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Actualizado:La emergencia climática es una realidad multidimensional. En cierta medida, el colapso al que la humanidad se está viendo abocada es fruto de un modelo de producción que se expande más allá de los límites materiales de la Tierra y se sustenta en el uso casi derrochador de los recursos naturales. La humanidad se asoma a un abismo desconocido, así lo advierten los científicos que estudian los efectos que tienen las acciones de los seres humanos en los ciclos del cambio climático.
Esta suerte de hecatombe tiene una relación estrecha con el uso de combustibles fósiles para sustentar los ritmos productivos de las sociedades industriales. Nada se escapa de las manchas del petróleo y los recursos extractivos. Todo queda manchado por el oro negro que tantos conflictos bélicos ha generado en el último siglo. Tanto es así, que se podría trazar un eje con puntos simbólicos en cualquier gran ciudad con el que simbolizar esa subordinación.
Desde la alimentación que nos llevamos a la boca, hasta los proyectos urbanísticos, pasando por el regadío y el sector energético. Son ejemplos claros del nivel multidimensional de esta crisis climática ligada, en gran medida, al alocado ritmo de emisiones de gases de efecto invernadero. En Madrid, una selva de cemento de más de tres millones de habitantes, se erigen algunos puntos calientes que personifican esa dependencia de los combustibles fósiles.
CLH, la despensa de petróleo
A poco menos de veinte minutos de Atocha, en el barrio obrero de Villaverde, se ubica el gigante del que todos los sectores terminan sirviéndose, la Compañía Logística de Hidrocarburos (CLH). Entre las verjas metálicas de un recinto industrial se atisba un skyline de tanques que guardan toneladas y toneladas de combustibles líquidos. Gasolina, gasóleo, queroseno y, en menor medida, biocarburantes. Este lugar es una de las cuarenta instalaciones que CLH tiene por toda la península y una de las tres que se asientan en la Comunidad de Madrid. Solo bastan unos minutos en la puerta para ver cómo los camiones entran y salen del lugar con sus cisternas llenas.
"Las instalaciones de hidrocarburos son la mayor contradicción entre la emergencia climática y la dependencia del petróleo"
“Aquí fluye la energía más importante para que pueda funcionar nuestro modelo económico. Este punto simboliza la mayor contradicción entre la emergencia climática y la dependencia del petróleo y los combustibles líquidos de nuestras sociedades”, explica a las puertas del emplazamiento Tom Kucharz, miembro de Ecologistas en Acción. Los depósitos que alberga CLH en este lugar tienen una capacidad de almacenamiento de 176.295 metros cúbicos. El combustible llega ya refinado a través de una red de oleoductos de cerca de 4.000 kilómetros que se vertebra por toda la península ibérica.
Los combustibles que se almacenan en esta planta y otras tantas se destinan a prácticamente todas las actividades económicas, desde el transporte hasta para calentar establecimientos y hogares. Se calcula que en 2017 se consumieron en España 80 millones de toneladas de combustibles, lo que se podría traducir en diez barriles anuales por cada ciudadano. Teniendo en cuenta las cifras de emisiones que hay detrás de la quema de estos productos, “¿este es el camino a seguir para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París?”, se pregunta el activista de manera retórica, haciendo hincapié en los gases de efecto invernadero (GEI) que hay detrás de la quema de estos líquidos.
Alimentación petrodependiente
En un inmenso polígono industrial, a unos quince kilómetros de las instalaciones de CLH se encuentra Mercamadrid, la despensa de la capital. Más de doscientas hectáreas de almacenamiento logístico de alimentos de hasta cuarenta países diferentes. Frutas, verduras, hortalizas y otros productos frescos con una huella ecológica cuyo rastro toma partida en América, Asia o África. De este lugar depende, en cierta medida, la alimentación de más de 12 millones de consumidores situados en un radio de 500 kilómetros.
"El centro de la producción es generar beneficios y no alimentar"
A grandes rasgos, estos datos y esta forma de organización industrial son un retrato del modelo industrial imperante en las sociedades industriales. “Este es un sistema en el que el centro de la producción es generar beneficios y no alimentar”, valora Adrián Almazán, doctor en filosofía que investiga cuestiones rurales. El pensador, ligado al movimiento ecologista, advierte que los conflictos que esconde este sistema van más allá de las emisiones que se puedan generar durante toda la cadena de distribución. Se trata de ver cómo las formas de consumo masivo que se ejercen desde las grandes ciudades pueden derivar en pugnas bélicas por el control de la tierra. Esta es una realidad muy presente en latinoamérica, donde la deforestación para el cultivo masivo de productos como soja o café desplazan a colectivos indígenas.
También tiene que ver con la forma de entender la extracción de recursos de una forma intensiva que despoja a comunidades sin industrializar de sus formas de entender la vida. “Yo soy un ejemplo de una persona que se ha tenido que marchar de un lugar jodido por la forma de vivir”, expone Serigne Mbaye, miembro fundador de El Fogón Verde, un restaurante agroecológico y cooperativo. De origen senegalés, tuvo que dejar su país y sus gentes cuando los grandes buques pesqueros europeos saquearon las costas y sus peces. Ya no había nada que pescar en aquellas aguas. “Soy un refugiado climático”, apunta.
El caso de Mbaye es un ejemplo de lo que viene; del éxodo climático que se puede dar si no se pulsa el freno de emergencia de un sistema que crece por encima de sus posibilidades materiales.
En busca de viviendas sostenibles
El hormigón, el cemento, los ladrillos. Los materiales que levantan las grandes estructuras donde se asientan los ciudadanos europeos presentan una fuerte subordinación de los combustibles fósiles, sea para su transporte o su fabricación. Tanto es así que la industria cementera es responsable de cerca del 8% de las emisiones mundiales de GEI, según el informe Making Concrete Change.
Pese al apogeo de las renovables, el parque inmobiliario de España y Europa se presenta viejo y ligado a los combustibles fósiles para el calentamiento del hogar o la refrigeración de alimentos, entre otras prácticas cotidianas como una simple ducha caliente. Sin embargo, existen alternativas que van asentándose en las sociedades urbanas. El proyecto Entrepatios se presenta como una de las muchas opciones de viviendas limpias y, además, alejadas de la especulación inmobiliaria.
Cerca del río Manzanares, en el barrio obrero de Usera, se levanta uno de los edificios que en el próximo verano darán cobijo a más de una decena de familias. Las casas, en propiedad de la cooperativa de Entrepatios, se componen de materiales eficientes, con un aislamiento extremo que permite ahorrar y su nutren de la energía solar que decora la azotea del bloque. “Todo por un alquiler de cerca de 700 euros, por debajo del precio de la zona”, explica Luis González Reyes, miembro de la cooperativa y uno de los vecinos que entrará a vivir en uno de los pisos que se están levantando en el lugar.
Decía Murray Bookchin que “el proyecto de dominar la naturaleza seguirá existiendo y conducirá inevitablemente a nuestro planeta a la extinción ecológica”. Por el momento, el camino hacia el colapso lleva un largo trecho recorrido. Quizá esta sea una buena ocasión para desandar lo andado.
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