Los butaneses acudieron hoy a las urnas para refrendar el histórico paso a la democracia del pequeño y aislado reino del Himalaya y elegir, por primera vez, a sus representantes en la Cámara Baja tras un siglo de Monarquía absoluta.
"Los colegios ya están cerrados. Estoy orgulloso de decir que todo ha transcurrido pacíficamente. Y ahora es el momento de comenzar el recuento", dijo a Efe el presidente de la Comisión Electoral, Dasho Kunzang Wangdi, al término de la votación a las 17.00 horas locales (11.00 GMT).
De los comicios deberán salir los 47 diputados que compondrán la Cámara Baja del Parlamento y nombrarán a su vez un primer ministro, quien contará con el honor institucional de inaugurar la era democrática en este país del Himalaya de apenas 670.000 habitantes, de ellos 318.000 con derecho a voto.
Las autoridades declararon el día festivo para que los butaneses disfrutaran de la cita electoral, y desde primera hora de la mañana monjes y ciudadanos ataviados con los trajes tradicionales del país mostraron sus preferencias en las urnas.
Los electores debían optar por uno de los dos partidos que concurren a las comicios, el Partido Popular Democrático (DPD) y el Partido Virtuoso de Bután (DPT), después de votar, el pasado 31 de diciembre, a sus representantes en la Cámara Alta.
"Aunque no tenemos encuestas, esperamos ganar y poder asegurar un Gobierno estable no de un día, sino para los próximos 100 años. La democracia permitirá a la gente participar en el proceso político y decidir lo que más le interesa", dijo a Efe el portavoz del Partido Virtuoso, Palden Tsering.
La inexperiencia democrática de los butaneses hizo que en abril de 2007 el Gobierno organizara un masivo simulacro electoral en el que los candidatos eran estudiantes de instituto y representaban a partidos ficticios con nombres de dragón y programas imaginarios.
Estas elecciones, que contaron con 42 observadores internacionales, son la culminación de una transición "feliz" propugnada por el rey Jigme Singye Wangchuck, quien, tras dar su visto bueno a una propuesta de Constitución, abdicó en diciembre de 2006 en su hijo Jigme Khesar.
Este, un joven de 26 años educado en Oxford, se ha mantenido con mano firme en la senda de las reformas y ha apostado por transformar el país en un sistema monárquico parlamentario tras un siglo de absolutismo.
Tras la formación del nuevo Gobierno, el rey mantendrá su rol como jefe de Estado y, según la Constitución, sólo podrá ser destronado con el voto de al menos dos tercios de la cámara.
"La democratización del país parte de la decisión del rey. De hecho, muchos de los ciudadanos participan en el proceso porque tienen fe en el rey. La democracia es su deseo", reconoció Tsering.
El ritmo de los cambios ha asustado a parte de los habitantes del país, conocido como el último Shangri-La, que vivió hasta hace poco en un ambiente medieval: no tuvo carreteras, teléfono ni moneda hasta la década de 1960.
Durante su reinado, el rey Wangchuk se embarcó en una rápida modernización que desembocó en la legalización de la televisión e internet (1999) y, más tarde, de la libertad de prensa, en parte para favorecer la cultura democrática.
Pero el renombre mundial de Bután proviene de la institucionalización de la Felicidad Nacional Bruta, un peculiar PIB consistente en el fomento de las tradiciones y la protección del medio ambiente y la verdad en lugar de preocuparse por los bienes materiales.
Su política ha dado frutos entre los butaneses, que, pese a su precariedad económica, son según un estudio de la británica Universidad de Leicester el octavo pueblo más feliz del mundo, por delante de Estados Unidos.
"Esperemos que con la democracia los butaneses seamos aún más felices. Debería de ser así porque la participación ha sido superior al 60 por ciento", dijo Wangdi.
Su departamento se apresta ahora para otro desafío, el recuento de los votos, que se hará de forma pública ("todo el mundo podrá verlo", afirmó Wangdi) y arrojará un resultado definitivo mañana por la mañana.
Llena de retos, esta democracia recién nacida comparte sin embargo rasgos de otras más veteranas, como las inevitables anécdotas de la jornada electoral: la más sonada la protagonizó Tshewang Dema, una mujer de 65 años que caminó 600 kilómetros durante catorce días para poder depositar su papeleta.
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