Cuando el vecino de abajo tiene un narcopiso: "Vives en una cárcel en tu propia casa"
La plaga se extiende con rapidez por Villaverde ante la frustración de vecinos como Pedro Romero, que ha montado una plataforma para exigir soluciones a todas las administraciones. "Esto es como un coche bomba cada día, pero a cámara lenta. Hay que actuar", dice.
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madrid, Actualizado:
Las terrazas bullen de vecinos al final de la tarde. Es víspera de festivo en el casco histórico de Villaverde, uno de los distritos más humildes, al sur de Madrid. Los niños corretean por la avenida adoquinada mientras los padres compran castañas asadas en un kiosco recién instalado. Parecería una escena típica en un barrio corriente si no fuera porque en lo cotidiano se han instalado con rapidez y fuerza el narcotráfico, la drogodependencia y sus problemas asociados. Justo en este orden.
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A pocos metros de los críos, en la fuente ornamental del Paseo Alberto Palacios, hay alguien metido hasta la pantorrilla que trata de lavar su ropa interior. Nadie parece prestarle atención, ya es un elemento más del paisaje, como los coches de Policía que deambulan cada pocos minutos por la zona. Pero el principal problema no está a la vista, sino puertas adentro. En concreto hay 14 problemas localizados, conocidos y señalados por los vecinos, aunque son conscientes de que hay más. Solo es cuestión de tiempo ponerles número, piso y puerta. Uno de ellos está en el número 3 de la avenida, donde el telefonillo no funciona desde hace semanas y la puerta ni siquiera cierra. Los cristales están rotos y el trasiego de personas que entran y salen es muy superior al de cualquier bloque de viviendas.
En el segundo piso, puerta F comenzó a funcionar un narcopiso a principios de año. Desde entonces, el bloque se ha convertido en una burbuja sin normas y un foco de problemas que trae de cabeza al resto de vecinos. Por las escaleras bajan dos chicas jóvenes con marcada ojeras que guardan en el bolso una pipa fabricada con un bote de Actimel y papel de plata. Pueden verse cristaleras rotas, agujeros en las paredes y una puerta blindada con las cicatrices de la última intervención policial, el pasado 29 de septiembre. "De poco ha servido. Cuando consiguió entrar la Policía ya habían conseguido deshacerse de toda la droga. Tres días después, volvieron y regresó el trasiego de yonquis y el escándalo".
"Se han hecho dueños del bloque y vivimos con miedo"
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Pedro Romero y su mujer, Mar, llevan viviendo en Villaverde desde hace 55 años. Temen acabar marchándose, porque significaría haber perdido una batalla que ya ganaron en los años 80, durante la epidemia de la heroína. "Murieron muchos amigos nuestros. En este barrio golpeó muy duro, pero entonces los problemas estaban en la calle, en casa estabas seguro", apunta Romero. Viven justo encima del narcopiso, aunque la vida, explican, les ha cambiado por completo en cuestión de meses. "Se han hecho dueños del bloque. Hay problemas constantemente y vives con miedo. Nunca sabes qué te vas a encontrar cuando entras o sales de casa. Hay peleas, amenazas, gritos de madrugada... La gente llega en pleno síndrome de abstinencia buscando su dosis y no sabes a qué atenerte", explica la mujer.
En la misma planta, una vecina que prefiere no dar su nombre resume claramente la situación. "Vives preso, como en una cárcel en tu propia casa". Su puerta ahora está protegida por unos barrotes de acero. Decidió instalarlos, junto la alarma, la mañana que abrió la puerta y se cayó dentro de su piso un adicto que dormía apoyado en ella. Ella ya arrastraba un trauma por una agresión en su trabajo, pero ahora, con la ansiedad que acarrea vivir junto a un narcopiso, sus problemas psicológicos se han agudizado. "He pasado varios meses sin salir a la calle, me he obsesionado y me da miedo cualquier cosa", apunta. Ella se iría si no fuera porque compró este piso hace dos años. "¿Quién me lo va a comprar ahora con lo que hay aquí montado? Ha perdido al menos la mitad del valor", dice angustiada.
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Romero, presidente de la comunidad, decidió el pasado verano dar un paso más. Contactó con los presidentes de otros bloques donde hay narcopisos, que están a escasos cien metros unos de otros, y se constituyeron en la Plataforma Vecinal contra la Droga 28021, el código postal del barrio. El pasado 6 de octubre convocaron una protesta frente a la Junta Municipal del Distrito, con apoyo de las plataformas vecinales de todo Villaverde. "Es año electoral y sabemos que los políticos están receptivos. Yo no quiero contar el drama en el que vivo, sino que se solucione un problema que afecta de forma directa a 800 personas e indirectamente a más de 40.000 que viven en el barrio", asevera.
"Te cruzas con ellos y te miran como si te perdonaran la vida"
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Se ha reunido con la vicealcaldesa, Begoña Villacís; con la portavoz municipal de Más Madrid, Rita Maestre; con la delegada del Gobierno en la Comunidad, Mercedes González; y hasta con el comisario de la Policía. "Todos, salvo la comunidad de Madrid, que dice que no es su competencia, son conscientes del problema. Dicen que quieren trabajar en ello, pero la ley es bastante laxa al respecto y esto no depende solo del trabajo policial", lamenta.
No le gusta hablar de narcopisos, al menos en este caso. "Esto es una evolución bien pensada, los que dirigen esto van siempre dos pasos por delante. Son una red organizada de narcotráfico en pleno corazón del barrio. No son casas fumadero. Se consume, almacena y distribuye una gran cantidad de droga. Heroína, sobre todo. Es un problema muy serio, es como si explotara un coche bomba cada día en nuestro distrito, pero a cámara lenta. Si no se actúa irá a peor. Esto ha pasado muy rápido, en apenas unos meses", resume.
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El presidente de la plataforma utiliza términos de impacto y hace analogías que pueden sonar exageradas para quien no convive a diario con la atmósfera de la droga. Pero los vecinos de Villaverde Alto lo suscriben. "Es que hemos tenido a policías con metralletas en el portal durante varios días después del operativo. No es ninguna broma", insiste.
Denuncian la inseguridad, robos en coches, tirones de bolso a personas mayores, sustracción de teléfonos a cualquier persona en la calle y el deterioro del barrio y de sus casas. "Son personas adictas, las primeras víctimas del narcotráfico. Al principio van pidiendo dinero en las terrazas o en las tiendas, pero si no les das, a veces se encaran y te amenazan. Luego las ves durmiendo en el portal o haciendo sus necesidades en la escalera", explica Mar. No suelen ser gente del barrio, pero todos temen que la heroína, que ha vuelto con fuerza, empiece a llegar a los jóvenes.
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"Y luego está la frustración y el miedo de convivir con los responsables. Te cruzas con ellos y te miran como si te perdonaran la vida, o te gritan que eres una chivata", apunta otra vecina. Romero ve a diario cómo el sensacionalismo de algunos medios les juega en contra, ve a políticos que enmascaran o se intentan mezclar el fenómeno con otros problemas, pero él se encarga de explicarlo por activa y por pasiva. "No es un problema derivado de la okupación, casi todos los narcopisos del barrio son de propietarios. Y eso hace que la Policía tenga muchas más trabas para desmantelarlos. Necesitan una orden judicial para actuar en un domicilio", explica.
En su caso, la vivienda reconvertida en narcopiso era de una pareja de ancianos que murió durante la pandemia. La heredó su hijo, que según han sabido, ha tenido problemas con la Justicia relacionados con el narcotráfico. "Él no vive aquí, la tiene alquilada a varias personas, que son las que distribuyen. Cuando hablas con él te dice que no sabe nada de todo esto, pero muchas veces lo vemos por aquí, viene a controlar el negocio", aclara.
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También ve cómo llega gente con grandes bultos, cómo otros salen y van a una casa de apuestas cercana y cómo después llega alguien con un niño al que le esconden el dinero en la ropa o en la mochila del colegio. Nuevos métodos para una nueva zona.
Un problema que se desplaza
"Todo esto no cae del cielo. Si lo desmantelas policialmente en un sitio y no hay más medidas sociales, el problema solo se cambia de lugar", explica. La llegada de la droga al casco histórico de Villaverde coincidió con las operaciones policiales en naves industriales abandonadas y "narcochabolas" del polígono Marconi y en las infraviviendas de la colonia residencial cercana. Durante décadas ha sido el gran prostíbulo de Madrid a cielo abierto. Trata de mujeres, explotación sexual, narcotráfico y corrupción de menores han sido las noticias habituales de este sector sureño para el que hay un nuevo plan urbano de inversiones.
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"Celebramos que se invierta allí, que haya nuevas empresas y se dote de infraestructuras. Pero el Ayuntamiento sabe que nuestro problema es fruto de todo eso", dice Romero. "Si acaban con los narcopisos aquí ahora de la misma manera, se van a ir a otro barrio humilde de la ciudad, por eso pedimos cambios legislativos e inversión social para abordarlo", añade.
Solo tras las operaciones policiales, el Ayuntamiento ha destinado 800.000 euros para un grupo de trabajo de atención y ayuda a drogodependientes en el distrito que durará hasta 2024. "La acera que están cambiando en esta calle, que estaba bien, cuesta 3,5 millones", comenta Romero con ironía.
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El presidente de la plataforma no es jurista, aunque sabe que no es recomendable una ley de patada en la puerta que permita a la Policía entrar en cualquier casa. "Quizás sería bueno que las investigaciones policiales y los procesos judiciales de los 14 narcopisos del barrio estén concentrados en un mismo juzgado y no en 14. Es evidente que hay una relación entre todos los narcopisos", asevera.
Pide una "actuación integral" de todas las administraciones, fuerzas de seguridad y Justicia, "que lo consideren algo prioritario y se sienten a pensar soluciones y a ponerlas en marcha todos juntos", añade. Se avecina una campaña electoral, reflexiona. "No voy a parar de recordarles los problemas de este barrio hasta que no tengan solución", advierte.