Guillermo Zapata: "Casado es la máxima expresión de la debilidad del poder"
El concejal de Ahora Madrid publica 'Perfil bajo. Libertad de expresión, ansiedad tecnológica y crisis política', una obra en la que reflexiona sobre aquellos chistes de humor negro que le hicieron protagonizar portadas y telediarios en las primeras horas de Gobierno de Ahora Madrid y, a partir de ahí, sobre la libertad de expresión, las redes y un país que se estrecha.
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MADRID, Actualizado:
'Hacerse un zapata'. Dícese de meter la pata hasta el fondo en las redes sociales en el momento menos oportuno. La afirmación no es tan popular como para ser incluida en la Real Academia de la Lengua, pero el propio Guillermo Zapata, concejal de Ahora Madrid en el Ayuntamiento, reconoce que su entorno la emplea con cierto cariño. Zapata es, de hecho, uno de los rostros y nombres más conocido del gobierno de Manuela Carmena. Aunque seguramente él hubiera deseado un ascenso a la popularidad algo más paulatino y menos relacionado con la expresión que da inicio al texto.
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El mismo día de la investidura de Manuela Carmena como alcaldesa de Madrid saltó el primer gran escándalo que tuvo que afrontar el Gobierno municipal. El de unos tuits de humor negro que el entonces flamante concejal de Cultura había escrito años atrás dentro de un debate en redes sociales sobre los límites del humor. Fue la tormenta perfecta. El escándalo saltó en redes sociales y en apenas 24 horas el mismísimo The New York Times se hacía eco. Zapata era entonces casi un desconocido y de repente media España le conocía como "el de los tuits' o el 'proetarra antisemita'.
Ahora, a punto de terminar la legislatura, el concejal cuenta en primera persona en el libro Perfil bajo (Lengua de Trapo) la experiencia de aquellos días convulso: la angustia, los motivos de la dimisión, su declaración ante la Audiencia Nacional y cómo las redes sociales habían creado un doble de él mismo, con forma de monstruo, que en nada se parecía al Guillermo Zapata de verdad, ese guionista de profesión y activista de mil luchas que llevaba varios años trabajando en la construcción de una candidatura municipalista.
El análisis, no obstante, va mucho más allá. A través de su caso personal, Zapata reflexiona sobre la libertad de expresión, las redes sociales y un país con cada vez menos puentes y puntos de consenso.
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¿A quién tengo delante? ¿A Guillermo Zapata o a ese doble/monstruo considerado como un proetarra antisemita?
Soy Guillermo Zapata, el que ha escrito el libro.
¿Quién ese doble del que habla en el libro?
Pues el doble o 'el de los tuits' es un personaje casi de ficción que se construyó en las redes sociales a través de los tuits que Guillermo Zapata había escrito años atrás. Pero a partir del momento en el que vuelven a salir a la luz en esas mismas redes años después yo ya no tenía ningún tipo de control sobre él y era incluso más real que yo. Era un personaje horrible, sin empatía, violento, desagradable, faltón e irresponsable. Ese doble no tenía nada que ver conmigo, pero existió durante un tiempo.
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¿Y qué ha pasado con el doble? ¿Ha conseguido 'matarlo'?
Pues ha dejado de tener capacidad de operar en la sociedad, al menos, al nivel en el que lo hacía antes. De hecho, de vez en cuando, hay quien se dirige hacia mí en redes sociales como si yo fuera ese doble. Gracias a mi posición en el Ayuntamiento, que me permite participar en medios de comunicación y tener una cierta visibilidad, he tenido la oportunidad de contrarrestar esa imagen que se tenía de mí con mis acciones.
Sin embargo, aquí cabe hacer una reflexión. Yo he tenido esa oportunidad gracias a mi puesto como concejal. Pero hay otras personas que han sufrido un proceso similar al mío y que han sido convertidos en una especie de monstruos que no han tenido esa oportunidad para contrarrestar al doble. Eso debería hacernos reflexionar.
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¿Por qué necesitamos construir esos 'monstruos'? ¿Necesitamos simplificar la realidad para poder entenderla? ¿Para poder discernir entre 'buenos' y 'malos'?
Creo que tiene que ver con la necesidad de construir personajes lo más simples posible para que puedan ser comunicados sin gran dificultad. Pero también es una operación puramente política que tiene que ver con cómo están evolucionando las redes y la propia sociedad. Se ha interiorizado una lógica de amigos/enemigos y esta lógica lo que produce son caricaturas del otro que, a veces, lleva a crear monstruos que no existen.
También creo que estamos olvidando que el mundo real y el mundo de las redes están conectadas. Que cuando nombramos a una persona en redes, aunque no la mencionemos, esa persona puede que esté también presente. Y, por tanto, tenemos la sensación de que podemos decir lo que queramos y que no le hacemos daño a nadie, pero no es cierto. Esas personas pueden leer lo que escribimos de ellas y pueden sentirse heridas.
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Usted, tras 48 horas de infarto, tomó la decisión de dimitir como concejal de Cultura. ¿Por qué?
Ese doble del que hablamos había tomado tal autonomía que tenía que intentar agarrarlo y pararlo. Y creo que la forma era dimitir. Ese acto de dimisión me permitió comenzar a construir otro yo que empieza a contrarrestar ese monstruo creado.
Y dimito porque me preocupaban muchas cosas. Una de ellas era que yo aceptara el lugar en el que el relato del doble me había situado. He visto procesos a mi alrededor en el que el relato de uno termina comiéndose a la propia persona. Este es uno de los motivos. Pero hay más.
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El acto de dimitir me permitió también tener un campo mayor para explicarme, para que la gente conociera al Guillermo Zapata real.
Además, yo creo que hice algo que estaba mal. Había hablado de otros en redes sociales como si no estuvieran, como si no estuvieran, como si no pudiera hacerles daño. Y eso no me gustó. No me gustó el reflejo de mí mismo que me devolvía la situación.
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Una de las lecturas de su dimisión es que el Gobierno de Ahora Madrid arrancaba la legislatura con una rodilla hincada. Cediendo a la presión de la derecha con su cabeza en una bandeja.
En el libro intento dialogar con esa posición que defiende que mi dimisión era hacerle el juego a la derecha. Yo no comparto esa lectura. No digo que no sea cierta, digo que no la comparto. Creo que la derecha lo que buscaba era precisamente consolidar la figura de ese doble malvado para poder atacar a un espacio político y a un equipo de Gobierno a través de él y que eso había que cortarlo de raíz.
"El acto de dimitir tiene que ver con una manera de hacer política más 'cobardica'. Pero es que los héroes suelen estar muertos"
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Sí que es verdad que el acto de dimitir tiene que ver con una manera de hacer política mucho más 'cobardica', menos heroica. Pero yo creo que hay más capacidad de transformación social a partir de este tipo de posiciones que desde las otras. Al final y al cabo, la mayor parte de los héroes suelen estar muertos.
Además, tampoco estoy de acuerdo con que mi dimisión la pidiera exclusivamente la derecha. Me la pedía yo mismo, primero, pero además había una gran diversidad de personas y grupos que consideraban que lo que yo había escrito no estaba bien. Y yo no podía hacer como que esas opiniones no existían y tampoco creerme que todos los que pedían mi dimisión eran de derechas.
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¿Aceptar que tenía que dimitir suponía aceptar que el humor tenía límites y que usted los había sobrepasado?
En el libro intento establecer una diferencia básica. Una cosa es el derecho a poder decir lo que tú quieras, que eso es incuestionable, y otra cosa es que por tener ese derecho no haya que asumir que lo que dices tiene consecuencias. Siempre he defendido que tenía derecho a poner esos tuits. Así lo hice ante la Audiencia Nacional y, además, los jueces me dieron la razón. Cinco de los siete jueces que me juzgaron dijeron que era inocente. Pero otra cosa es que yo tenía que asumir las consecuencias de lo que había escrito y el daño o el dolor que había provocado.
Quiero decir, hay una diferencia bien gorda entre limitar el derecho a la libertad de expresión, que en este país está sufriendo un ataque bien fuerte, y asumir que lo que decimos no tiene consecuencias. El derecho a decir una cosa no nos exime de la responsabilidad de haberla dicho. Creo, además, que está bien que asumamos esa responsabilidad.
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Usted lo ha dicho. La libertad de expresión está siendo atacada en este país. En el libro usted ofrece una teoría muy interesante: se reduce espacio para la libertad de expresión porque han saltado por los aires muchos de los consensos que articulaban la sociedad.
Sí. Es una de las conclusiones a las que he llegado en este tiempo: cuando una sociedad tiene unos consensos fuertes es más fácil que se permita el disenso. ¿Por qué? Porque el poder se siente menos amenazado por ese disenso. Pero cuando los consensos son débiles, como es el caso actual, se tiene la sensación de que cualquier idea es susceptible de prender y transformarlo todo. Y eso al que tiene el poder le asusta mucho porque percibe una especie de caos que intenta resolver por la vía del control. Intenta controlar lo que se puede decir y lo que no.
Esa teoría sirve para explicar por qué La Polla Records o Kortatu podían cantar lo que cantaban y ahora músicos con mucho menor impacto, como Valtonyc o La Insurgencia, están condenados por cantar lo que cantan.
En los 90 los consensos culturales estaban más o menos claros y atravesaban de derecha a izquierda. Pero ahora mismo no lo están. Ahora el poder está mucho más desnudo, mucho más visible. El poder tiene mucho miedo a ignorar cualquier modelo de disidencia que le moleste o que se pueda hacer popular.
También dice, y eso me parece muy interesante, que la libertad de expresión tiene que ver con la autonomía financiera. Es decir, con la capacidad que tenga la persona para poder decir que no a determinados proyectos o personas y a crear relatos propios. Siempre analizamos la libertad de expresión desde los límites punitivos (el Código Penal) y no desde los económicos, el miedo a perder el trabajo, por ejemplo.
Si no hay un marco de derechos que garantice una base material que permita el desarrollo de derechos y libertades... la libertad de expresión va a estar en peligro. Si a ti por ejemplo te encargan que escribas sobre algo y no puedes decir que no, por miedo a perder el trabajo o por lo que sea, no hay libertad de expresión o al menos está en peligro. Y eso es un problema. Y yo creo que el problema se resuelve con más derechos y esos derechos tienen que ser de nuevo cuño, de nuevos pactos sociales.
El problema de la libertad de expresión no es solo de marco jurídico, que se está estrechando obviamente, sino también con la libertad para poder decir lo que quieras sin miedo a quedarte sin empleo.
Desde ese punto de vista, ¿la libertad de expresión se relaciona, por ejemplo, con un derecho a la renta básica?
La renta básica sería uno de los mecanismos, porque tiene ese carácter incondicional, para asegurar unos marcos de mayor libertad y, por tanto, está relacionado claramente con una mayor libertad para expresar ideas. Si aumentas los derechos incondicionales, si generas marcos de incondicionalidad, hay menos miedo a que elementos subjetivo condicionen tu existencia y tu libertad. Eso no quiere decir que lo que digas tenga más o menos impacto o que tus ideas circulen más. Significa que eres más libre para expresarte.
Decía usted anteriormente el que marco jurídico que regula la libertad de expresión también se está estrechando. En el libro utiliza el concepto de 'país estrecho' para hablar de cómo se reduce el espacio de libertad de expresión. ¿Qué quiere decir esa idea de 'país estrecho'?
La idea de 'país estrecho' es una especie de atrincheramiento del poder político y, en cierta medida, también del mediático. La idea de que el poder ya no busca generar consensos sociales amplios sino que intenta mantener la cohesión social dentro de un pequeño porcentaje de población que le permita, mediante un sistema de pactos y alianzas, acceder y perpetuarse en el poder.
Este es un modelo cultural muy jorobado. Además, es puramente defensivo y usa una lógica de amigos y enemigos. Cuando la mayoría se considera como un enemigo, solo quedan dinámicas autoritarias para resolver los problemas sociales.
Usted escribe que Vox es la exacerbación de ese 'país estrecho'.
Vox es una respuesta a eso, sí. Es una manera de decir: 'me dan los igual los derechos de la mayoría, me da igual el pacto social y me dan igual los consensos, aquí está habiendo caos y lo primero y fundamental es poner orden'. Ese orden al que se refiere Vox, además, se conjuga en pasado. Miran atrás todo el raro.
"Solo el feminismo puede reconstruir los lazos de nuestra sociedad"
Creo que, de alguna manera, esto explica lo que estamos viviendo. La derecha se ha replegado de manera sorprendente y no es capaz de decirle a la extrema derecha que hay límites, que ellos han aceptado y que está bien que así sea. Lo que está haciendo la derecha es competir con la extrema derecha en su terreno y, claro, ahí la extrema derecha vence y gana terreno.
La reacción de aquellos que tenían el poder hasta prácticamente anteayer y que, por tanto, parecían tener una idea de país o de orden revela hasta qué punto el emperador está desnudo. Es decir, Casado es la máxima expresión de la debilidad del poder ahora mismo. Un poder que es incapaz de poner límites, normas, orden y que compite con alguien más pequeño.
Vox exacerba la idea de país estrecho porque en la idea de país de Vox sobran la gran mayoría de españoles.
¿Y cómo hacemos para superar ese 'país estrecho'? ¿Qué herramientas tenemos para reconstruir lo común?
El feminismo. El feminismo es la vía para superar ese país estrecho. Por su capacidad de transformación social y porque, básicamente, tiene razón. El feminismo se ha ganado la posición central que tiene hoy día y todo aquel que quiera construir a futuro tiene que fijarse en el feminismo. Solo a través del feminismo uno se puede imaginar un país nuevo y mejor. No hay otra herramienta mejor. Quizá también la lucha contra el cambio climático. Pero el feminismo es el movimiento que está poniendo todos los puntos sobre las íes. Es lo más esperanzador que tenemos y los tíos tenemos que asumir que tenemos que renunciar a privilegios.