Hace ya dos años que Black Mirror irrumpió como un huracán en el panorama televisivo. En una programación donde abundan las series sobre temáticas reiterativas y algunas carentes de originalidad, la ficción (o no tanto) creada por Charlie Brooker supuso un soplo de aire fresco y amargo para los espectadores. Tres capítulos, tres temáticas y tres argumentos distintos. Cada episodio, autoconclusivo, cambiaba de actores. Solo la tecnología dominante en un futuro que no parece ni tan lejano ni tan imposible eran el nexo de unión entre las tres historias de la primera temporada.
Ahora, tras su estreno en el Reino Unido, la segunda temporada de Black Mirror llega a España de la mano de TNT manteniéndose en la línea de la primera y superando, si cabe, la bofetada de realidad que supusieron cada uno de sus tres primeros capítulos. Tres nuevos episodios que mantienen el formato, el tono y las expectativas.
Brooker ambienta sus historias en un futuro donde la tecnología esclaviza y condiciona al ser humano. Pese a la dosis de ciencia ficción que esto conlleva, no es difícil identificar la parte de realidad existente en cada historia. Los miedos del ser humano y el poder de las redes sociales y la tecnología siguen en el ojo del huracán. Cómo afrontar la repentina pérdida de un ser querido, el populismo y la pérdida de la identidad son los tres nuevos temas que enfrenta Black Mirror. Temas que se tratan con sobriedad y contundencia dejando al espectador sumido en un mar de preguntas.
Black Mirror no es una serie cómoda de ver ni de final feliz. Lo suyo es el impacto, el alejarse de la autocomplacencia y plantear preguntas que cada uno debe responder.
Nota: A partir de aquí el texto continúa con un breve análisis de cada capítulo que puede contener algún spoiler
El primero en emitirse -el lunes 4 de marzo a partir de las 22.15 horas en TNT- será Be Right Back. La protagonista es Martha (Hayley Atwell), una joven que vive en una granja a las afueras y que descubre poco después de la muerte de su novio Ash (Domhnall Gleeson) que está embarazada. Sola, aislada y sumida en la tristeza se deja llevar por una nueva aplicación que se nutre de las redes sociales.
Si le autorizas a ello, un software rastrea todo lo que la persona fallecida haya hecho público en Internet recreando su personalidad y permitiendo al cliente chatear con un ‘clon virtual' de ese ser querido. No se queda en eso. El servicio que se ofrece es casi completo. Un capítulo que plantea un sinfín de preguntas vitales del tipo: ¿Cómo reaccionar ante la muerte de un ser querido? ¿Podría conformarme con una réplica exacta físicamente e inexacta interiormente? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?
El segundo (aunque Channel 4 cambió el orden de emisión y lo dejó para el final) es The Waldo Moment. Como ya hiciera con el rompedor El himno nacional, Brooker vuelve a dedicar un episodio a la política y lo que la rodea. En esta ocasión dibujando una situación que recuerda irremediablemente a la que se vive hoy en día en muchos países. En medio de la indignación, de la apatía y del agotamiento que los políticos producen en la población surge un nuevo fenómeno mediático. Un oso virtual, gamberro y deslenguado cuya principal función es apalear verbalmente a los políticos.
Detrás de Waldo se esconde Jamie Salter (Daniel Rigby), un cómico treintañero que atraviesa una crisis de identidad y al que nadie presta la mayor atención. El éxito televisivo de Waldo hace que la cadena decida presentarlo a las elecciones. Los votantes, cansados de oír siempre lo mismo, se dejan seducir por un personaje de ficción, un cómico sin programa cuyo único discurso es desacreditar al rival. The Waldo Moment es toda una amalgama de puntos sobre los que reflexionar: la ascensión y caída de los ídolos mediáticos, el hastío generalizado que produce la política, el poder de los medios, la importancia de la imagen pública...
El tercer capítulo (segundo emitido en Reino Unido) lleva por título White Bear. Protagonizado por Lerona Crichlow, arranca con una mujer que un día despierta amnésica. No recuerda quién es, porqué está así. Mucho menos por qué le persigue gente con caretas y por qué quienes se cruzan con ella la graban con sus móviles sin ayudarla. Todo proviene de White Bear, un lugar desde el que se emite una señal que convierte a las personas en simples espectadores anulando su voluntad.
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