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Actualizado:Casi un siglo después de que desapareciera la última manada de lobos autóctonos del Pirineo aragonés, la confirmación oficial de la presencia de un único macho errático de presunto origen italiano, a principios de este año, ha bastado para reavivar todos los miedos atávicos hacia uno de los animales antaño más odiados y temidos por los humanos.
Apenas nada se sabe de él, más allá de esas pocos fotos captadas por las cámaras de foto-trampeo de la Administración aragonesa hace poco más de un año y de los supuestos rastros que los habitantes de la zona del Turbón aseguran haber visto. Pero entre los pastores y los ganaderos de los aledaños de Bisaurri y Las Paules (Alta Ribagorza, Huesca), donde el animal fue avistado, no se habla de esta cosa. Al fin y al cabo, el lobo es y ha sido siempre el peor enemigo de la ganadería extensiva y no hay indemnizaciones que, a juicio de los lugareños, puedan resarcirles de la presencia de ese cánido en sus tierras. Así las cosas, una guerra preventiva al lobo se ha declarado ya, incluso mucho antes de que este haya logrado recolonizar el macizo central del Pirineo. Después de todo, cuanto se sabe hoy acerca de él es que unos pocos ejemplares han realizado incursiones esporádicas, primero en Cataluña, y más tarde en Aragón.
Ni siquiera es la primera vez que aparece algún ejemplar errático de lobo por los Pirineos aragoneses desde que desaparecieron las últimas manadas de estos cánidos. A finales de los ochenta del pasado siglo, por ejemplo, se habló de la presencia de un macho solitario por los aledaños de Ansó, en la zona nororiental aragonesa, no muy lejos de Navarra. Sólo que ahora los ganaderos de la zona —los mismos, esencialmente, cuyo ganado se halla en los territorios de influencia de los osos—, se han levantado en armas aun antes todavía de que pueda culparse al animal de haberse ensañado con sus reses.
En esta guerra contra el lobo se mezcla el miedo fundado a que ponga en jaque a sus rebaños con los temores ancestrales que han sobrevivido en la memoria de las gentes. Los viejos aún recuerdan escuchar a sus padres hablar del carácter sanguinario de este cánido y de los desaguisados que dejaban tras de sí en los corrales y más allá de los cercados.
Miedo a la implantación de manadas
El secretario general de ASAJA Aragón, Ángel Samper, viajará el próximo día 6 hasta Bruselas junto a colegas cántabros, catalanes y andaluces para informar de sus temores y escuchar lo que sus tecnócratas tengan que decir a propósito del lobo. La Comisión se ha comprometido a autorizar a que los ganaderos perciban indemnizaciones por el cien por cien de los daños causados por los animales protegidos, pero tanto los propietarios de rebaños como las organizaciones agrarias desconfían de las administraciones. "Tememos, en primer lugar, que la llegada de un único ejemplar aislado sea sólo la antesala de la implantación de una manada", dice Samper. "Y tememos, sobre todo, que, en este caso, la Administración aragonesa trate de utilizar las compensaciones por los daños causados por el lobo para acallar a los ganaderos y que, tal y como ya ha sucedido con el oso, tanto en Aragón como en Cataluña, estas ayudas se acaben y nos quedemos con el predador y con nada que nos compense por sus daños". Las ayudas otorgadas por la Administración para la instalación de pastores eléctricos o adquisición de mastines para la guarda de los rebaños ha creado divisiones y disputas entre los ganaderos. De un lado, se hallan quienes se han acogido a ellas, y de otro, quienes se niegan a aceptarlas para mostrar su disconformidad con la postura de la Administración.
De momento, pocos, entre los lugareños de los valles pirenaicos, quieren oír de su presencia y menos todavía, de la posible recolonización del territorio por parte de algunos ejemplares y de la implantación de manadas estables. "Bastante tenemos con los osos", suelen repetir al forastero. Entre los ganaderos de la cuenta alta del Ésera se ha extendido el rumor infundado de que el macho solitario de lobo fotografiado por los técnicos de Biodiversidad el pasado año no apareció, en verdad, de forma natural, sino que pudo ser reintroducido. Es una mera conjetura tan solo apuntalada sobre sus temores, pero da una idea del estado de paranoia en que viven los pastores y los propietarios de las alrededor de treinta explotaciones ganaderas más cercanas al lugar donde fue retratado el animal por las cámaras de la Administración.
"Es cierto que mucha gente siente simpatía por el lobo pero dónde: ¿desde el sofá de su casa? Porque en esas condiciones, si no tuviera que convivir con él, también yo sentiría simpatía"
"Es cierto que mucha gente siente simpatía por el lobo pero dónde: ¿desde el sofá de su casa? Porque en esas condiciones, si no tuviera que convivir con él, también yo sentiría simpatía", asegura Valentino Fievet, de 27 años, mientras pastorea su rebaño a unos pocos metros de la población de Seira. Fievet está dispuesto a conceder que la ganadería extensiva puede convivir más fácilmente con el oso que con el lobo —con el primero ya convive—, "siempre y cuando su población no se dispare, tal y como ha sucedido en el valle catalán de Arán".
"Harina de otro costal es la introducción del lobo. He trabajado en los Alpes y a los pastores de allá les salen úlceras de tener que proteger a sus ganados de los ataques de los lobos", asegura. La postura de la Administración es que el lobo no va a reintroducirse, pero si consigue reimplantarse motu propio en algunos de los territorios de los que antaño fue expulsado, no se le impedirá que lo haga. En opinión de los colectivos proteccionistas, su presencia es incluso aconsejable porque la superpoblación de hervíboros silvestres como corzos y ciervos pide a gritos el regreso de sus tradicionales predadores.
¿Acaso no debería bastar para acallar estos temores de ganaderos y pastores las indemnizaciones por daños a ganado? Al temor, ya apuntado por Samper, de que la línea de ayudas se termine, tal y como ha sucedido ya, Feuvet añade un argumento: "No hay nada que pueda resarcirnos de la pérdida de una parte importante de un rebaño. Y no sólo por el vínculo que uno crea con algunos animales a los que conocemos incluso por el nombre, sino porque todo eso desbarata el trabajo de selección que con mucho esfuerzo llevamos a cabo para conseguir ejemplares más productivos".
Valentino es ganadero y pastor. Vive en una pequeña aldea del valle del Alto Esera, y pastorea, en verano, más de dos mil ovejas de explotaciones de la zona, reagrupadas en Cerler justamente a raíz de la nueva presencia del oso y de los cambios en los usos ganaderos a los que ha obligado la reaparición del oso. Este fue reintroducido por Francia pero posteriormente se ha extendido a ambos lados de los Pirineos hasta alcanzar una población superior al medio centenar, crías incluidas.
La necesidad, auspiciada por la Administración, de rearmarse con mastines capaces de defender a los rebaños de los depredadores está causando un problema adicional: muchos turistas carecen de los conocimientos y el sentido común preciso para intuir que uno no puede introducirse en un rebaño sin despertar las suspicacias de los perros. "A menudo, en verano, estoy más pendiente de los veraneantes que del ganado", dice Feuvet. "No es la primera vez que me dirijo al Ayuntamiento de Benasque para que hagan folletos e informen a los turistas del modo de interactuar con los rebaños".
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