Cuando tenía 18 años, al escritor Montero Glez (Madrid, 1965) se le abrieron las puertas de la sangre: el Candela, un bar de flamencos del barrio madrileño de Lavapiés. A través de su dueño, Miguel Candela, conoció la música y el arte de Camarón de la Isla, Rancapino, Chocolate, Sordera, Caracol, la Faraona y los Habichuela. Se le metió dentro y ya no salió más. Esa deuda la ha pagado ahora, dice, con la novela 'Pistola y cuchillo' (El Aleph) en la que recrea la vida de Camarón. En ella aparece como lugar emblemático la Venta de Vargas, el local gaditano donde Manolo Caracol escuchó a ese niño rubio que acabaría revolucionando el flamenco. Pero también Torres Bermejas, el tablao donde Camarón empezó a cantar en Madrid. Una historia a golpe de fandangos, bulerías y cante jondo. Un arte, que como señala el escritor en esta entrevista, 'no sólo debería ser patrimonio de la humanidad, sino de la divinidad'.
¿Por qué decide escribir esta historia sobre Camarón tan alejada del género biográfico?
Yo merecía esta historia. Tras ganar el premio Azorín iba a escribir una historia de aventuras, pero me encontré con ella. Es mi obra menos comercial, pero es mi obra más de dentro, la más sentida. En ella, el protagonista soy yo. La primera persona cuesta mucho, pero he cogido el referente de Cervantes y Galdós. A mí se me apareció esta novela cuando José Miguel Carmona, el guitarrista de Ketama, me dijo que había fallecido Miguel Candela. Cuando tenía 18 años, a finales de los ochenta, empecé a escuchar flamenco de la mano de Miguel Candela, en el Candela. A mí en esa época no me gustaba lo que había en el Rockola. Para mi el Candela fue mi universidad. Y me encontré con Camarón, que recogía el pasado y lo proyectaba al futuro. Camarón se convirtió en una de mis referencias, junto a Hemingway, Shakespeare, Francisco de Goya y la naturaleza.
¿Cómo se aborda esa figura siendo tan referencial?
Rompiendo muchas cosas y con mucho respeto. Quería revivir al que nunca murió del todo. Y no quería hacer una biografía porque para mí este es un género muerto. Pero he roto muchas cosas, he tirado la toalla...
Y ha reivindicado una personalidad muy poco conocida de Camarón. Él aparece alejado del mito.
Es que él era un estudiante. Si se enteraba de que existía un cantaor bueno, se iba a verle para aprender. A mí me pasa un poco lo mismo, me hablan de un Pablo Gutiérrez, de un Matías Néspolo y voy a leerlos. Y sí, esta es una parte de Camarón de la que pocos han hablado.
En esta novela juega mucho con lo que es verdad y es mentira y Camarón aparece retratado como un hombre que prefería mentirse, vivir en la ensoñación.
Ahí sale una frase de Juan Carlos Onetti: se puede mentir de muchas formas, pero la mentira más repugnante es decir la verdad. Yo también soy un soñador y no quiero que me quiten la coartada de fabular. Eso es lo que también quería reivindicar.
¿Él nunca se creyó que era un innovador?
Sí, yo creo que sí. Camarón recogía el pasado y lo transportaba al futuro. Ha sido un revolucionario del flamenco, pero con un respeto por su pasado, y eso es lo más difícil.
¿Qué opina de que tantos le imiten?
Yo soy muy camaronero, y me gusta que lo imiten porque cuando les escucho me traen su recuerdo. Camarón no ha muerto. Los artistas mueren dos veces: una, la natural, y después para el público. Esta última a él todavía no le ha llegado. Él está vivo, como Chet Baker o Bob Marley, y en literatura, como Roberto Bolaño.
En la novela, otro de los grandes personajes es la Venta de Vargas.
En un templo levantado a la memoria. Ahí se ha vestido Manolete. Yo entro ahí y noto la confianza y el cariño. Tienen el punto de saber dónde está el arte y eso ahora prácticamente ha desaparecido. Entras en un bar y casi ni los buenos días.
Por cierto, hoy el flamenco ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad.
Sí, pero es un reconocimiento a todos: a Camarón, Rancapino, Terremoto, Chocolate, Sordera... Pero sí, con Camarón yo lo extendería a patrimonio de la divinidad.
¿Cómo casa el flamenco con la literatura?
Céline cuenta que su novia bailarina le enseñó el ritmo para la escritura. Para mí la literatura es arquitectura, tiene significados argumentativos plásticos. Yo soy una esponja. La música me hace aprender. Y el flamenco es el compás del mecanismo interno que llevan mis frases.
¿Le gusta el flamenco actual?
Sí, me gusta Santiago Donday, el Talega... y me gusta Pitingo y un disco de Dave Holland con Pepe Habichuela.
Usted le debe mucho al flamenco...
Sí, y este libro es parte de la deuda. Sin el flamenco, mi escritura sería peor. Me sentiría muy feliz si alguien llegara al flamenco a partir de este libro.
Por cierto, ¿qué hay de esa novela de aventuras que había empezado?
Sólo llevo veinte páginas escritas. Pero yo lo que quiero es acabar con Ken Follett.
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