zaragoza
A Paca Castillo nunca nadie le pidió perdón por haber sido víctima de una de las mayores atrocidades sociales y ambientales cometidas en España: la amenaza con forma de presa en el río Ara, en Jánovas, que hirió de muerte el valle de La Solana, en el Pirineo oscense, y acabó dejando desierto el pueblo que le daba nombre.
"Nos arruinaron la vida. Con estos tiburones no hay quien salga. Tuvimos que aguantar cómo dinamitaban las casas. Soy mayor y no encuentro nunca una explicación para que me digan qué quiere decir la justicia, porque yo no la he visto por ningún lado. Me iré del mundo y no lo sabré", explicaba Paca en una entrevista con Jordi Évole en el programa Salvados. Y así ocurrió. Murió el 8 de julio en Barbastro (Huesca), donde vivía con una hija, sin que nadie le haya pedido perdón.
Falleció con 92 años, 68 después de que el franquismo hubiera comenzado a torcerle la vida al dar su respaldo a Iberduero (hoy Iberdrola) declarando de utilidad pública la construcción en el cauce del Ara de un embalse de 548 hectómetros cúbicos (unas 400 veces el volumen del Santiago Bernabéu) de agua que,inundando Jánovas, Lavelilla y Lacort, iba a producir la energía que demandaban los cinturones industriales de Barcelona y de Bilbao y a almacenar el agua que abastecería a Riegos del Alto Aragón, la mayor superficie de regadío de la UE con más de 100.000 hectáreas. Hacía un año que la hidroeléctrica se había hecho con una concesión de la que se llevaba hablando cuatro décadas y que, finalmente, acabaría en manos de Endesa.
La construcción del pantano fue desestimada en 2001 por su inasumible impacto ambiental sobre un ecosistema que se estructura en torno a uno de los últimos ríos salvajes del Pirineo. Sin embargo, para entonces, Jánovas, Lavelilla y Lacort llevaban más de tres lustros desiertos. Habían sido víctimas de la despiadada ejecución de un proyecto que, según las estimaciones de la Asociación Río Ara, había forzado a emigrar a alrededor de 2.000 personas de medio centenar de pueblos, 400 de ellos de Jánovas. De los 74 núcleos de la zona, 43 se habían quedado sin gente.
Los últimos de Jánovas
Paca, su marido, Emilio Garcés, y sus seis hijos (Jesús, Ramón, Javier, Toni, Teresa y Montse) fueron los últimos en irse de Jánovas, donde vivieron solos entre 1966, cuando los Buisán cerraron su casa (aunque la madre siguió yendo varios veranos), y 1984, cuando también ellos acabaron abandonando.
"Para nosotros ha sido, es y será un referente, como Emilio, por la dignidad y la entereza ante la injusticia", explica Óscar Espinosa, presidente de la Fundación San Miguel, creada por los descendientes del pueblo para trabajar en su recuperación. "En Jánovas estamos como estamos gracias a ellos, a su empuje y a su rasmia. Ellos mantuvieron vivo el pueblo", añade.
Vivían en una casa antigua, sin agua corriente ni retrete, y con una precaria instalación eléctrica
Esos casi veinte años de resistencia en solitario incluyeron momentos angustiosos. Vivían en una casa antigua, sin agua corriente ni retrete, y con una precaria instalación eléctrica que les impedía tener en funcionamiento más de una bombilla de 125 voltios. Para encender la del salón había que apagar la de la cocina. Eso, cuando el suministro de la energía que generaba el molino de Jánovas no había sido cortada por los empleados de Iberduero para presionarles, algo que ocurría con relativa frecuencia hasta que el Gobierno Civil ordenó mantener el frágil suministro como servicio básico.
Paca se encargaba de la casa mientras Emilio alternaba el trabajo de zapatero con el de pastor, la tala de madera y la participación en cuadrillas forestales. "Ella se quedaba en el pueblo cuidando a los hijos. En esas condiciones, y hasta que ellos fueron haciéndose mayores, fue quien más sufrió los embates de Iberduero –explica Espinosa-. Venían a amedrentarla, a amenazarla para que se fueran". Las tácticas de la empresa hidroeléctrica incluían acciones como dinamitar las casas conforme sus dueños aceptaban la expropiación o las abandonaban por otro motivo.
"Un símbolo de la lucha por la dignidad"
También fueron los operarios de Iberduero quienes decidieron que Jánovas dejara de tener escuela: un empleado sacó a la maestra del aula en la que atendía a los once niños del pueblo, varios de ellos de los Garcés, agarrada del pelo, a estirones, para arrastrarla escaleras abajo mientras le gritaba: "Te dije ayer que no volvieras a abrirla". Era febrero de 1966, y la escuela no volvió a abrir.
"El pantano les hizo la vida muy complicada, muy dura", anota Espinosa. Tampoco podían irse, ya que no les correspondía apenas nada como expropiación. Carecían de tierras y vivían en una casa de alquiler. "Eran una familia muy humilde que al final se ha convertido en un símbolo de la lucha por la dignidad, de la resistencia y del amor por la tierra y por las raíces", añade.
Paca estuvo en Jánovas la pasada primavera por última vez. Allí vio como dos de sus hijos están volviendo a levantarse Casa Castillo y Casa Carpintero, como Casa Agustín, Casa Pablo y Casa Piquero van tomando forma y cómo uno de sus nietos quiere recuperar la casa en la que vivía la familia mientras Casa Frachín, al otro lado del río, vuelve a estar habitada y varios vecinos más se plantean arreglar las suyas. "La pena con la que se ha ido es que nadie le ha pedido perdón. No ha conocido la justicia. Pero también tuvo la alegría de ver cómo va renaciendo Jánovas", indica Espinosa.
El pueblo, en el que los vecinos han logrado ya la reversión del 90% de los bienes expropiados por la hidroeléctrica durante la dictadura, donde la antigua escuela está ya completamente recuperada como centro social y en cuyas calles ya hay luz, prepara el recuerdo de Paca y Emilio. "Tenemos idea de hacerles un homenaje que perdure en Jánovas, algo que se quede, que permanezca", explica. Como su lucha de décadas para mantenerlo vivo.
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