URBANISMO El feminismo que quiere cambiar nuestras ciudades
El urbanismo de género, iniciado en los años 90, se abre paso en Madrid y Barcelona para corregir el sesgo masculino que ha priorizado las políticas de planificación urbana.
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madrid,
Después de varias décadas de feminismo y de denuncia de la desigualdad que soportan en el día a día, el pasado 8 de marzo las mujeres desbordaron las calles demostrando su capacidad de convocatoria –independientemente de la afinidad política y del tamaño del territorio-. En el urbanismo, la mirada feminista de nuestras ciudades se está abriendo paso en las instituciones tras más de veinte años de lucha en el ámbito académico y profesional. El diagnóstico parte de que el urbanismo no es neutro desde el punto de vista de género, y que las principales directrices de la planificación urbana se han tomado dando prioridad a las necesidades del género masculino.
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A pesar de la masiva incorporación de la mujer al trabajo, ni desde el área de urbanismo de las ciudades ni los cambios legislativos a nivel estatal –o la ausencia de ellos- han corregido las dificultades de la mujer para compaginar su vida profesional y familiar, obligándolas a elegir muchas veces entre una de las dos caras de su vida. Esta doble faceta que afrontan las mujeres del siglo XXI tiene su origen en una realidad que quedó oculta tras la industrialización, desarrolla la arquitecta Susana García Bujalance: “Antes de la revolución industrial, todo el mundo trabajaba –incluida la mujer en el campo o en las tareas artesanales- y aunaban la actividad productiva y reproductiva. Es en ese momento, cuando por primera vez se segrega la esfera del trabajo productivo de la del reproductivo, siendo rentable solamente aquello que produce algo en la fábrica. El trabajo reproductivo pasa a un segundo plano en la toma de decisiones y los arquitectos varones comienzan a proyectar las ciudades teniendo en cuenta su experiencia vital”.
"Las mujeres utilizan mucho más la ciudad que los hombres y son las principales usuarias del transporte público"
Esta grave carencia se muestra en los usos del espacio público que realizan los hombres y las mujeres. Partiendo de un perfil de hombre blanco trabajador, que se desplaza de casa al trabajo en su vehículo privado, las ciudades han obviado las necesidades y diversas maneras de vivir una ciudad de la mayoría de la población: mujeres, jóvenes, niños o ancianos. A nivel estatal, el último censo de conductores de la DGT atestigua las diferencias de movilidad de ambos sexos: mientras que los hombres alcanzan la cifra de 15 millones de conductores, las mujeres conductoras se encuentran en 11 millones.
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“Los hombres urbanistas tenían una visión del espacio residencial como una cuestión de ocio y descanso. La vivencia de la mujer es muy distinta, los espacios residenciales son lugares donde se hacen tareas de apoyo y de cuidado cotidiano que suponen un trabajo y dedicación importante. Podemos afirmar que las mujeres utilizan mucho más la ciudad que los hombres, son las principales usuarias del transporte público, utilizan mucho más todos los equipamientos de salud, educativos, deportivos y comerciales -como usuarias o en tareas de apoyo-”, asegura Inés Sánchez de Madariaga -experta internacional en materia de urbanismo de género-.
En esa línea, otro estudio de género en la movilidad, realizado por dos investigadoras de la Universidad de Málaga en el ámbito de la región, evidencia cómo las mujeres desarrollan menor apego al uso del coche para ir al trabajo (42% respecto a los varones) realizando más desplazamientos para llevar y recoger a los niños del colegio (64%), temas médicos (61%), cargas familiares (56%) o compras domésticas (63%). Los hombres, en cambio, centran sus desplazamientos en coche en cuestiones de trabajo (58%) y ocio (59%). En el uso de la bicicleta y el transporte público también se aprecian los contrastes de movilidad de ambos géneros, con diferencias de entre siete y diez puntos en favor de las mujeres.
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Barcelona y Madrid priorizan la seguridad de las mujeres en las urbes
Uno de los aspectos que más limita el uso de la ciudad por parte de las mujeres, amén de la dificultad de compaginar una vida laboral con el resto de desplazamientos que ocupan su tiempo, es la percepción de la seguridad en el entorno urbano. A raíz de casos como el de “la manada”, o el asesinato a las puertas del colegio de su hijo de una mujer a manos de su expareja en Elda, la sensación de inseguridad de las mujeres ha ido en aumento autolimitándose en sus desplazamientos fuera del hogar. Pese a esa sensación, amplificada por el morbo y bombardeo incesante de las televisiones, España se sitúa entre unos de los países más seguros del mundo, con una tasa de 0’7 homicidios por cada 100.000 habitantes, siendo los hombres las mayores victimas en las calles y las mujeres dentro de casa debido a la violencia machista.
"La sensación de miedo limita las posibilidades que la ciudad te ofrece"
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“Cuando estás en un espacio público y tienes miedo de ser agredida, no es lo mismo sentir miedo de que te puedan pegar o agredir como le puede pasar un hombre, que te puedan violar en el caso de las mujeres. Esto cambia sensiblemente la percepción y de pronto la ciudad genera miedos que pueden ser reales, en el caso España son irreales, pero la sensación de miedo limita igual las posibilidades que la ciudad te ofrece. Restringe poder ir a trabajar cuando es todavía de noche si no tiene un transporte público adecuado, poder volver a casa sola o con tu niño pequeño”, explica la arquitecta y docente Susana García.
Para paliar esta sensación de inseguridad, las dos principales urbes españolas han comenzado a dar sus primeros pasos en el urbanismo con perspectiva de género. Importando un modelo llevado a cabo en Toronto o Montreal, Madrid y Barcelona han comenzado a realizar las llamadas “marchas de mujeres” para detectar las deficiencias de sus barrios. “Partíamos de la base de que hay un uso cotidiano que en las transformaciones urbanas planteadas desde el ayuntamiento no se ha tenido nunca en consideración. Cuando hemos empezado a poner en la práctica las marchas exploratorias, recorriendo los barrios en marchas nocturnas con mujeres, es cuando hemos ido identificando en lo concreto qué significa el uso cotidiano del espacio público y cómo lo viven las personas”, sostiene Laura Pérez –regidora del área de Feminismos y LGTBI-.
Tras más de diez marchas exploratorias por diferentes barrios de la ciudad condal, las vecinas han detectado deficiencias en los barrios como la falta de iluminación -relacionada con la percepción de seguridad de las mujeres-, la dependencia del transporte público de muchas mujeres y la necesidad de unas aceras más amplias para las mujeres que transitan con el carro de la compra, sillas de ruedas o el coche del bebé.
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La transversalidad en las políticas urbanas, clave para el urbanismo feminista
La seguridad o el transporte no son los dos únicos ejes que explican la fuerza del urbanismo feminista. El principal valor que destacan las expertas en esta disciplina es la apuesta por la transversalidad en las políticas urbanas, regionales y estatales. Desde el Ayuntamiento de Barcelona, conscientes de su importancia, decidieron impulsar la creación de un área específico para las cuestiones feministas. “No hay ningún área del ayuntamiento que no esté analizado desde la perspectiva de género, empezando por los presupuestos, la contratación pública, el urbanismo o la economía de los cuidados”, desarrolla su responsable Laura Pérez.
Inés Sánchez de Madariaga, como asesora de las principales regulaciones estatales y autonómicas en esta materia, ha detectado varios ejes donde se segregan los usos de la ciudad de ambos géneros. La dispersión de los servicios públicos en las urbes modernas, que ha promovido los desplazamientos en automóvil, o la seguridad y la importancia del espacio público en las mujeres, íntimamente relacionada con la pérdida de las habituales relaciones de vecindad en los barrios son algunas de las cuestiones a tener en cuenta. Pero también, las políticas de vivienda pensadas para las familias “tradicionales”, con dos progenitores y uno o más hijos, obviando las familias monomarentales y la feminización de la pobreza con la crisis. Según el INE, el 80% de las familias con un único adulto tienen como cabeza visible a una mujer.
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"La ciudad tiene que asumir los cuidados porque hasta ahora no los había contemplado”
Las expertas en esta materia abogan por que el urbanismo de género no se clasifique como una moda, ahora que el feminismo está en boca de todos. “Parece que ahora hay una voluntad política en firme de incorporar la perspectiva de género en las ciudades, pero esto no es ni mucho menos novedoso y desde el punto de vista académico se lleva trabajando desde los años noventa”, subraya Blanca Valdivia, del colectivo de arquitectas, sociólogas y urbanistas Punt 6. “El marco legal es bastante consistente, pero es en la práctica donde todavía no se ha hecho prácticamente nada. De lo poco que se ha hecho son las directrices de ordenación del territorio del País Vasco, con elementos estructurales que tienen en cuenta la cuestión de género”, añade Inés Sánchez de Madariaga.
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Una de las principales acusaciones que ha tenido que afrontar esta visión del urbanismo es la perpetuación de los roles de género que existen en la sociedad. Respondiendo a la cuestión de si políticas como la armonización de la labor productiva y reproductiva de las mujeres amplifica determinados roles, Blanca Valdivia considera que es fundamental visibilizar el trabajo de cuidados y darle un valor social que hasta ahora no ha tenido: “El ámbito productivo es muy importante, pero sin las actividades de cuidado el mundo se para y el 85% de las personas que cuidan a enfermos y mayores son mujeres. Es una realidad que existe y no se puede ocultar, las mujeres seguimos duplicando a los hombres en el tiempo de dedicación a las labores del hogar”.
“No hay que normalizar el rol de género, la ciudad tiene que asumir los cuidados porque hasta ahora no los había contemplado”, puntualiza la regidora barcelonesa Laura Pérez. En la misma línea, la arquitecta Susana García considera que el problema es que se sigue pensando que el trabajo reproductivo y productivo son ámbitos separados: “Las tareas reproductivas tienen que tener lugar. Ahora mismo, cuando una mujer tiene un hijo, es ella quien tiene que reducir su actividad profesional. Se trata de que cambie la legislación y, que el padre y la madre, tengan espacios públicos de lactancia y de cuidados. Que en las empresas se hayan abierto espacios de cuidado ha sido una conquista feminista que trata de visibilizar la función reproductiva, pero que favorece a padres y madres”.