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El reto de la educación sexual en la España vaciada con un "pupitre rojo"

La educadora Estela Buenaventura ha creado 'Pupitre Rojo', un proyecto formativo sobre sexualidad para el medio rural. Constata que "los menores ven pornografía en las redes, y, en cambio, no saben qué es el clítoris o una erección".

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La educadora Estela Buenaventura. — David Gil

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De la educación sexual se habla y se habla, y no acaba de encajar en los programas escolares y menos aún en la familia; ni en el ámbito público, ni en el privado. El tabú se perpetua de generación en generación. Al menos, así lo percibe Estela Buenaventura, de 37 años, a quien su apellido parece acompañarla al cabo de una década, desde que se puso las pilas para hablar abiertamente de menstruación, pene, vulva, excitación, erección, penetración u orgasmo sin que nadie se ponga colorado o estalle alguna reprimida risita.

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Para ello ha creado Pupitre Rojo, un proyecto formativo y mercantil que le permite facturar cursos, talleres o charlas informativas a familias, profesorado, AMPA (Asociaciones de Madres y Padres de Alumnado), escuelas, Institutos de Secundaria, Áreas de Igualdad u otros grupos y entidades.

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Estela estudió Educación Social en Barcelona, si bien, ha enfocado su interés hacia la sexología. Tras varios trabajos con ONG en África optó por instalarse en el interior de la provincia de Castellón, donde Valencia toca la geografía de Catalunya y de Aragón, un territorio que ahora se conoce como la España vaciada si nos atendemos al metro cuadrado de tierra por habitante. El medio rural, a veces romantizado, en el que ella se formó hasta la edad adulta la golpeó en plena cara a su regreso. Residir en pueblos conlleva ventajas e inconvenientes, comparado al anonimato (o cobijo) urbano. Ambos medios tienen sus más y sus menos, para quienes allí residen.

Uno de los primeros proyectos de Estela se dirigió a adolescentes y jóvenes (grupos de entre 12 y 16 años) a través del Centro Joven de su pueblo. Lo cuenta de la forma siguiente:  "Fundé el plan Pupitre Joven para Educación no formal en el que incluí el programa ¿Hablamos de sexo? que, según las edades, era básicamente vocabulario, palabras y denominaciones, o, para más mayores, conocimiento del cuerpo propio y respeto al ajeno. Pero pronto empezó a correr el bulo por el pueblo de que enseñaba a los niños a masturbarse; me llegaron a insultar por la calle y por las paredes, me llamaban puta y tuve que dimitir del acuerdo que tenía con el Ayuntamiento".

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Nadie aprendió a masturbarse con Estela, no obstante, ella se ha quedado con las ganas de explicar a los padres de qué les hablaba a sus hijos. Los falsos rumores se convirtieron en hechos verídicos, que ella no tuvo la oportunidad de contrarrestar. Como en el tradicional juego del disparate: la distorsión de las palabras produce equívocos, de forma intencionada o des intencionada.

La educadora Estela Buenaventura. — David Gil

La entrevista con Estela coincide con el triunfo de la película As bestas, un retrato nada bucólico de la Galicia rural, más bien, violento y primitivo. En el caso de Estela, aquella primera experiencia educativa la envalentonó para seguir con la didáctica del sexo, como parte de la biología y la anatomía humanas con una dimensión afectiva.

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"Sé quiénes se inventaron el bulo, que ni siquiera mandaban a sus hijos al Centro Joven, me perjudicaron en aquel momento, pero soy positiva y optimista por naturaleza; de ¿Hablamos de sexo? salió luego Pupitre Rojo al llamarme asociaciones de mujeres para hablar de menstruación", comenta.

En los pueblos grandes y pequeños a menudo surgen los guardianes de la moral pública, como los que se inventaron que Estela enseñaba a masturbar a menores, que emergen de la profundidad de los bosques y del barro; de los bares y de las calles. Antaño, o hasta hace una o dos generaciones, la moral pública radiaba de la Iglesia católica; hoy la institución religiosa está perdiendo la batalla.

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La educadora social, madre de dos hijos pequeños, considera que entre su generación y la de su madre (30 años de diferencia) no ha habido ningún cambio sustancial por lo que respecta a la formación sexual. Las redes sociales, sin embargo, han irrumpido con efecto negativo en las posteriores tandas de jóvenes. "Hoy todos los menores ven pornografía en las redes, aunque los padres dicen que les bloquean las páginas, es suficiente que uno del grupito de amigos tenga acceso para pasarlo a todos, en cambio, no saben qué es el clítoris o llaman al pene con cualquier otra palabra para evitar la común".

Las redes sociales, no obstante, son un medio que ha facilitado la expansión de Pupitre Rojo para asistir a sesiones informativas por la red u organizar las presenciales pasando por taquilla. Tras varios años en las andadas de la educación sexual, a día de hoy, los temas de mayor demanda para Estela son la menstruación o regla y la reproducción, que ella intenta desestigmatizar proveyendo herramientas para acompañar la sexualidad desde la infancia. "La regla se vive aún con vergüenza, y en muchos cuestionarios, anónimos, el sexo se describe puramente como mecánico; la penetración sin afectividad ni atracción física alguna, desposeído de la vertiente emocional que conlleva o debería conllevar", explica Estela de su experiencia como educadora.

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Las muñecas que utiliza la educadora Estela Buenaventura en sus sesiones informativas de educación sexual. — CEDIDA

Para algunas de sus sesiones informativas, Estela utiliza una muñeca moderna, sin vulva para empezar a hablar del cuerpo de las mujeres. "Las mujeres desconocemos nuestro propio cuerpo, me he encontrado en situaciones que creía típicas de mis abuelas y, para mí sorpresa, se perpetúan en jóvenes universitarias de hoy". Y hablando de abuelas, la educadora enseña la muñeca sin órganos genitales junto a otra (estereotipo Barbie) a la que su abuela paterna vistió con traje regional. Un encuentro casi cómico.

Estela creció en un medio convencional en el en el que un día, cuando ella ya había cumplido los 10 años, el runrún de la televisión farfullaba que una mujer había sido asesinada, presuntamente, por su marido. El titular la sobresaltó, perdió la inocencia y todavía no la ha recuperado. Interrogó a su madre sobre la noticia, quien le confirmó que, desgraciadamente, era así: el hombre que decía quererla la había matado.

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Desde entonces, la mente inquieta de Estela no ha cesado ni contra la violencia machista, ni por una vida sexual sana y placentera para quien quiera escucharla. Y en eso anda.

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