Disonancia cognitiva en el Palau de la Música Catalana de Barcelona. Un lugar tan singular y elegante no bastó anoche para maquear a Moby y su banda. Más bien le hizo un flaco favor y resaltó la vulgaridad del neoyorquino. Si la suya fuera la historia de un profesional anónimo dedicado a componer cortinillas publicitarias según la necesidad del cliente, no habría duda: Moby sería un buen tipo trabajando. Su habilidad para armar una sintonía tan solo con un gimmick y una bocanada de vapor es toda una virtud curricular.
Pero resulta que no. Moby reclama un culto al artista y vende un discurso de eclecticismo que le hace famoso por un lado pero que favorece el soniquete de sus retractores por el otro. Básicamente, se le acusa de insustancial y de hacer música para ascensores. Y, paralelamente, llena hasta la bandera un recinto exquisito y lo pone en pie. Pero, en Moby, lo ecléctico suena monocorde.
Moby salió con A seated night y apareció la banda. A priori, por figuras, Moby lo tenía todo cubierto. Terceto de cuerda, banda rock, sampler, cantante negra para las partes negras y blanca para las blancas. Pero a Moby ni Natural blues (de su último disco) le suena a blues, ni Extreme ways a pop, ni a We are all made of stars a soul house. También naufragó con The Great Scape, una balada en el peor sentido.
Todo le suena a discurso vacío en el que lo ambiental es chill out de esto hubo poco y donde la banda empeora el asunto. Hay músicos así en los concursos de aspirante a estrella. Cuando retrocedió hasta su primer single, Go, parecía que arrancaba a base de jungle house. En realidad, Moby diseñó un subidón de pacotilla: se dirigió a los bongos y se limitó a animar al público con los puños en alto.
Como no, Porcelain (de su álbum Play) fue la más ovacionada de la noche. Los españoles que había en la sala la habían oído mil veces antes porque es aquella sintonía de la tele. Acabó con el público en pie, con Lift me up, de su anterior disco, Hotel.
A Moby le ha crecido el tinglado sin saber qué quiere ser. Si prefiere el vegano hardcoreta que versionó a Mission of Burma, el modernillo que se abrazó a la electrónica cuando estaba por hacer, o el gafapasta emprendedor vendido a los consejos de administración. Los dos primeros no se hubiesen comido nada. Y al último le va muy, pero que muy bien. Pongámonos cursis: si la música es la medicina para el alma, Moby vende como mucho Actimel.
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