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Los manteros de Barcelona crean un sindicato para combatir el racismo y la persecución que sufren


La nueva organización recibe el apoyo de una decena de colectivos y ya aglutina a más de un centenar de vendedores ambulantes de la ciudad. Dos de ellos nos cuentan su historia y se muestran convencidos que la entidad servirá para mejorar su situación

Presentación del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes en Barcelona. / MARC FONT

BARCELONA.- Decenas de personas hacen cola delante del número 43 del Passeig de Gràcia para entrar en la Casa Batlló, uno de los edificios gaudinianos presentes en todos los tours turísticos de Barcelona. Al mismo tiempo, justo al otro lado de la exclusiva avenida -los precios de los alquileres de los locales comerciales son astronómicos-, cuatro manteros intentan vender sus productos -desde bolsos a camisetas del Barça, pasando por gafas de sol- para ganar apenas unos veinte o treinta euros tras una jornada laboral que puede alargarse hasta doce horas. La escena muestra uno de los múltiples contrastes de la capital catalana, equiparable a los que se dan en la mayoría de las grandes ciudades europeas. Pero desde hace unos días, la situación de los manteros ha cambiado sensiblemente. Los cuatro presentes en el Passeig de Gràcia son integrantes del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, que se presentó el pasado sábado en Can Batlló -en Sants- y que ya aglutina a más de 100 manteros de Barcelona.

El senegalés Pape Diop, que vende camisetas del Barça, es el presidente del nuevo sindicato, que pretende conseguir el reconocimiento social de los vendedores, defender los derechos de las personas migradas, negociar con la administración y combatir el racismo y la persecución que sufren. Diop vende al lado de Lamine, un guineano que llegó en Barcelona siendo menor de edad en 2007 y que sólo se ha podido ganar la vida como mantero. Ambos se muestran orgullosos de la creación del sindicato, del apoyo recibido hasta ahora y están convencidos que servirá para mejorar su situación. Diop y Lamine cuentan su historia a Público.

Diop es de Dakar, la capital del Senegal, y en 2009 viajó en avión hasta París. Al cabo de unos días se trasladó en tren hasta Barcelona. “Una vez aquí intenté buscar trabajo, pero con la crisis era casi imposible encontrar nada y un amigo me animó a empezar a vender en la calle”, relata. En su país trabajaba en la tienda de ropa de su hermano y ahora, cada día, hace de mantero en este punto del Passeig de Gràcia. “A veces vendo bolsos, otros días [como hoy] camisetas del Barça. Voy variando”, confiesa. Su actividad apenas le reporta unos ingresos de unos “20 o 30 euros al día” y advierte de que en invierno, con el frío, la actividad es un desastre y apenas vende nada. Mientras habla con Público una turista le compra una camiseta por 25 euros, ocasión que aprovecha Pape Diop para mostrar su perfecto dominio del inglés. Lamine, a su lado, sonríe y confiesa que cuando tiene clientes que le hablan en inglés, Diop le echa un cable para atenderlos y no perder una posible venta.

El presidente del sindicato de manteros quiere desmontar alguno de los mitos que existen alrededor de su actividad. “No tenemos ninguna mafia detrás. Todo lo que ganó es para mí, no le tengo que dar dinero a nadie. Y cada día voy a Badalona a comprar mi mercancía en establecimientos regentados por chinos. El margen que le añado es lo que obtengo de beneficio. Y no hay más”. Diop confiesa que le gustaría trabajar de cocinero, pero que a pesar de tener papeles desde hace un tiempo nunca le ha salido trabajo en un restaurante.

Lamine, que como su compañero vive con otros vendedores ambulantes en el barrio del Besós -uno de los más empobrecidos de la ciudad-, cuenta que ha hecho cursos de castellano, catalán y también ha recibido formación en mantenimiento, electricista, cocinero o pintor, pero tampoco ha obtenido nunca otro trabajo. En su caso, dejó Conakry -la capital guineana- para trasladarse en patera hasta las Canarias. Recuerda el “miedo” que pasó en el viaje y como poco después cogió un avión hasta Barcelona. Al ser menor de edad, pudo tener papeles durante un tiempo, pero desde 2011 se encuentran en situación administrativa irregular. Durante la conversación, atiende a un par de posibles clientas, pero no hay suerte y no le compran nada.

El día a día de Lamine y Pape Diop es similar. Si no tienen algún curso, por la mañana están en casa haciendo tareas domésticas, como cocinar -se organizan por turnos con los compañeros de piso- y normalmente empiezan a vender hacia la una. Menos en los meses de invierno, trabajan hasta la noche, casi siempre en el mismo punto. Lamine apunta que probó de vender también en la plaza Catalunya y en el Maremágnum, pero que prefiere estar aquí “porque no hay tensión entre los vendedores, sino que nos ayudamos los unos a los otros”.

Presentación del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes en Barcelona. / MARC FONT

Presentación del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes en Barcelona. / MARC FONT

Hacer visible lo invisible

El pasado sábado, en un acto que desbordó el auditorio del centro social Can Batlló, una decena de entidades dieron su apoyo al Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes. La PAH, los iaioflautas y Tanquem els CIEs son algunos de los colectivos que se han solidarizado con los manteros. Pero quién más se ha implicado en su creación ha sido el Espacio del Inmigrante. César Ulises, uno de sus miembros, expone que “queremos visibilizar lo invisible y poner en el centro del debate a las personas trabajadoras. No se trata de un fenómeno aislado de Barcelona, sino que es un realidad que existe en todas partes y que tiene que ver con la explotación”.

Ulises, que es pedagogo y actúa como asesor de la nueva organización de trabajadores, añade a Público que “se trata de un sindicato sin muchos recursos, pero con mucha dignidad y que debe servir para romper la criminalización que sufren” los manteros. En este sentido, apunta que el “principal problema” es la policía y considera que una actuación “violenta” de las fuerzas de seguridad pueden echar por tierra el trabajo que están intentando desarrollar desde la organización. “En Barcelona ha habido un cambio de gobierno, pero la policía no ha cambiado”, opina para rematar que “la policía quiere utilizar su enfrentamiento con los maneros para atacar a un nuevo proyecto político”, en este caso de Barcelona en Comú. Por eso, hace un llamamiento a sumarse a Tras la Manta, un colectivo que se encarga de vigilar las actuaciones policiales y denunciar los abusos.

Tanto Lamine como Pape Diop han tenido algún tipo de problema con la policía. Diop asegura que sólo han sido “malentendidos”, pero admite que en más de una ocasión le han confiscado su mercancía, lo que le ha ocasionado pérdidas económicas. Lamine, por su parte, fue detenido hace pocas semanas por la Guàrdia Urbana de Barcelona, que le acusa de participar en el enfrentamiento entre manteros y policías que tuvo lugar a principios de septiembre en la Rambla. “Hay pruebas que demuestran que no hice nada de lo que me acusan”, asegura.

Presentación del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes en Barcelona. / MARC FONT

Presentación del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes en Barcelona. / MARC FONT

Pendientes de una reunión con el gobierno local

César Ulises está seguro que la creación del sindicato de manteros será el “inicio de un largo proceso que ojalá mejore sus condiciones de vida y su dignidad como sujetos”. Pape Diop se muestra convencido de que, como siempre, “saldre adelante” y se enorgullece de que desde otros países europeos estén contactando con ellos para preguntar cómo lo han hecho para constituir una organización hasta ahora inédita en el continente. También están gestionando una primera reunión con el gobierno de Ada Colau, que ha manifestado en más de una ocasión que la cuestión de los manteros no puede resolverse a partir de actuaciones policiales.

A pesar de las dificultades, Diop no se arrepiente de establecerse en Barcelona para buscar “una vida mejor”, pero confiesa que le gustaría poder volver más a menudo a Dakar. Y es que sólo en 2011 pudo viajar a su país y pasar allí dos meses. “Cuesta mucho dinero”, expone. Lamine, por su parte, se siente ahora “integrado” y muy contento de participar en un proyecto como el sindicato, pero recuerda que hace unos años quería volver a Guinea, sobre todo cuando estuvo dos meses durmiendo en la calle. “Ahora, en cambio, estoy feliz y sé que si alguno de nosotros tiene un problema, será un problema de todos y juntos seremos más fuertes”.

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