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La industria textil, un sector "violento y letal" que devora a los países más pobres

Según un estudio de Greenpeace, debido al crecimiento vertiginoso de la moda rápida, países del sur global como Ghana reciben anualmente más de 152.600 toneladas de residuos textiles.

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Toneladas de residuos textiles en un vertedero de Humanes, Madrid. — Mario Gómez / Greenpeace

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La industria textil genera el 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y los residuos derivados de la producción de moda acaban en vertederos e incineradoras, contaminando el aire y las aguas subterráneas. Así lo demuestra un estudio de Greenpeace que analiza el enorme impacto negativo de la moda rápida en la sostenibilidad del planeta.

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Pero la problemática de la fast fashion sobrepasa los infinitos perjuicios que la producción desmedida de artículos de consumo genera en el medio ambiente: el actual modelo de la industria de la moda no es inocuo, sino que transforma radicalmente la vida de las poblaciones y pone al límite la salud de los residentes del sur global, víctimas número uno del ritmo de vida occidental.

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Las fábricas ubicadas en el continente africano y en buena parte de los países de América Latina producen cantidades ingentes de vertidos de aguas residuales tóxicas en los cursos de agua locales. Estos flujos hídricos exponen cada año a miles de trabajadoras y a la población en general a sustancias químicas letales para la salud. La contaminación en la cadena de suministros del textil pone en grave riesgo, por tanto, la salud de los habitantes más vulnerables del planeta. Tales son los efectos del modelo productivo capitalista, cimentado en la externalización de los impactos negativos de la producción. 

Ghana: el epicentro de los residuos textiles de Europa

Los países empobrecidos o denominados "en vías de desarrollo" se han convertido en el vertedero de Europa y actualmente son receptáculos de toneladas de residuos derivados de la sobreproducción textil. Ghana es un ejemplo paradigmático de ello: en Accra, su capital, situada en la costa atlántica de África Occidental, se localiza uno de los mayores macrovertederos del mundo, donde van a parar montañas de restos de ropa comercializada en Europa. 

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Está situado en las proximidades del Mercado de Kantamanto, el mayor mercado de segunda mano de Ghana y uno de los más grandes del mundo, con más de 30.000 trabajadores que venden, limpian, reparan y reciclan los residuos textiles procedentes del continente europeo.

Según el informe de Greenpeace Por qué África no necesita más tu ropa, las casi cinco toneladas de ropa usada que componen la enorme montaña de residuos en la costa ghanesa fueron importadas a este Estado desde países europeos y tiradas a la basura porque no se podían vender. Desde la década de los 2000, revela el documento, el crecimiento de la moda rápida y la mayor accesibilidad de los artículos textiles ha provocado un aumento desproporcionado de la producción textil. Por este motivo, y debido a la ausencia de regulaciones sobre la industria, hoy Ghana recibe anualmente más de 152.600 toneladas de ropa de segunda mano.  

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Debido al aumento desproporcionado de la producción textil, Ghana recibe anualmente más de 152.600 toneladas de ropa de segunda mano

Riz Ricketts y Fred Nabi Yankee, ambos artistas y diseñadores, fundaron hace 12 años el proyecto ecologista The Or Fundation, afincado en Accra junto a Kantamanto. Ahí trabajan reparando, resellando y reciclando casi 25 millones de prendas de ropa cada mes con escasos recursos.

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"Estudié diseño y trabajé en Nueva York y Londres en un momento en el que la industria de la moda estaba cambiando a un modelo de moda rápida, así que las campañas de ropa pasaron de salir dos semanas al año a cinco semanas al año y luego semanalmente", confiesa a Público Ricketts, quien además colabora habitualmente con artesanos de toda Ghana para impulsar una economía circular justa en África Occidental. 

Ricketts aún no se acostumbra a ver cómo, desde hace ya varios años, resulta casi imposible distinguir la arena de los plásticos en las kilométricas playas de Ghana, donde se acumulan infinitos residuos  formando enormes torres en la costa, algo que también ocurre en países como Kenia y Tanzania.

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Cada semana llegan al puerto de Tema, el mayor de Ghana, unos 100 contenedores llenos de más de 15 millones de artículos de moda. Ante este desolador panorama, las activistas de The Or centran su actividad en la denuncia de los abusos ambientales de esta industria a través de programas educativos y de concienciación institucional, pero también por medio de la acción directa

Las "balas tóxicas" del sistema productivo capitalista

El modelo de fabricación salvaje que mantiene Occidente sería impensable sin la deslocalización de las industrias en aquellos países donde el respeto a los derechos de las trabajadoras brillan por su ausencia o su extrema laxitud. Muchos de estos Estados son regímenes  dictatoriales que presentan serias dificultades a la hora de desarrollarse económicamente ya que Europa lleva años despojándoles de sus materiales y recursos propios.

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Cada semana llegan al puerto de Tema, el mayor de Ghana, unos 100 contenedores con más de 15 millones de artículos de moda

Según sostienen desde Ecologistas en Acción, la producción de ropa de algunas de las marcas más grandes del mundo, además de estar vinculada a la deforestación ilegal a gran escala, también se ha demostrado causante del acaparamiento de tierras, la violencia y la corrupción en el sur global, de acuerdo al estudio de los ecologistas.

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Celia Ojeda, responsable de Biodiversidad y Consumo en Greenpeace, destaca la situación de semiesclavitud a la que están abocadas miles de mujeres y niñas en las plantas de producción textil. "Trabajan un sinfín de horas por un salario ridículo, muchas veces los espacios de trabajo no tienen ciclos de limpieza ni ventilación, tampoco descansos y a veces incluso van a costes, es decir, su salario está condicionado por el número de prendas que consiguen producir en un mínimo de tiempo", denuncia Ojeda.

Los beneficios de las empresas productoras se incrementan a medida que también aumenta el empobrecimiento de las poblaciones locales, casi siempre en detrimento del respeto a sus derechos humanos. "Si externalizas los costes de producción en países donde los procesos son más baratos y la normativa ambiental es inexistente, esos costes que te ahorras hacen que vendas la ropa a precios inevitablemente más bajos y tus ganancias sean más elevadas", relata a este medio la activista climática.  

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Greenpeace denuncia la situación de semiesclavitud a la que están abocadas miles de mujeres y niñas en las plantas de producción textil

Otra cuestión determinante en el condicionamiento de la vida (o la destrucción de la misma) en las poblaciones donde se ubican las industrias: los vertidos de residuos que generan los ciclos de producción salvaje provocan graves problemas de salud pública, uno de ellos es la proliferación de enfermedades como el cólera o la malaria.

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Estos residuos reciben el nombre, en muchos espacios ecologistas, de "balas tóxicas" debido a su capacidad de producir daños mortales. "Las microfibras de plástico son tóxicas y están en el aire, en el agua y acaban en el sistema alimentario porque se los tragan los peces y otros animales que los humanos consumen, así que estamos creando inmensos problemas de salud", declara Ojeda.

Tanto los microplásticos, como los estalatos, el cromo, el níquel, todos ellos contenidos en los propios materiales de las prendas, son respirados a diario por las poblaciones cercanas a vertederos e incineradoras ilegales. Consecuentemente, a menudo entran en los cursos de agua que los individuos consumen a diario para nutrirse o asearse, con todo lo que ello conlleva en relación a su salubridad.

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La utopía de la regulación en la industria textil

Los empresarios del textil en Europa tienen banda ancha para externalizar los costes socioambientales de sus procesos productivos porque no existe ninguna regulación internacional que les imponga obligaciones éticas fuera de las fronteras de sus países. Existen marcos legales más o menos definidos a nivel nacional, aunque sus efectos son de facto nulos ya que la mayoría de estos negocios se producen en países africanos, latinoamericanos y del sureste asiático.

El Convenio Rich, por ejemplo, impide la entrada masiva de productos tóxicos en Europa, pero no prohíbe a los productores desplazar esos residuos perjudiciales hacia otros Estados. Lo mismo ocurre con las leyes internacionales del trabajo, que no están implementadas en todos los países.

Por este motivo, las normas nacionales carecen de sentido práctico en un mapa productivo globalizado. Debido a las evidentes contradicciones que genera este modelo, según muchos expertos en moda sostenible, es crucial disponer de un Convenio de París específico de la industria textil. Ello se hace cada día más apremiante puesto que, como advierte Ojeda, "los mayores problemas de la fast fashion son la contaminación de gases de efecto invernadero y el uso y contaminación del agua y los microplásticos, de modo que se debería de legislar esas tres partes". 

El Convenio Rich impide la entrada masiva de productos tóxicos en Europa, pero no prohíbe a los productores desplazar esos residuos hacia otros países

Por desgracia, "no hay nadie tan valiente políticamente que haya obligado a las empresas europeas a reducir su producción y hacer la mitad de lo que están haciendo", lamenta la activista de Greenpeace. Como pone de manifiesto el informe Regalos envenenados, publicado por esta organización ecologista, es necesario disponer cuanto antes de un acuerdo internacional que prohíba la exportación de desechos textiles.

El documento establece que tal acuerdo debería regular también los diseños para que éstos sean verdaderamente reciclables, así como imponer un impuesto global que incluya el principio de "quien contamina paga". Esta tasa es una medida por la que abogan cada vez más entidades ecosociales y de lucha por los derechos humanos en todo el planeta. 

Desde The Or, Riz Ricketts y Fred Nabi Yankee proponen un marco regulador en el que sea de obligado cumplimiento la publicación de los volúmenes de producción y la puesta en marcha de políticas de responsabilidad del productor. "Estas normas internalizan el verdadero coste de producción de la ropa para que las marcas tengan que pagar un impuesto que cubre el coste de cuidar de la ropa después de su vida útil", declara Ricketts en línea con las palabras de Ojeda. 

El impuesto sobre el total de ropa generado existe exclusivamente en Francia, pero éste es exageradamente bajo y resulta insuficiente para controlar a las grades empresas y frenar sus ansias hiperproductivistas: "La máquina es grande y  lenta, el lobby de los productores es enorme y ellos presionan para mantener el sistema tal y como está", denuncia Ricketts. 

Las "falsas alternativas" al modelo productivo actual

Expertos en políticas medioambientales, productores de moda ecosostenible y activistas climáticos coinciden en que la única forma de garantizar el cumplimiento de los derechos humanos es adoptar la lógica del decrecimiento. Pasar de un esquema productivo que privilegia la fabricación casi ilimitada de artículos de consumo para la maximización de los beneficios del capital a otro que ponga en el centro la vida humana.

 Ricketts y Nabi Yankee proponen un marco regulador donde sea obligatorio la publicación de los volúmenes de producción y las políticas de responsabilidad del productor

Ya existen en Europa iniciativas de fabricación textil más verde o enmarcadas dentro de la denominada slow fashion, todas ellas basadas en la economía circular y en la distribución local o nacional. Muchas siguen patrones de trabajo más cooperativos que las grandes empresas. A pesar de ello, las tasas de reciclaje textil siguen siendo bajas: solo el 10% de los residuos textiles se reutilizan.

La Cumbre de la Biodiversidad -algo menos conocida que la climática-, que se celebra cada año en octubre, ha comenzado a extender el debate en torno a lo imperativo de incentivar el modelo del decrecimiento. Aunque es consciente de que los cambios sustanciales tienen que proceder de las decisiones de los actores productivos, Ricketts insiste en que "no es sostenible que paguemos dos euros por una camiseta". "Es preferible que la economía regrese a nuestros países, trabajar de manera correcta y respetuosa con los trabajadores y con el medio ambiente y comprar solo cuando es necesario, porque no necesitamos comprar 20 camisetas en un mes", añade la diseñadora.

Algunas iniciativas, casi todas ellas puestas en marcha por parte de pequeñas entidades sin ánimo de lucro con modelos de trabajo cooperativistas o autogestionados, ya están manos a la obra para transformar radicalmente el panorama productivo. Sin embargo, otras tratan de blanquear sus negocios contaminantes aprovechando el éxito de la filosofía ecologista entre las generaciones más jóvenes.

Este es el caso, comenta Ojeda, de muchas empresas que hacen lo que  Greenpeace ha apodado "falsas alternativas" o "falsas soluciones". "Buscan elementos en su producción que quizás son producidos de manera sostenible pero en el fondo estas acciones representan un porcentaje tan bajo de su producción que no están generando un cambio", alerta la activista.

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