Taxistas Las mujeres pioneras del taxi
La leonesa Piedad Álvarez y la pontevedresa Dolores Trabado abrieron camino a sus compañeras al convertirse en taxistas durante la Segunda República. Años después, otras conductoras tomaron su testigo en Madrid, Barcelona y Zaragoza.
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madrid, Actualizado:
Piedad no hizo gala de su nombre e, inmisericorde, se presentó en el diario Proa para dejar claro que ella había sido la primera taxista de España. Una publicación del sector proclamaba como pionera a Dolores, pero insistió ante el reportero que la atendía que el mérito le correspondía a ella. Piedad Álvarez era leonesa y Dolores Trabado, lucense de nacimiento y pontevedresa de adopción.
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La anécdota, datada en 1961, ilustra el carácter independiente de Piedad, una mujer empoderada que llevaba tres décadas al volante. Sin embargo, hunde sus pies en aguas movedizas y legendarias. En realidad, aquel periodista dio aviso a la propia Piedad, quien acudiría a la redacción para poner negro sobre blanco. Así era la grisácea prensa, que vestía sus páginas de luto o de alivio, si bien en 1831 la revista Cartas Españolas ya coloreaba la sección de moda.
Ahora bien, tal y como ocurriría con la disputa entre Álvarez y Trabado por ser la precursora sobre el asfalto, Blanco y Negro había difundido en 1912 la primera fotografía en color, que no coloreada. Proa, periódico falangista que vio la luz tras el estallido de la guerra civil, adolecía de paleta, aunque por su caja tipográfica desfiló Paco Umbral, quien a mediados de los cincuenta también escribía en Arco, vinculada a Falange.
El caso: Joaquín Nieves tomó nota y publicó una entrevista con Piedad, en la que se mostraba resuelta y audaz. Tanto le daba conducir de día o de noche, por la ciudad o por la provincia. “Estoy viva y al frente de mi taxi, igual que hace treinta años”, apuntó en su libreta el reportero, memoria prodigiosa a sus noventa y siete.
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Con el advenimiento de la Segunda República, las mujeres tuvieron derecho a votar y conducir, algo que hoy puede parecer propio de un tiempo lejano, si bien hasta 1981 debían pedir permiso a sus maridos para abrir una cuenta bancaria, trabajar o sacarse el carné. Ella no llegó a pasar por la autoescuela, sino que aprendió aparcando coches, adelante y atrás, en el parking de su madre. Sí lo haría, en 1925, su paisana Catalina García, la primera española en aprobar el examen.
“Hacía el servicio nocturno, una tarea difícil, mas le echó mucho valor a la cosa aquella”, rememora Nieves, quien se valió de su información privilegiada para surtirse de noticias. “Como trabajaba de noche, tenía conocimiento de lo que ocurría y estaba al tanto de los sucesos. A través de ella, me enteraba de muchos asuntos, por lo que se convirtió en una provechosa fuente”. Cuando habla de Piedad, le sale la Peñina, el apodo que recibía una mujer “normal, sin problema alguno, que contestaba a todo”. Ese normal, en contexto, significa extraordinaria.
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“Una adelantada a su tiempo”, matiza el nonagenario reportero leonés, quien se pierde por las carreteras secundarias del periodismo añejo. Las anécdotas son jugosas, pero si la memoria pule y barniza, sus recuerdos centenarios embellecen épocas pasadas que no siempre fueron mejores. “Proa, editado en la avenida de José Antonio, era el mejor periódico de la prensa del Movimiento”, según él, cuya retentiva nos traslada al interlineado de la intrahistoria que tanto gusta a curiosos y fisgones: “¡Llegó a imprimirse en una rotativa nazi de la campaña rusa!”, rememora con una pasión propia de alguien que, al borde de su centenario, es consciente de que cada año supone otra nueva vida, aunque se alimente de todas las pasadas.
Procede extenderse en esta figura masculina en un texto sobre mujeres porque fue el iniciador de todo esto. O, al menos, quien empezó a sacarle punta al relato oficial que situaba a la pionera del sector en Pontevedra, adonde llegaremos si la carrera no se dilata y el taxímetro nos lo permite. Nieves mamó el periodismo local y a él recurrimos para que nos ilustre, pues no sólo trabajó en medios legionenses, sino que su fértil currículo incluye colaboraciones en Espadaña y en El Periódico de Madrid, donde pisó las redacciones de varios medios antes de regresar a su tierra.
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En realidad, era gallego. Nacido en Verín en 1924, pronto empezó a escribir en publicaciones de la capital ourensana. Hasta que tres décadas más tarde conoció a su mujer, Pura, en las fiestas de San Roque en Armunia, municipio independiente absorbido por León en 1968. Huelga decir que, tras su paso por la Escuela Oficial de Periodismo en Madrid, dirigida por Ángel Herrera Oria, desandaría sus pasos tras curtirse durante unos años y regresaría a su ciudad de adopción, donde sigue viviendo con su esposa. “Recibíamos las clases en la calle Zurbano, por lo que solíamos cruzarnos con Eugenio Montes”.
Claro que interesa la escalada franquista del vigués criado en Bande (no sólo porque fundase Falange Española, sino también por otros pasajes más digestivos, como sus poemas en la galleguista revista Nós —suspendida por la dictadura de Miguel Primo de Rivera y desaparecida definitivamente tras el golpe del 36, hasta el punto de que apenas dos ejemplares del último número sobrevivieron a la quema— o sus tres libros en lengua vernácula, entre ellos Estética da muiñeira), pero hemos venido a hablar de Piedad, don Joaquín, por lo que tiene que disculpar la mala educación.
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“Pues ya le digo: era muy abierta y decidida”, prosigue. “Siempre recordaba sus orígenes —su padre había sido un político al que le dedicaron una calle, con quien aprendió a conducir en el citado aparcamiento— y, de algún modo, continuó la saga cuando tuvo dos hijos con un conocido político. Aunque insisto: además de ser una precursora, conocía cada rincón y estaba acostumbrada a lidiar con la gente por la noche, lo que tiene mucho mérito”.
Cuando saltó la liebre en Pontevedra, la Peñina había aparcado el taxi y tenía un ultramarinos, pero conservaba la licencia, por lo que no dudó en volver a pisar el acelerador para seguir arrogándose el orgullo de ser la primera taxista de España, como recordaba hace una década en La Crónica de León Fulgencio Fernández, recuperando así el cuestionario de Nieves. Sin embargo, su caso ya había sido difundido por la prensa madrileña tiempo atrás. En 1935, Mundo Gráfico le dedicó una doble página, cuyo anecdótico subtítulo destacaba que “llevó una vez en su coche a tres carteristas”.
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El reportaje comenzaba con un hombre que se acerca a los taxis apostados en la plaza de San Marcelo y busca a un conductor, hasta que “de entre los jardines surge una mujer que, con gesto y actitud decididos, abre la portezuela del coche y se sienta en el baquet”.
- ¿Adónde vamos, caballero? —le pregunta la Peñina.
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El automóvil arranca y el autor de la noticia, José Montero Alonso, reflexiona: “Mientras otras mujeres inclinan sus ojos sobre los libros de Filosofía y Derecho, mientras otras luchan con el hombre en la cátedra y en el laboratorio, en León hay una mujer que gana su vida ante el volante de un coche. El medio es distinto, pero el símbolo es el mismo”. Álvarez, además de choferesa y tendera, también había estudiado Magisterio, si bien nunca llegó a ejercer de maestra porque tenía que ayudar a su madre y se vio obligada a currar desde joven.
Las preguntas se suceden y va desgranando los gajes del oficio. Lleva doce años conduciendo, aunque tuvo que proclamarse la Segunda República para hacerlo “de un modo ya oficial y público”. Trabaja de nueve a nueve. Su marido lleva un vehículo, ella otro y en breve venderán un tercero a un particular. Si sufre una avería, la repara: “Conozco el motor y puedo resolver conflictos que de pronto surgen en la carretera”.
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No se refiere, claro, a los carteristas: “Hay que tener vista [...]. Desde mi sitio, atenta al volante, oía palabras sueltas que me hacían comprender de quiénes se trataban. Llegamos adonde me habían indicado, me pagaron y nada más”. Tampoco al trato de los varones por ser mujer: “Hay que saber hacerse respetar. Yo he llevado a un grupo de hombres solos de juerga, por ejemplo, y en ningún momento han dejado de respetarme. El público es conmigo de una total corrección”. Piedad no siente temor ni discriminación: “No tengo miedo, ya se lo digo. Voy adonde haya que ir. Lo mismo aquí que fuera, a la provincia. Y si hace falta salir de noche, pues se sale”.
Habría que sumar a sus facetas de maestra sin alumnos, dueña de un ultramarinos y taxista aguerrida un carácter alegre y simpático: “Palabra pronta y rápida, una mirada vivaz. Habla riéndose”, la describe Mundo Gráfico, donde ella recuerda que, además de todo lo anterior, debe cuidar de sus hijos, niño y niña. “Vienen por las tardes a jugar a los jardines de la plaza y mientras el coche está parado, en espera de algún servicio, suelo estar con mis dos chiquitines”, explica en una crónica profusamente ilustrada, con un pie de foto esclarecedor de una época: “¡Qué lejana estampa de la mujer recluida exclusivamente en su hogar!”.
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¿Pero fue realmente Piedad la primera que condujo un taxi en España? Quizás sea lo de menos, aunque tal vez no piensen lo mismo en Pontevedra, donde periodistas e historiadores ubican a quien consideran la pionera, Dolores Trabado. Su nombre llevaba oculto medio siglo hasta que Ramón Rozas, responsable de archivo y documentación del Diario de Pontevedra, la rescató del olvido. Tras encontrarse casualmente con una fotografía suya entre los papelajos del periódico —todo es fruslería amenazada por la quema o el reciclaje hasta que alguien lo pone en valor—, se propuso saber quién era, rebuscó en los fondos documentales y dio con una entrevista que le había hecho Maricarmen, nombre de pila con el que firmaba en el rotativo gallego la también llamada Emperatriz.
A Rozas aquella señora le pareció mayor. La imagen, tomada en abril de 1964, muestra el rostro de Dolores asomando por la ventanilla de su taxi. Su biografía es más tortuosa y sufrida que la de Piedad. Nace en Lugo en una familia de catorce hermanos, por lo que a los cinco años se ve forzada a irse a vivir con una tía suya a Pontevedra. En parte, por las apreturas económicas, aunque necesitaba atención médica tras haber sufrido una grave herida en una pierna.
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“Era de Becerreá y sufrió un accidente con un apero de labranza. Aquí tenía un hermano, quizás un practicante que trabajaba en el sanatorio Marescot, con quien se llevaba mucha edad. Él se la trajo para salvarle la pierna, si bien la pobre quedó maltrecha. Gracias a su fuerza y energía, logró sacar el carné, con todo lo que significaba en la época por su sexo, y pese a las molestias que le causaba la lesión”, explica María Xesús López Escudeiro, filóloga y coordinadora del proyecto multidisciplinar Do gris ao violeta, que recopila la historia femenina de la ciudad del Lérez.
Trabado fue la primera que se sacó el permiso de conducción en la provincia. Fue en 1923, por lo que cuando le sacaron la foto llevaba cuarenta y un años al volante. Su fecha de nacimiento entraña un mayor misterio, aunque bucearemos hasta el probable día en que su madre dio a luz, si bien todavía permanece sellada la fecha en la que obtuvo la licencia. Desde ese momento, Dolores se convirtió en Lola, la de la Cruz Roja, pues su taxi trasladaba a los pacientes del Marescot, a modo de ambulancia.
“También se encargaba de llevar a las parturientas. Era tan generosa y buena que las madres le pedían que amadrinara a los recién nacidos, por lo que tuvo muchos ahijados. Y, cuando llegaba la Pascua, cumplía con la tradición de regalarles el bollo [la mona]”, añade Escudeiro, quien traza un retrato urgente de Trabado: “Dormía muy poco y trabajaba muchísimo, por lo que vivió bien. Una persona muy inteligente que supo buscarse la vida y salir adelante. En el plano personal, era guapa y resultona. Sin embargo, no tuvo hijos ni se le conoció novio. No obstante, ayudó en la educación de sus ahijados y se empeñó en que tuviesen una buena formación. Muy sociable, tenía buenas amigas, a quienes llevaba de vacaciones en taxi”.
Un lujo, claro. Hasta entonces, sólo unos pocos privilegiados requerían en contadas ocasiones el servicio para celebrar la vida o la muerte. Ya saben: bodas, bautizos y comuniones; visitas al médico; velatorios y entierros; el baile de las fiestas de la Peregrina y alguna escapada a Vigo, urbe industrial y cordón umbilical con Buenos Aires, Montevideo, Veracruz, La Habana, Nueva York y otras metrópolis que nos acogieron. “Resulta algo excesivo llamar taxi —porque no contaba con taxímetro— al coche de alquiler de Banderitas, llamado así porque sobre el capó lucía dos pequeñas banderas que flameaban al viento cuando llegaba a las vertiginosas velocidades de setenta por hora en las rectas de Paredes o de Caldas”, escribía a mediados de los ochenta en el Diario de Pontevedra Rafael Landín, quien recuerda a Lola “siempre rozagante y de buen humor”.
Hiperbólico, especula que debió de ser una de las primeras choferesas del mundo y describe unos automóviles de tamaño londinense. “Su vehículo era un inmenso Citroën en el que mis largas piernas no alcanzaban a tocar el asiento delantero. El coche de Lola bien podía suplir a una ambulancia”, comenta Landín con gracejo. Antes, como le comentaba la propia Dolores a Mari Carmen Romero en la charla —titulada La decana de las taxistas españolas vive en Pontevedra—, había tenido un Ford, un Fiat, un Nas, un Chrysler, un Dodge y un Peugeot.
Curiosamente, no hacía guardia en una parada, sino que esperaba las llamadas en el garaje de la calle Marquesa, pues poseía numerosos clientes fijos. ¿Las cualidades de una conductora? “ Buenos reflejos y no ser de temperamento nervioso, [algo que] se da mucho más en los hombres que en las mujeres, por lo que los accidentes son muchísimo menos entre el sexo débil”, detallaba. Pese al término, hoy anacrónico, ella no sólo demostró su fortaleza, sino también un fino sentido del humor: “Hablaba con mucha gracia de la gente reticente a subirse a un taxi guiado por una mujer, y encima coja”, explica la coordinadora de Do gris ao violeta.
Lola nació a principios del siglo pasado. Carmela Sánchez Arines, historiadora del arte y especialista en patrimonio, concreta que su madre pudo dar a luz en 1903. Un breve publicado el 15 de julio de 1910 en el Diario de Pontevedra da cuenta de la “delicada operación a la niña Dolores Trabado López, de siete años, que desde hace más de cuatro está coja de la pierna izquierda por padecer de escrófula”. La intervención había tenido lugar dos días antes en la Casa de Socorro de la Cruz Roja, calificada como “patriótica y humanitaria institución”, y consistido “en el raspado del fémur, cuyo hueso estaba careado en su mayor parte”.
El parte de salud de la pequeña enferma era “satisfactorio”, algo de lo que no podía presumir un tal José, quien aquella noche “fue conducido en completo estado de embriaguez por una pareja de la Guardia Civil, suministrándole el practicante Sr. Amil cuanto fue necesario hasta dejarlo en estado normal”, reza la misma nota. Sánchez Arines también remite a un anuncio económico de El Pueblo Gallego, publicado el 8 de marzo de 1939, donde se cita a varios conductores de coches en el Gobierno Civil para recoger el permiso de circulación. Una mujer encabeza y es la única de la lista. Debe presentarse, al igual que ellos, “con carné de conducir, dos fotografías y cédula personal del corriente ejercicio”.
La historiadora del arte ubica su residencia en el número 4 de la calle de la Marquesa de Riestra —quizás, encima del aparcamiento—, tal y como constata un aviso del 19 de junio de 1963 difundido por el rotativo vigués, que se hace eco del acuerdo adoptado por la comisión municipal para aprobar unas obras de reparación en el primer piso de la casa solicitadas por Trabado. Sabemos, pues, dónde seguía viviendo Dolores en los sesenta. Y entendemos —dado que había sacado el carné en 1923— que el permiso de circulación que le concedieron en 1939, a los treinta y seis años, se corresponde con la licencia de taxista, pues no especifica que se trate de una renovación. Si fuese así, la Peñina, que en 1935 ya protagonizaba el reportaje de Mundo Gráfico a bordo de su Fiat Balilla, es la pionera en España.
Sánchez Arines sugiere que aún queda por escarbar en la biografía de su vecina, esbozada por López Escudeiro en el texto Pioneiras, heterodoxas e rebeldes, incluido en el catálogo Do gris ao violeta, editado por el Concello de Pontevedra. El libro está dedicado a mujeres singulares “que consiguieron traspasar con osadía los muros del espacio doméstico y no dudaron en incorporarse a espacios públicos reservados tradicionalmente al mundo masculino, afrontando toda clase de críticas, incomprensiones e incluso persecuciones”. O sea, pone el foco sobre “la tergiversación, la ocultación y la invisibilidad por parte de la historia oficial”, con el objetivo de “rellenar los vacíos del silencio” y de reconocer su valor en el devenir de la ciudad.
“Fue la primera de Galicia y de las primeras de España que se incorporaron al sector”, escribe con prudencia Escudeiro, quien le atribuye a Dolores —“siempre acompañada por su bastón”— una “gran fuerza de voluntad”, pues “en plena dictadura franquista no era un trabajo fácil” para alguien que no hubiese nacido hombre y “aún hoy en día cuenta con poca presencia femenina”. De hecho, en 1969, El Pueblo Gallego ofrecía a seis columnas una entrevista a María del Pilar Rouco Pérez, "la segunda mujer de la provincia que se decide a hacer norma de vida los tan defendidos y atacados derechos del sexo femenino”.
La taxista de Nigrán tampoco lo había tenido sencillo: "Mi madre quería que me hiciese modista o peluquera, pero fue inútil la oposición [...]. Mi padre se encargó de pintarme este oficio cargado de nubarrones. Que si era lo último para una mujer, que tropezaría con graves dificultades, que si el día menos pensado echaba a perder su trabajo de años y años por un accidente...", le confiesa durante la conversación a Paul [el periodista no firma con su apellido]. Para cumplir el sueño de su infancia y heredar el coche de su progenitor, tuvo que alcanzar la mayoría de edad y emigrar a Alemania con el propósito de ahorrar dinero para sacarse el carné.
Cuando regresó, en 1967 aprobó el examen práctico al volante de un camión Pegaso y se convirtió en la pionera de la comarca de Vigo. No obstante, su padre se lo complicó todavía más, porque se desprendió de la parada y del vehículo de servicio público. “Materialmente, me hizo la vida imposible”. Con el tiempo, ella condujo el taxi de día y él, de noche. “En la Ramallosa se ha granjeado multitud de simpatías”, subtitulaba el periódico, aunque había que llegar al final de la maqueta para encontrarse con los palos en las ruedas de su coche.
"María del Pilar se enfrenta a un problema de educación que le está causando frecuentes sinsabores. Algunos de sus compañeros no pueden soportar que haya alcanzado esta popularidad que a ellos les enerva. Niegan su presencia cuando alguna llamada telefónica la requiere e incluso la insultan”, escribe Paul. “Son hombres... claro, que entienden torcidamente, con espíritu resentido, la competencia. La competencia que les plantea con limpieza una mujer de cuerpo entero”.
En la entrevista se da una pista sobre el día que Trabado habría empezado a conducir el taxi: hace un cuarto de siglo, lo que nos llevaría a 1942 y, por extensión, a 1939, cuando obtiene el permiso de circulación. También de lo que se esperaba de una fémina en el tardofranquismo, como se refleja en la pieza de El Pueblo Gallego: "María del Pilar no ha roto la armonía del hogar ni ahogó su feminidad en la lucha que su trabajo le impone. Tiene, como suena, vocación de taxista, pero todos los días escapa a casa para sacar adelante las tareas domésticas”. Cuando el plumilla le pregunta si tiene novio, responde: "No tengo tiempo para eso, porque si está de aparecer no por mucho que lo busque llegará antes”.
Volviendo a Lola, la de la Cruz Roja, no hay ninguna referencia temporal en la prensa de la época que indique con exactitud cuándo empezó a ejercer. Sin embargo, cuando Ramón Rozas se topó con su foto en el archivo del periódico, en el reverso estaba anotada a bolígrafo la fecha en la que fue publicada, el 28 de abril de 1964, y un texto escueto que indicaba que era la primera taxista de España. “Hallé un viejo sobre en el archivo referido a oficios de la ciudad y me encontré con la imagen de una señora apoyada en un coche. Desde entonces, no se sabía nada de ella: había sido olvidada por completo. Si no fuese por esa casualidad, habría sido como buscar una aguja en un pajar”, recuerda su rescatista. “A partir de ahí, comenzamos a investigar en su vida, pero ha sido complicado ahondar en su figura porque no se encuentran familiares”.
Rozas explica que llevaba a clientes hasta Barcelona y otras urbes españolas. “Estaba al día y modernizaba su flota, porque le gustaban los automóviles y el mundo de la mecánica”, explica el responsable de archivo y documentación del Diario de Pontevedra, convencido de que la hemeroteca es una gruta sinuosa que incita al espeleólogo a adentrarse en ella en busca de caudal informativo. “En los ficheros hay vidas ocultas, que surgen a partir de un encuentro casual. Tiras del hilo y descubres relatos fantásticos, porque la historia de un periódico es la historia de una ciudad”.
El tesoro de Lola es un cofre al que le falta alguna moneda, todavía por recuperar. Rozas le dedicó una semblanza —Dolores, taxista— en el que señalaba que en 1923 era la única mujer que poseía uno de los 1.417 carnés expedidos en la provincia. “Imposible ya desde ese dato desprenderse de esa página [el artículo de Maricarmen], de una biografía profesional llena de situaciones familiares (como la de tener trece hermanos, o de vivir con una tía y una sobrina, o de haber nacido en Lugo y llegar a Pontevedra con cinco años), descubriendo una de esas historias de mujeres sepultadas por el tiempo, por el color gris de tantas décadas y por un mundo secuestrado por los hombres en perjuicio de las mujeres”, señalaba el también columnista en una pieza escrita originalmente en gallego.
Además de rescatar el personaje simbólico de Lola, erige a la entrevistadora en periodista concienciada por las condiciones de trabajo de sus congéneres, de cuyas desconocidas vidas Emperatriz dio cuenta en las páginas del rotativo. “Dolores Trabado al fin y al cabo es un nombre más en esa nómina de mujeres olvidadas y que, en un momento concreto de sus vidas, sin quererlo ni pretenderlo, se convirtieron en heroínas por su fuerza y resistencia ante unos tiempos que no les eran precisamente muy favorables”, escribía hace tres años el archivero, cuya labor contribuyó a recuperar su memoria durante la exposición Do gris ao violeta, englobada en el proyecto A Memoria das Mulleres, impulsado por el concejal de Patrimonio Histórico, Luís Bará, y coordinado por Helena Torres, Montse Fajardo y la propia María Xesús López Escudeiro.
El camino abierto por Lola y la Peñina fue transitado por más mujeres en otras capitales del Estado español. En 1964, Victoria Vasilievna Judoleeva se convertía en la pionera de Madrid tras prepararse durante sólo un mes en la escuela de la Mutua Nacional de Auto-Taxi. La Rusa había nacido en Crimea y se casó con un niño de la guerra —Ricardo Canteli Osegui, vasco de padre asturiano—, como recordaba en 2014 La Nueva España cuando falleció a los ochenta y tres en el Hospital Universitario de Cabueñes (Gijón). Tras seis años aquí y con sus dos primeros hijos a cuestas, puso en práctica todo lo que había aprendido sobre mecánica y conducción en una fábrica de tractores en Rusia, donde había conocido a su marido.
Uno de sus hijos —tendría cuatro—, Constantino Judalieev Canteli, recordaba en el obituario que le dedicó el diario ovetense que “se tuvo que pelear con todo el gremio y ganarse el respeto", aunque era “una mujer de armas tomar que, si se proponía algo, lo llevaba adelante". También alguna anécdota accidentada, como cuando obligó a bajarse del vehículo a un cliente que se había propasado verbalmente y, tras agarrarlo por la pechera, “le plantó dos bofetones y le dejó sentado en la acera".
Victoria llevaba un año en Oviedo, donde vivía su hijo, antes de que le sobreviniese la muerte. Pese a que le habían otorgado la nacionalidad española en 1956, nunca renunció a la rusa. Cuando La Gaceta del Taxi se hizo eco del óbito, Constantino escribió un comentario para matizar algunos aspectos de su biografía. Quien la acompañaba en sus carreras nocturnas era él, un chaval que apenas había soplado trece velas. “[Mi hermano] Roberto nunca fue acompañante de mi madre cuando trabajaba”, pues en 1964 “tenía tres y a los catorce se marchó a vivir con su padre a la República Dominicana, donde residió muchos años”.
El propio Roberto Canteli Judólieev, en un blog creado en su memoria, recordaba que ser una precursora no había sido una “tarea nada fácil para una mujer” durante la dictadura. “Fue una persona sencilla, fuerte y conformista. Quizás demasiado conformista, sin importarle siquiera el mérito de haber sido la primera que conducía el taxi por las calles de Madrid”, añadía su segundo hijo, quien desvela que no le concedieron la licencia, “cuando más los necesitaba, estando ya separada y con cuatro hijos a su cargo”. Sin embargo, según él, “si alguien se la merecía, esa era Victoria”.
A mediados de los setenta, Guadalupe Escudero Torres recogió el testigo. “Decidida, segura de sí misma y al volante de su Seat 124, sale de la calle Clara del Rey, donde vive, todos los días a las nueve de la mañana. A bordo de su flamante taxi, recorre las calles de la ciudad ante el asombro, a veces grato, a veces molesto, de los transeúntes. Asombro que constituye un atractivo más para Guadalupe, porque esta zamorana, madre de cuatro hijos, está muy orgullosa de ser, si no la primera, de las primeras mujeres taxistas del país”, firmaba Blanca Berasategui en el ABC.
Aquel 28 de mayo de 1975, constaban los nombres de siete señoras en los ficheros de la Agrupación Sindical del Autotaxi, aunque sólo ella guiaba un automóvil sola. Carmen Martín Gómez, con cartilla municipal de conductor de vehículos públicos desde una década antes, hacía la ruta al aeropuerto acompañada de su marido, señala la periodista, quien le pregunta por la reacción de los clientes. “Desistir no ha desistido nadie de montarse, pero abrir las puertas creyendo que se habían metido en un coche particular me ha pasado muchas veces. No me matará usted, me han dicho varios clientes, disimulando su temor y no atreviéndose a salir corriendo del taxi”, respondía con donaire.
Su esposo, al principio, no veía con buenos ojos que alternase las labores domésticas con las cuatro ruedas, cuya licencia 6.948 pertenecía a su cuñado. “Le daba mucho miedo, a pesar de llevar conduciendo de taxista veintitantos años [en referencia a su pareja, quien relevaba a Guadalupe de cuatro a once de la noche]. Pero ahora está muy contento. Fue por esto, por llevar mi marido tanto en la profesión, con tanta excitación de nervios, lo que me hizo pensar en la necesidad de mi trabajo. Para poder mantener la casa, con nuestros cuatro niños, era imprescindible mi aportación”.
Dos meses después de la entrevista en el rotativo madrileño, es proclamada la Guadalupe del año en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, ubicado en la localidad cacereña, durante las fiestas en honor de la Virgen de la Hispanidad, relata J. A. Oliver Marcos en su Crónica sobre la actualidad extremeña que publicaba trimestralmente la revista Alcántara. Ninguna imagen acompaña el texto, al contrario que el reportaje incluido en la sección Mujer en ABC, profusamente ilustrado por el fotógrafo Teodoro Naranjo, donde niega que reciba más propinas que sus colegas por su condición femenina.
“Yo creo que igual. Por lo general, conmigo son más espléndidas las mujeres y les hace más ilusión que a los hombres verme en el taxi. Pero las mayores propinas han sido de los hombres. La más cuantiosa ha sido de cincuenta y seis pesetas”, revela. Una gratificación generosa si tenemos en cuenta que su ingreso medio diario, incluidas las vueltas, era de mil doscientas pesetas, ni más ni menos que su marido.
Antes que ella, Margarita López Grau transitaba por las calles de Barcelona. Una noticia en La Vanguardia, del 29 de julio de 1966, titulada Un paso para la solución de la escasez de taxis, informa de que es la única choferesa de la urbe desde hace cuatro días: "Digna de aplauso es la decisión de nuestro Ayuntamiento de otorgar el correspondiente permiso para que las mujeres puedan conducir los taxis. El grave problema que la ciudad tenía planteado con la escasez de coches amarillos en las calles, justificado por la Cooperativa del Taxi con el pretexto de falta de conductores para prestar servicio, parece en vías de solución. He aquí a la primera taxista barcelonesa, la señorita Margarita López Grau, adelantada en esta empresa".
Ese mismo día, el ABC dedicaba un breve a la precursora catalana, empleada por las mañanas en la Mutua de la Cooperativa del Taxi y como profesora de autoescuela por las tardes. “Desde hace años tenía deseo de trabajar como taxista, pero las ordenanzas municipales sobre este punto se lo impedían. El alcalde ha accedido a una modificación para que doña Margarita López Grau y las féminas que lo deseen y se hallen en condiciones por pericia profesional trabajen como taxistas”, señala el diario, que once días después se hacía eco del tributo que le rendía su gremio. “Los directivos del Montepío de Chóferes, con motivo de la festividad de San Cristóbal, han ofrecido un homenaje y han hecho entrega de varios regalos a la primera taxista de la capital”.
Poco después, en los estertores del franquismo, Isabel Sánchez Espín surcaba el asfalto de Zaragoza. “En 1975, rompió los esquemas de una sociedad en la que la mujer estaba relegada al mundo del hogar”, convirtiéndose en “toda una pionera y un ejemplo de revolución en una época en la que el volante parecía un mundo destinado exclusivamente a los hombres”. El elogio es de la periodista Leyre Ruiz, quien recuperaba en el Heraldo de Aragón su figura con motivo de su muerte, el pasado febrero, casi octogenaria.
Cuatro décadas atrás, Alfonso Zapater entrevistaba en el mismo periódico a una maña de adopción —pues había nacido en Almería—, viuda, madre de dos hijos y asalariada del taxi con visos de convertirse en propietaria. “Tenía que trabajar y pensé que podía ser una buena salida”, razona Isabel. “No acostumbro a pedir consejos a nadie y siempre hago aquello que estimo más conveniente. Creo que no les parecerá mal a los míos”. Sin embargo, a sus colegas no les sentó precisamente bien: “Fui varias veces a la cooperativa y no pude conseguir mis propósitos. Hasta que un buen día tomé un taxi y le expuse mi problema al conductor. Resultó ser el propietario e inmediatamente me dio trabajo”.
En la portada del Heraldo del 30 de abril de 1975 —horas antes de debutar, con la tinta todavía fresca—, Sánchez Espín lucía su flamante uniforme bajo el titular La primera taxista de Zaragoza y la fotografía de Luis Mompel. ¿Cómo será?, pregunta el reportero. “Idéntico al de los hombres, pero con falda”. ¿Y camisa y corbata?, le inquiere. “Sí, naturalmente”, responde enérgica Isabel, con cartilla municipal número 3.948 y microtaxi 3.054, resuelta y decidida. A las tres de la tarde arranca: “Tengo experiencia de conducir y creo que no me resultará difícil prestar un servicio público”, deja claro. “La profesión de taxista es apta para todos. No se pueden establecer diferencias entre uno u otro sexo”.
Desde entonces, las Victorias, Guadalupes, Margaritas e Isabeles se multiplicaron por todos los rincones del Estado, ¿mas quién fue la inicial? “Viendo las fechas, Pontevedra puede presumir de tener a la decana de las taxistas españolas”, escribían las responsables del proyecto A Memoria das Mulleres en un post de Facebook. Manuel Carlos Cachafeiro, periodista del Diario de León, aboga en cambio por la cautela. “La disparidad de fechas relacionadas con Piedad y Dolores responde a que en ese tiempo no se contrastaban las noticias entre unas regiones y otras”, justifica el también pintor.
“Aquí pensaban que la Peñina era la pionera, mientras que en Galicia creían que el mérito correspondía a Lola. El problema es que no se comparaban las informaciones, lo que en su día generó bastante polémica”, reflexiona Cachafeiro, quien en 2015 publicó un artículo sobre su paisana en el que señalaba que había aprendido a conducir con poco más de veinte y que en 1932 se sacó la licencia. Antes, el mismo periódico concretaba la fecha —el 6 de mayo— y añadía que no abandonaría el oficio hasta 1974. “Quizás la controversia se resolvería si supiésemos exactamente cuándo obtuvieron la licencia para llevar un taxi”.
El filósofo José Antonio Marina y la investigadora María Teresa Rodríguez de Castro abordaron en 2006 su proeza en La revolución de las mujeres: crónica gráfica de una evolución silenciosa (JdeJ Editores), que narra su inserción laboral y su presencia en la esfera pública. “Piedad Álvarez Rubio trabajó durante treinta y dos años en la profesión de taxista en León”, escriben en el libro, aunque las fechas no coinciden. Tal vez omita el tiempo que aparcó el coche y regentó el ultramarinos. Si los datos fuesen correctos e hiciésemos una simple resta, se habría estrenado en 1942.
No obstante, sabemos que Mundo Gráfico la entrevistó en 1935 a bordo de un Fiat Balilla. Además, cuando Joaquín Nieves trató de deshacer el entuerto en 1961, le espetó: "Estoy viva y al frente de mi taxi, igual que hace treinta años". Así comenzaba esta historia: Piedad reivindica en el diario Proa que ella es la pionera, y lo más probable es que tuviese razón.
“Pasaron por sus manos desde el Ford de pedales hasta el microtaxi 600 que vemos en la imagen”, prosiguen los autores de la obra, en referencia al Seat junto al que posa con gafas oscuras. Tanto ésta como el resto de las fotos del volumen proceden de los fondos de archivo de la Agencia Efe. “A lo largo de su profesión, no tuvo ningún accidente”, resaltan María Teresa Rodríguez de Castro y José Antonio Marina en el espacio que le dedican.
Cachafeiro, en cambio, escribía en Piedad, la primera taxista de España que había currado cuatro décadas al volante, apostada en el punto de parada de la calle Legio VII, junto a la plaza de San Marcelo, popularmente conocida como de las Palomas, donde se alza el Ayuntamiento. Su jornada laboral se estiraba doce horas, si bien antes de retirarse se limitaba a trabajar los festivos y, a diario, cuando el chófer que había contratado paraba para comer. Casada con un conductor, durante más de dos décadas fue la única en el gremio, recuerda el periodista del Diario de León, hasta que en 1959 también ingresó Francisca Alejandra Álvarez Rubio, cuyo nombre está presente en documentos oficiales del Ayuntamiento, aunque no el de Piedad.
Probablemente, como indican los apellidos, se trate de su hermana. De hecho, una sentencia de la Audiencia Provincial de Valladolid, publicada el 19 de noviembre de 1932 en el Boletín Oficial de la provincia de León, cita como condenadas a Agapita Piedad —el primer nombre de la Peñina no sale en la prensa de la época— y Francisca Alejandra tras una demanda presentada por Rita Álvarez Rubio, suponemos que una tercera hermana. Asuntos de familia…
La confirmación del fallo, emitido por un juzgado local, menciona a Lucio Álvarez Rubio, quien también ejercía el oficio y falleció cuando era el decano de los taxistas de la ciudad, como indicaba Ana Gaitero en un artículo difundido el año pasado por el Diario de León. Efectivamente, la propia Peñina había señalado en Mundo Gráfico que asió el volante a los veintitrés y detallado que en casa eran tres chicas y un chico —el chófer—, por lo que pronto tuvo que colaborar en la economía doméstica.
En aquella charla, afirma que no siente miedo alguno: “Soy muy serena. Conducir es de una gran sencillez. Sólo hace falta poseer esa serenidad, esa visión segura de las cosas…”. Y cierta reserva, como le confesaba a José Montero Alonso tras preguntarle si conocía “secretillos de las personas que trae y lleva, y que muchas veces irán a los sitios poco menos que de escondidas…”. Tras echarse a reír, no podía evitar reconocerlo: “Ya se sabe: los maridos que se esconden, que van cautelosamente a sitios reservados… Pero hay que ser discreta. Ése es nuestro pequeño secreto profesional”. Lo guardó celosamente hasta que en 1974 traspasó la licencia a un emigrante retornado, señala Gaitero en La primera taxista de España cambió el aula por el volante.
“El último coche que tuvo era un Seat 600, limpio, pulcro, esmeradamente cuidado”, escribió en la prensa local Máximo Cayón Waldaliso. Entre el Fiat Balilla y el pequeño utilitario, prestó sus servicios a bordo de un larguirucho Seat 1500. “Eran muchos años de trabajo. Y cuando estaba en la parada aprovechaba el tiempo, para entretenerse, leyendo novelas de aventuras o de las llamadas rosas, que ahora se dicen del corazón, escuchando también los seriales de la radio”, añadía el cronista oficial, cuya palabra ha sido recuperada en los textos de Cachafeiro. “Doña Piedad era toda una mujer. Una leonesa de primera y enamorada de su profesión”.
- ¿Usted la recuerda así, Joaquín?
- Sí, era una valiente.
- Aunque no llegó a desentrañar quién fue la pionera.
- La disputa con la taxista lucense no estaba muy clara, pero la prensa de Madrid daba por hecho que Piedad había sido la precursora y por eso me llamaban para que escribiese sobre ella.
- Por cierto, ¿cuántos años tiene usted?
- Noventa y tantos años cumplí ahí atrás.
- ¿Noventa y cuántos?
- Noventa y siete o una cosa así.
- ¡Qué retentiva la suya!
- Te acuerdas de muchas cosas de antaño y no te acuerdas de las que pasaron ayer. Pero de la Peñina insistiendo en que había sido la primera taxista de España no me olvido, claro...