madrid
"Que la arena del estadio enrojezca con la sangre de los perdedores". El mítico Alain Delon, ridículo en el papel de Brutus, abría unos de los peores Juegos Olímpicos de la historia del cine, ‘Astérix en los Juegos Olímpicos’. Esta vergüenza llegó al coliseo en 2008, afortunadamente, para entonces ya se habían firmado algunas grandes y grandísimas películas sobre la mayor competición deportiva del planeta.
Muchos años antes, en 1964, Kon Ichiwaka había hecho 'Tokyo Olympiad', maravillosa celebración del espíritu olímpico. Un corredor se acerca en medio de una total oscuridad con la antorcha olímpica, que incendia la pantalla y se transforma en el sol naciente japonés. Arranca una de las mejores películas sobre los Juegos Olímpicos de la historia. Los planos cortos de los niños de Hiroshima, felices corriendo detrás del atleta, y las sonrisas y emoción de los deportistas que van aterrizando en el aeropuerto internacional de Tokio marcaban desde el comienzo el estilo del filme, uno de los pocos documentales deportivos incluidos en el libro que editó Steven Jay Schneider con la lista de las '101 película que debes ver antes de morir'.
"Los Juegos Olímpicos un símbolo del esfuerzo humano", era el lema de la película. "Sabemos que los Juegos Olímpicos son una declaración de paz mundial respaldada por la creencia de que todos los seres humanos somos iguales, por eso celebramos el símbolo olímpico, la sagrada llama. La sagrada llama pasó por Hiroshima el 20 de septiembre". Y ya en estos primeros minutos de metraje, Ichiwaka había cabreado al gobierno nipón.
El director, que había arrebatado la película al mismísimo Akira Kurosawa –este imponía como condición para dirigirla que le pusieran al frente de las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos-, provocó una encendida polémica cuando presentó su trabajo. Aquella no era la imagen épica de la competición que esperaba su gobierno, eran 165 minutos de auténtico cine, de genuina emoción, de rostros estremecidos por el esfuerzo, de gestos de sorpresa, de lágrimas, risas… Era la epopeya del ser humano y no la imagen triunfal de medallas y banderas que Japón quería ofrecer al mundo. Es la única película oficial de unos juegos que ha competido de tú a tú con la que hizo Leni Riefenstahl, impresionante trabajo, de los campeonatos de 1936 en Berlín.
La grandeza de 'Tokyo Olympiad' está, por supuesto, en la mirada dirigida hacia el esfuerzo y el valor humanos, despreciando los laureles y los símbolos. Un punto en común con la que para muchos sigue siendo la mejor película de la historia sobre los Juegos Olímpicos, ‘Carros de fuego’ (Hugh Hudson, 1981). "He conocido el miedo de perder, pero ahora tengo casi tanto miedo de ganar".
La inquietud, el temor, a veces angustia, con que dos deportistas se enfrentaban a la competición y todas las circunstancias que rodeaban a los personajes convirtieron el relato en una experiencia humana, potente emocionalmente y rodeada del aura romántica del cine. Historia real de la famosa rivalidad de los extraordinarios atletas Harold Abrahams y Eric Lidell, un judío y un cristiano, hoy el mundo se acuerda de ellos mucho más por la música de Vangelis, la imagen de los atletas corriendo descalzos por la orilla de una playa, sus inmensas sonrisas acercándose a la meta… por el cine, más que por la vida.
Y hablando de sonrisas, el hombre con una de las mejores sonrisas, si no la mejor, del cine de todos los tiempos, Burt Lancaster, dio vida en el cine a Jim Thorpe, un indio de la reserva de Oklahoma que ganó dos ‘oros’ en los Juegos de Suecia de 1912. Michael Curtiz contó su vida en 1951 en ‘El hombre de bronce’. Era la historia de un atleta con una infancia difícil que llegaba a tocar el cielo con sus dedos, elementos casi infalibles en el cine, que también aprovechó Rakesh Omprakash Mehra en 2013 en 'Bhaag Milkha Bhaag', biopic del atleta Milkha Singh, único indio de la religión sij que ha ganado una medalla de oro en los Juegos.
La otra cara de la competición la mostró Bennett Miller en ‘Foxcatcher’ (2014), inspirada también en hechos reales, pero en este caso singularmente perversos y dementes. La película contaba la relación entre John du Pont, uno de los hombres más ricos del mundo, y dos medallistas olímpicos de lucha libre, los hermanos Mark y Dave Schultz. Un relato de codicia, locura y narcisismo perturbados que terminó trágicamente.
Ese lado oscuro de la historia de los Juegos estaba también en la magnífica 'Munich' (2005), en la que Spielberg se centraba en el asesinato de los atletas israelíes a manos de Septiembre Negro en Munich 1972 y la misión que debía llevar a cabo un agente el Mossad después de los hechos. Inteligente y muy atrevida, la película incomodó muchísimo y originó un agrio debate. Reacción contraria a la que consiguen la mayoría de títulos dedicados a las glorias del deporte –ahí están las películas dedicadas a Jesse Owens, Abebe Bikila y tantos otros- o al verdadero espíritu olímpico. "Los hombres comparten un sueño cada cuatro años, ¿es suficiente que esta paz sea solo un sueño?"
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