotos sin los grandes acontecimientos que necesita la prensa. Masats es un fotógrafo de alrededores y ambientes; en busca del instante menos relevante, más revelador.
A la capital navarra llegaba un chaval de 26 años de edad que iba a cambiar el sentido del reportaje fotográfico, con la memoria fresca de todas esas imágenes que había visto en las revistas francesas, que incluían grandes reportajes del que todavía hoy sigue considerando uno de sus tres grandes maestros: Henri Cartier-Bresson. Con eso y una Leica logró definir el tono que mantuvo a lo largo de sus trabajos hasta hace unos años, cuando decidió que no haría ni una foto más: 'Hice una exposición en Cuenca y ya no me apeteció seguir'.
En esos Sanfermines había una mirada irónica del tópico, una entrega decidida al instante y la intuición. El libro original se publicó con fotografías de otros fotógrafos aunque desaparecieron de los créditos, cosa con la que Masats nunca estuvo de acuerdo para, según decisión editorial, arropar las faltas de Masats, que no se había interesado por el momento más conocido y rápido de los Sanfermines. La curva de Mercaderes con Estafeta la ocupaban por tradición los fotógrafos locales para retratar los momentos más dramáticos del encierro, pero no él.
'He positivado ese trabajo muchas veces, pero el libro creo que sólo lo he visto una vez', dice Paco Gómez (Madrid, 1971), fotógrafo que durante años se dedicó a trabajar con los negativos de Ramón Masats. Dice que ese reportaje se ha desmenuzado muchísimo, para exposiciones y venta, y que todos conocemos la imagen del perro pisado, la del tipo bebiendo de la bota de vino en la plaza, pero que muy poca gente ha podido ver la edición íntegra de ese trabajo mítico.
Y si alguien la vio en su día comprobará con ésta, que aparece la próxima semana, cómo se han eliminado las fotografías a color que la editorial obligó a hacer a Ramón Masats, con las que él nunca estuvo conforme, sin la sobrecubierta a color y sin el texto introductorio del escritor falangista Rafael García Serrano. Ahora es de Ernest Hemingway. Los Sanfermines de Masats también remiten a un tiempo en el que el fotógrafo era poco menos que alguien que apretaba un disparador y no tenía capacidad de decisión ni de opinión sobre su trabajo publicado.
Aunque el trabajo no se valorase entonces como lo valoramos hoy, los fotógrafos coetáneos de Masats comprendieron la importancia de aquel ejercicio. 'Veníamos de la insoportable fotografía de salón. España vivía por entonces el veneno del pictorialismo que Franco había conseguido prorrogar de manera inaudita, para fomentar el carácter patriotero. Y su máximo exponente fue José Ortiz Echagüe', explica el historiador de la fotografía Publio López Mondéjar.
'Los Sanfermines significaron una verdadera ruptura con todo, un panorama insólito y algo absolutamente revolucionario', cuenta López Mondéjar para explicar que, a pesar de que su generación estaba muy marcada por Francesc Catalá-Roca (1922-1998), Masats no. 'Era un insumiso y un rebelde. Rompe definitivamente con el pictorialismo, en parte porque no pertenece a la burguesía catalana, no pertenece a una gran familia, ni tenía una formación académica, ni vocación de artista. Es muy Pla', porque, según Publio, Ramón Masats mira con desapego todo el mundo del arte, como lo hizo el escritor.
Masats es uno de los últimos ejemplares de una generación de reporteros preocupados no por llegar, sino por estar ahí. Su relación con las fuentes, con los personajes, se mantuvo desde la más tierna inocencia de la sociedad que todavía no ha aprendido la malicia de posar. 'Había mucha inocencia y mucha inconsciencia. Y los fotógrafos nos aprovechábamos de ello, pero no como algo premeditado explica el propio Ramón Masats en su casa de Madrid; la inocencia era en realidad ignorancia. No teníamos conciencia de estar robando el derecho a la imagen de nadie. Ahora esto es impensable y los abogados son los que cambian la fotografía. Fíjate, en estos momentos Cartier-Bresson no podría existir', y ríe.
Caminar a ciegas
'Masats creció a oscuras. No había escuelas, no había festivales, no había libros ni revistas como las hay hoy', explica el fotógrafo Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) para apuntar que precisamente ese 'desconocimiento les benefició porque hay una frescura en la forma de mirar que ni siquiera hoy es común. Los jóvenes fotógrafos de la actualidad tienen la cabeza con tantas imágenes de tantos fotógrafos, que no resuelven las situaciones a su manera'.
La manera de Masats es el sentido crítico. Él dice que es la ironía propia de su tierra y su cultura, la catalana. 'Me encantan los tópicos', susurra picarón tras esos enormes bigotes. Es una visión crítica de un momento social difícil, que resuelve con encuadres y visiones alejadas del mito, una realidad grotesca de los ritos más oficiales. 'Lo que más admiro de Ramón es su capacidad de síntesis crítica para resumir escenas cotidianas', apunta Gervasio.
Entregado al humor, propio de La Codorniz, dice Paco Gómez. 'Es el más dotado de su época, el primero en romper con la puerilidad de la fotografía, pero sin hacer manifiestos. Masats no hace manifiestos, hace fotos recalca López Mondéjar; por eso es tan importante esta edición, como la de otros libros suyos que deberían recuperarse'.
Masats dice de su fotografía que es dispersa, porque siempre se interesó por muchos temas. 'Mi estilo es la diversidad y me ha perjudicado', dice, como si no supiese que sólo tuvo un tema: el tópico, y siempre el mismo tono. También es habitual oírle que un fotógrafo se forma viendo mucho libro, leyendo mucho más y con un buen par de piernas para pasear con la cámara por la calle.
Mucha calle hizo en aquellos viajes a Pamplona, en los que disparó casi 3.000 negativos, apenas un suspiro, como cuenta Chema Conesa en el prólogo del libro. Todos ellos acumulados en una nevera para vinos en un desván de un último piso del barrio de la Concepción, junto a un saquito de tierras contra la humedad, esperando que alguien atienda esa memoria arrinconada.
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