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La crisis de la canción melódica preconstitucional

Julio Iglesias abarrota el Gran Casino de Aranjuez de un público 100% español

CARLOS PRIETO

Noticias inquietantes de la noche del martes. A) La prima de riesgo llega a los 404 puntos. B) Concierto de Julio Iglesias en el Gran Casino de Aranjuez. En efecto, suena todo a desastre inminente, pero no se apuren: B neutraliza a A. Si todavía hay españoles dispuestos a pagar 423 euros (entrada más lubina y champaña) por ver a Julio Iglesias, nuestra economía está a salvo. Mercados: 404. España: 423. Yupi.

No sólo no parece haber motivos para preocuparse, sino que en el hall del casino reina la euforia contenida. Celebrities que van de la ruleta al photocall (incluido un nieto de Franco con serios problemas para mantener el equilibrio), maduritas enjoyadas con cardados imposibles, señores con peluco de oro y BMW. Todos abrazándose entre sí. Todos con la piel carbonizad.

Pero algo no encaja. Las alfombras del casino recuerdan a la psicodelia atroz de la moqueta del Hotel Overlook (El resplandor), preludio de que algo terrible está a punto de ocurrir. Glups. Entrada al salón. Iglesias abre el fuego con Quijote. Todo va bien mientras canta: 'Y me gustan las gentes que son de verdad / ser bohemio, poeta y ser golfo, me va / soy cantor de silencios que no vive en paz'. Y entonces suelta: 'Que presume de ser español donde va'. Y aquello se viene abajo. Y el pop da paso a la exaltación nacionalista.

Fin del temazo. Una mujer de acento latino chilla: 'España te quiere, Julio'. 'Julio representa la españolidad', había dicho antes un cincuentón con pinta de estar pidiendo a gritos una amnistía fiscal para todos los allí presentes. Demasiada presión. Tanta que casi se lleva a Julio por delante cuando, antes de Un canto a Galicia, remata una reflexión sobre su identidad asegurando que es medio gallego medio andaluz. Error. Tensión preconstitucional. Se oyen algunos pitos. Y gritos: 'Español, nada más que español'. Resumiendo: para un sector del público la hilarante Un canto a Galicia tiene el mismo significado político que el Eusko Gudariak.

Musicalmente, lo esperado. Iglesias se crece con sus clásicas baladas románticas ultravaporosas: Hey, Manuela y la espeluznante De niña a mujer. Sufre con los palos tropicales (destrozo del tango Corrientes 348 y versión sin fuelle de La gota fría) y toca techo con una interpretación muy mejorada de su primer éxito, La vida sigue igual ('He decidido volver a cantar todo lo que canté mal; es decir, todo').

Lo peor: no tocó Soy un truhán (¡no jodas, Julio!). Lo mejor: sus disparatadas digresiones de crooner latino/fogoso/forrado: 1) 'En el amor no he fallado porque nunca he dejado de querer'. 2) 'Soy muy vulnerable. Si miro a mi mujer a los ojos tras pecar, lloro'. 3) Y el clásico chascarrillo costumbrista de mansión de Miami: 'Una vez le dejé mi avión a Pavarotti porque el suyo se había roto' (como quién le presta el cortacésped al vecino). ¿Qué más se puede añadir? ¡Weah!

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