Así es la violencia digital contra las mujeres, que ya afecta a la mitad de jóvenes y niñas en el mundo
Una forma de violencia que, como advierte Naciones Unidas, amenaza con excluir a las mujeres en redes, y empieza a legislarse como violencia de género.
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Madrid, Actualizado:
En el mundo el 52% de las mujeres jóvenes y niñas han sufrido abusos en línea, como el envío de imágenes sin consentimiento. Justo lo que le ocurrió a Laura, que nada más llegar a Tinder, cuenta: "La primera imagen que recibí fue la del pene de un chico, sin ni siquiera haber hablado. Me sentí mal, asqueada, no entendía qué quería conseguir con ese tipo de fotos". Entonces, después de esa experiencia se quitó la app. Este abandono es, de hecho, una de las consecuencias de la violencia de género contra las mujeres y las niñas en las nuevas tecnologías, que "cada vez encuentra más formas para silenciar y excluir a las mujeres del espacio digital", asegura un informe de ONU Mujeres.
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"La primera imagen que recibí fue la del pene de un chico, sin ni siquiera haber hablado. Me sentí mal, asqueada"
Laura terminó por abandonar la app, mientras Anabel optó por la otra vía, la del bloqueo. En su caso fue al no contestar a un chico en Facebook. Entonces, este le empezó a enviar fotos sexuales sin consentimiento, ella siguió sin contestarle, y terminó por bloquearle, después de recibir varios insultos sexistas. En ese momento ella vivía en Bruselas y, antes de la solicitud de Facebook, solo le conocía de un concierto: "Cuando llegué a mi grupo de amigos este chico ya estaba, mis amigos lo habían conocido en ese momento y esa tarde estuvimos hablando". Al día siguiente, agregó a las dos chicas del grupo, entre las que estaba ella, y aceptó la solicitud: "Dije, estoy en Bruselas, quiero conocer gente nueva". Le "preguntó si quería quedar con él, y luego si quería ver su polla...". "No le contesté, y me empezó a enviar fotos de pollas. No le contesté. Y entonces, antes de bloquearle, me empezó a insultar".
Tanto las fotos sin consentimiento como los insultos sexistas son dos de las conductas más repetidas en los testimonios de las mujeres entrevistadas para este reportaje. Comportamientos que forman parte de la llamada ciberviolencia de género, entendida como "aquella que se comete y expande a través de medios digitales como redes sociales, correo electrónico o aplicaciones de mensajería móvil, y que causa daños a la dignidad, la integridad y/o la seguridad de las víctimas", según Naciones Unidas.
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Un tipo de violencia que ha crecido durante la pandemia, al haber "un mayor uso de internet", según un informe del Parlamento Europeo, que advierte sobre cómo "la actual situación de pandemia de COVID-19 ha provocado un aumento de la ciberdelincuencia, como los delitos sexuales y de odio en línea". A nivel mundial, el 52% de las mujeres jóvenes y niñas ha sufrido abusos en línea, como el envío de imágenes, vídeos o mensajes privados sin consentimiento, mensajes de odio y humillantes, o acoso sexual. Así lo asegura la encuesta World Wide Web Foundation, realizada en 2020 en 180 países, que también subraya cómo el 64% conocía a alguien que los había sufrido.
Además, España no es la excepción, sobre todo entre las más jóvenes. El 47,1% de las chicas de entre 14 y 18 años han recibido imágenes sexuales por internet, al 40% les han pedido fotos sexuales, y al 22,7% les han pedido cibersexo, según un estudio realizado en 304 centros educativos de Educación Secundaria de España, de forma conjunta por el Ministerio de Igualdad, el de Educación y gobiernos autonómicos.
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En España, el 47,1% de las chicas de entre 14 y 18 años han recibido imágenes sexuales por internet
Uno de los retos es identificar la ciberviolencia de género como tal, "ponerle nombre" dice Loreto Arenillas, la parlamentaria de Más Madrid que llamó la atención sobre este asunto en la Asamblea de Madrid. Sin embargo, no es fácil, porque en muchas ocasiones gana el silencio a la denuncia. De hecho, la pregunta que surge después de ver que este tipo de violencia afecta a cada vez más mujeres en redes es: ¿Por qué no hay un Me Too? Quizás porque aún hay mujeres que tienen miedo a romper ese silencio. Porque "todavía hay un factor de vergüenza, de pudor y de tabú", como explica la escritora y periodista Leila Nachawati. Existe cierta idea "de que cuanto menos lo cuentes, menos efecto va a tener". Cuando "es importante compartirlo con otras mujeres que pueden estar sufriendo lo mismo". Porque, "vivir esto desde lo individual, no sirve", insiste Nachawati, que invita a "generar conciencia de que estas cosas son colectivas, y no hay que vivirlas desde lo individual, como una agresión que encima te aísla".
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Otra de las características de este tipo de violencia son los perfiles que suelen ser objeto de ataques y amenazas: las defensoras de los derechos humanos, periodistas, activistas y mujeres que participan en actividades públicas, según un informe de ONU Mujeres. Es "una violencia que afecta especialmente a mujeres que tienen una implicación en la defensa de los derechos de las mujeres, que están en posiciones concretas como, personas con cargo público, dedicadas a la política o al periodismo", explica María Eugenia Rodríguez Palop, vicepresidenta de la Comisión de Derechos de las Mujeres e Igualdad de Género del Parlamento Europeo.
Después de entrevistar a víctimas de violencia digital, todas coinciden en ciertos patrones y en los tipos de mensajes que han recibido. No suelen recibir críticas a su discurso y argumentos, como puedan recibir sus compañeros de profesión, sino ataques sexualizados en forma de insultos dirigidos a su persona o a su físico. Se trata de violencia digital sexualizada. "Yo lo he sufrido, compañeros míos que escriben también sobre Oriente Medio pueden sufrir ataques, pero no en los niveles de violencia sexualizada que he sufrido yo u otras compañeras que trabajan con derechos humanos", cuenta Leila Nachawati, que lleva años trabajando en la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones, una de las organizaciones pioneras en el estudio de este tipo de violencia.
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Pero si hay un caso que demuestra la diferencia de trato que reciben las mujeres y los hombres en las críticas de redes sociales, ese es el de la periodista Ángela Bernardo. En 2016 tuiteó: "Los Premios Nobel de este año han reconocido a siete científicos, dos economistas, un político y un músico. Once galardones = CERO mujeres". Y, a diferencia de otros compañeros de profesión, que escribieron tweets señalando lo mismo, ella sufrió un linchamiento de insultos machistas. "Me llegaron a llamar puta, y decirme que no valía para nada", cuenta. Además de una serie de amenazas que terminó denunciando a la policía, pero, "no pasó nada".
Las víctimas de violencia digital no reciben críticas a sus argumentos, sino ataques sexualizados en forma de insultos
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La parlamentaria Loreto Arenillas habla de un caso similar: "Cuando hago una intervención pública siempre tengo un número de insultos que no tienen mis compañeros diputados, mensajes que son claramente machistas". Y señala una peculiaridad en el tipo de ataques: "Ellos sí que tienen insultos, pero en ningún caso se meten con ellos directamente, sino que se meten con sus ideas; pero, en el caso de las mujeres, lo que yo he ido viendo conmigo y con el resto de compañeras, es que no se meten con nuestras ideas sino que realmente se están metiendo con nosotras". Marta (nombre ficticio) también vivió una experiencia similar en la que los insultos estaban dirigidos a cuestionar su profesionalidad: "Me he encontrado con pseudomenciones claramente sobre mí en las que un grupo de señores me insultaban y decían que a saber cómo he llegado a ser jefa".
En ese tipo de ataques "por el hecho de ser mujer" que "te denigran y se creen en la potestad de cuestionar tu profesión" coincide el testimonio de Gema MJ, intérprete de música clásica y conocida usuaria de Twitter. "A mí me han llegado a amenazar con violarme" –cuenta, semanas antes de tener que cerrar su cuenta por el acoso constante que ha recibido en redes. Amenazas como las que denunció públicamente el pasado mes de agosto Amarna Miller, presentadora del programa "Este es el mood!" y el podcast "Yo también". Miller apunta a la necesidad de no minusvalorar la violencia en redes: "Lamentablemente, cualquier tipo de violencia que no es física tiende a ser considerada como un problema menor, hasta el punto incluso de ser justificada, con comentarios como 'Si es famosa ya sabe a lo que se expone' o 'Es que ser un personaje público tiene sus riesgos'". Y, recuerda que el hecho de "que alguien te amenace a través de las redes sociales es consecuencia de una violencia estructural, agravada por la sensación de anonimato e impunidad".
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No hay que separar la ciberviolencia de la violencia de género. En esto coinciden varias de las expertas consultadas. La eurodiputada María Eugenia R. Palop insiste en que "hay una continuidad entre el mundo virtual y el físico, y que la violencia digital puede tener consecuencias físicas, como aquellas mujeres que "son acosadas en la calle, cerca de sus casas porque han localizado sus domicilios".
Palop también recordaba a aquellas mujeres que terminan abandonando la red social después de años de linchamiento, como Ada Colau. Una consecuencia propia de "la violencia de género contra las mujeres y las niñas en las Tecnologías de la Información y la Comunicación", que "cada vez encuentra más formas para silenciar y excluir a las mujeres del espacio digital" –señala el informe de ONU Mujeres.
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La alcaldesa de Barcelona abandonó Twitter el 11 de abril de 2021 después de un tuit en el que señalaba que "en los últimos años" la red se había "llenado de perfiles falsos y anónimos que intoxican e incitan al odio". Dos días más tarde, la periodista Cristina Fallarás escribía Yo también dejo Twitter, donde reconocía que, en su momento, Twitter le había servido para arrancar #Cuéntalo, pero que eso "ahora sería imposible" porque "se llenaría de machos 'contando' basuras, insultando, burlándose". "Sencillamente ya no sirve", decía.
La ciberviolencia de género es una extensión de la violencia de género
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Dos casos, el de Colau y el de Fallarás que demuestran cómo, aunque "los canales son virtuales, la violencia es real, porque tiene efectos reales", como recuerda Nachawati. Que la ciberviolencia de género es una extensión de la violencia de género. Porque, como señala Montserrat Boix (Mujeres en Red), "el mundo digital no es un mundo aparte", sino que "lo digital lo que hace es amplificar determinadas situaciones".
Precisamente, porque "la violencia online debe ser tratada como la violencia offline", como apunta Nachawati, la política está dando pasos para incluir la violencia digital en sus legislaciones de violencia de género, como una forma más de violencia contra las mujeres.
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El Parlamento Europeo, recientemente, ha pedido a la Comisión Europea que la ciberviolencia sea considerada como una forma de violencia de género en la futura directiva contra la violencia de género. Con este paso, lo que se pide es homogeneidad tanto en la definición como en el tratamiento de la ciberviolencia de género, y "que los códigos penales de los diferentes países estén alineados", explica María Eugencia Rodríguez Palop.
En España también se está avanzando contra la violencia digital, que se ha tenido en cuenta en la renovación del Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Según fuentes del Ministerio de Igualdad, con la nueva Ley de Libertad Sexual que está en su etapa final de debate, se considerarán como violencia sexual violencias en el ámbito digital, como la que se ejerce por medios tecnológicos o la extorsión sexual.
Incluso a nivel autonómico ha sido un asunto que se ha tratado y legislado. Es el caso de la reforma de la ley gallega de violencia de género, que incluye la violencia digital. Una reforma que entró en vigor el pasado 14 de diciembre. Pero no ocurrió lo mismo en el caso de la Comunidad de Madrid, donde la propuesta presentada por Más Madrid finalmente no salió adelante tras el voto en contra de PP y Vox.
Sin embargo, y a pesar de las resistencias, el reconocimiento de la ciberviolencia de género ya es una realidad –está definida por instituciones como la ONU y el Europarlamento– y gran parte de la política está en marcha para regularla. Ahora queda escuchar a las víctimas para que el silencio cambie de bando.