La gente interesada en conocer su árbol genealógico suele aspirar a que le encuentren antepasados distinguidos entre las ramas más altas: los nobles, por no hablar de los reyes, están muy solicitados. Los delincuentes, no tanto. No hay muchos que presumirían de estar emparentados con un asesino de niños.
Pero si el criminal cuenta con una buena historia detrás, que ha aparecido en los libros o incluso en el cine, el reclamo del pasado puede llegar a ser atractivo. Quizá por eso la web británica ancestry.co.uk ha puesto a disposición de sus usuarios los registros penales de Inglaterra y Gales comprendidos entre los años 1791 y 1892.
Las actas de los juicios celebrados en ese tiempo son cerca de un millón y medio, y aparecen por primera vez en Internet. Lo primero que llama la atención de los casos penales de ese periodo es lo fácil que era acabar en el patíbulo en Inglaterra en el siglo XIX. Más de 220 delitos eran castigados con la pena de muerte: entre ellos, el robo de cualquier objeto que valiera más de cinco chelines, la falsificación de dinero y salir a la calle de noche con el rostro manchado de negro (se supone que con intenciones poco honorables).
Por eso, no sorprende que la cifra de ejecuciones que aparecen en los documentos alcance las 10.300, más de una cada semana. Las condenas a penas de prisión son más de 900.000.
A lo largo del siglo XIX, sucesivas reformas penales fueron limitando la aplicación de la pena capital. Las penas de robo se ajustaron al valor de los bienes.
Aun así, en 1874 John Walker fue condenado a siete años de trabajos forzados por el robo de unas cebollas. Los jueces administraban raramente la virtud de la misericordia.
Una de las condenas tiene una relación tangencial con el caso del célebre Jack el Destripador. Se trata de la pena de muerte aplicada en 1892 al doctor Thomas Neill Cream, uno de los sospechosos de ser el asesino de prostitutas de Whitechapel. El doctor Neill fue en realidad condenado por envenenamiento.
El sistema penal de la época no era inmune a los alegatos de locura realizados por los letrados de casos notorios. Roderick Maclean estaba esperando el 2 de marzo de 1882 en la estación de Windsor a que apareciera la reina Victoria. Al verla, sacó una pistola y abrió fuego.
La monarca salió ilesa y Maclean fue arrestado. Las actas del juicio revelan que la defensa tuvo éxito al alegar locura. El acusado se libró de una ejecución segura y fue internado de por vida en un manicomio.
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