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Jaume Franquesa, antropólogo: "Donde hubo 'boom' inmobiliario ahora no hay 'boom' renovable, no es una casualidad"

Jaume Franquesa, autor de 'Molinos y gigantes' y profesor investigador del departamento de Antropología de la Universidad de Búfalo, Nueva York. — Tara Bazilian Chang

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madrid, Actualizado:

Jaume Franquesa es doctor en Antropología Social y trabaja como profesor investigador del Departamento de Antropología de la Universidad de Búfalo (Nueva York). Tras años de investigación de campo, el experto publica 'Molinos y gigantes' (Errata Naturae), un libro donde aborda los problemas sociales del modelo de transición energética en Catalunya y el resto de España. En conversación con 'Público', el académico habla sobre despoblación, ultraderecha y transición energética y sobre cómo el centralismo energético del pasado sigue arrastrándose en el despliegue de parques eólicos y solares en España. 

Hace un recorrido histórico sobre la conformación del oligopolio energético en España, ¿cómo de importante es conocer esto para entender los problemas que actualmente se debaten en torno al modelo de transición energética?

Es clave. Una de las apuestas del libro es que para entender dónde estamos debemos entender de dónde venimos. Si hablamos de transición energética hablamos de un cambio de modelo de sistema eléctrico. Para ello hay que entender nuestro sistema, quién tiene el poder y cómo se beneficia. Además, hay un factor importante que tiene que ver con el momento en el que se empieza a implementar la electricidad en en el Estado español y cómo se crea una red descentralizada que, en el momento en el que varias empresas concentran el poder –el germen del oligopolio– el sistema se empieza a centralizar. La promesa de las renovables es la de poder retornar a ese sistema descentralizado con participación ciudadana. Sin embargo, esto es lo que parece que no se está consiguiendo.

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Habla en su libro de las represas, de las centrales nucleares y de todos los movimientos ciudadanos en contra de lo que se llama "colonialismo interno", ¿se puede comparar lo que ocurrió entonces con lo que pasa hoy con el despliegue masivo de renovables?

El término colonialismo interno, que se empezó utilizar en los años 70, tiene que ver con la sensación de ser tratado como una colonia. Es decir, se nos imponen unas infraestructuras sin que nosotros las queramos o sin consultarnos y se nos trata como ciudadanos de segunda. Ese término hace referencia, además, a la dinámica de las colonias de sacar recursos para llevarlos a las metrópolis. Hay regiones de España que, con el despliegue de molinos eólicos, tienen una sensación muy similar. Se piensa: "Se nos ha vaciado el territorio de población y ahora nos metéis lo que otra gente no quiere". Esto no es nuevo, ya se vio con las nucleares.

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En muchos de estos territorios, por ejemplo en la Catalunya Sur, he podido recoger testimonios de gente que me decía: "Nos tratan como si fuéramos una reserva indígena". Podemos debatir se esta expresión es correcta o exagerada, pero la realidad es que esta sensación es real y existe, porque hay un pueblo que considera que se les está imponiendo algo. Al no contar con ellos se genera o fomenta una sensación de "somos pocos y además sobramos".

El ingrediente que surge ahora, a diferencia del 'boom' de las nucleares, es que ahora hace falta combatir el cambio climático...

Aunque la comparación entre nucleares y molinos se puede hacer, los impactos no son iguales. Es incomparable a nivel de riesgos, de inversión o de impactos ambientales. Aunque nos parezca sorprendente, los discursos que llegan a estas zonas, sin embargo, no son tan distintos a los que había cuando se empezaron a construir plantas nucleares en Cáceres o en Catalunya. Las nucleares se justificaban entonces porque eran necesarias para salvar al país por las crisis del petróleo y esta era la mejor alternativa que había. Los dueños de la energía, el oligopolio, creían que la nuclear era lo que les iba a permitir cambiar de fuente de energía ante la falta de disponibilidad de petróleo pero mantener su poder. En Ascó, se le decía a la gente que debían sacrificar su territorio para salvar a la patria. Ese discurso puede parecer un poco flojo, pero cala. 

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Ahora el discurso es que hay que salvar el planeta y es algo que tiene su fuerza y su respaldo científico, pero tiene sus debilidades. Es decir, ¿por qué ese "salvar el planeta tiene que recaer sólo sobre unos pocos? ¿Por qué no lo hacemos de una forma redistribuida? Y si tenemos que salvar el planeta, ¿por qué también se siguen construyendo centrales de ciclo combinado, como pasó en Garoña-Sur?

Esto hace que, desde algunos territorios, no se comprenda que el proceso de renovables se corresponde con un proceso de transición energética. La respuesta, en líneas generales, es que sí se quieren renovables, pero se discrepa en la forma en la que se están implantando. En su día, ante lo que se llamó la masificación eólica, se comenzó a hablar de alentar la idea de generar electricidad con fuentes renovables de una forma más próxima. 

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A diferencia de una central térmica, una planta nuclear o una central hidroeléctrica, las renovables sí daban esa oportunidad de redistribuir mejor su despliegue, ¿qué ha pasado entonces?

Si hiciéramos un mapa del Estado español, incluidas las islas, y señalásemos dónde vive la población urbana y dónde están las segundas residencias, nos daríamos cuenta de que estas zonas se corresponden con donde no hay centrales renovables. Si vas a centros urbanos y costa, con excepciones, son las zonas en las que menos renovables hay. Donde hubo boom inmobiliario ahora no hay boom renovable, es un poco el resumen. Esto no es por casualidad. Para desplegar las renovables se eligen territorios con menor capacidad para hacerse valer. Y lo digo en el sentido amplio, es decir, para hacer sentir su voz, pero también para hacer sentir la riqueza económica de su territorio. 

No sólo no se ha cambiado el modelo, sino que la economía fósil que precede al desarrollo eólico no se ha desmantelado. Salvo excepciones, la transición energética debería suponer una sustitución de fuentes, pero el nivel de sustitución es bajo, lo que hay es adición y suma al sistema eléctrico. En el sur de Catalunya lo vemos muy claro, con centrales que corresponderían al pasado y centrales del futuro funcionando al mismo tiempo.

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¿Qué factor juega en todo esto el precio del suelo? No es lo mismo levantar una planta solar en un suelo industrial de Madrid que en el suelo de una comarca de Castilla y León, por poner un ejemplo.

Es clave, obviamente. Ahora bien, si tengo una parcela que es poco rentable y mañana descubro que tengo petróleo debajo, el valor de esa parcela va a aumentar mucho. Es por eso que se deberían pensar esos nuevos usos y hacer que en zonas donde, por ejemplo, haya buena dinámica de viento se repercuta el valor del suelo.

Hay un debate importante en España sobre el despliegue de renovables, con el lema de 'Renovables, sí; pero así no'. ¿Hay riesgos que este discurso pueda ser capitalizado por una ultraderecha que niega el cambio climático?

No todos los movimientos ciudadanos de oposición renovables son iguales. Muchos se parecen y otros no tanto. Hay unos que tienen más razones que otros y que ponen más hincapié en buscar alternativas al modelo de transición. De hecho, hay personas muy críticas con el modelo de desarrollo eólico que ahora están formando comunidades energéticas. 

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He escrito bastante sobre extrema derecha en el mundo rural europeo y el riesgo que mencionas existe. Vox ha intentado, con cierto éxito, ser la voz del desagravio rural, pero movimientos como España Vaciada o plataformas como Teruel Existe han puesto un freno a la capacidad de Vox de monopolizar el descontento rural con las renovables. Dicho esto, habría que estudiar caso a caso. Como hipótesis, se podría decir que la extrema derecha ha sido menos capaz de capitalizar esta oposición a las renovables porque muchas de las personas favorables a proyectos eólicos de estas zonas despobladas son más proclives a ser de extrema derecha. Es decir, el que tiene más tierras para instalar renovables es posible que sea más favorable a Vox. Pero esto es solo una hipótesis. Además, no nos engañemos, estos movimientos en España tienen una trayectoria histórica de izquierdas.

Siempre se contrapone las renovables frente a la agricultura y en ese relato se olvida que la agricultura en España está muy industrializada con impactos importantes en el medio ambiente. Véase, el Mar Menor, Doñana o los plásticos de Almeria, ¿por qué se obvia esto?

Este es uno de los puntos más complejos. En general, las zonas donde se asienta la agricultura industrial no están en al España Vaciada. Almería, por ejemplo, no es una zona que se esté vaciando. Tampoco son zonas donde haya especial interés para poner parques eólicos, seguramente porque el suelo es más caro. Los parques eólicos se implantan en zonas donde la agricultura no está tan industrializada. Además, hay que decir que agricultura industrial y agricultura familiar no están contrapuestas. Mira el caso de Alcarràs, eso es una agricultura industrial, pero de carácter familiar y en modo de cooperativas.

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Por poner un ejemplo, una persona de la Terra Alta, que era un payés, me comentaba que nunca estuvo en contra de la llegada de molinos eólicos. En muchas de estas zonas se ve como algo complementario, se saca dinero de la aceituna o de las almendras y también se rentabiliza un poco la tierra con el viento. Pero es que ellos tienen claro que sus problemas no los van a solucionar las renovables, porque son problemas que tienen que ver con el precio, pero también con que haya posibilidades de que la juventud se quede en el territorio. Los proyectos eólicos no solucionan eso.

Después de leer el libro, lo que uno percibe es que el problema que hay en en el fondo de la transición energética es de carácter democrático, ¿cree que las cosas podrían cambiar involucrando a la gente e informando?

Sí. Hay un problema de información, pero también de participación, de tener en cuenta lo que piensa la gente. Y sobre todo, hay un problema de planificación. No puede ser que un Ayuntamiento de 300 habitantes tenga que negociar de tú a tú con un proyecto eólico millonario. Es David contra Goliat. Son ayuntamientos donde, por suerte, tienen un arquitecto municipal que va una vez a la semana para asesorar, mientras que la empresa eólica tiene un gabinete de abogados y arquitectos... Hace falta planificar para que no se den esta desigualdad. 

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Hay una cuestión de participación en el negocio que se olvida. La empresa va al banco; presenta un proyecto; explica que tiene viento en un terreno determinado; y hace cuentas para amortizar un préstamo. El banco concede el crédito porque le sale a cuenta. En este punto, ¿de qué manera la población local participa? Hablo de ir más allá de los propietarios que alquilan el terreno. Más allá de cuestiones de autoconsumo y comunidades energéticas, que son necesarias, tendría que haber mecanismos para que los grandes parques eólicos reporten beneficios a la población local. Existen fórmulas donde, por ejemplo, el municipio cobra un porcentaje de la facturación. 

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