El gallinejero que acorraló a la RAE
Gabino Domingo se pasó media vida friendo gallinejas y piensa pasarse la que le queda batallando para que el diccionario corrija la definición del plato madrileño más castizo
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Nada más terminar la charla, cuando Gabino Domingo (Membrillera, 1942) se dispone a bajar la persiana, señala hacia un estante repleto de tomos y toma aire: “Lo que más me sorprende es que yo, siendo más ignorante que un fuelle, haya escrito seis libros”. Habría que haber empezado por ahí, pero el cierre está al caer: “Y tengo pendientes de publicar dos o tres más, entre ellos El Melonazo, un Quijote moderno”. El otro versará sobre las historias que le han contado los clientes de Freiduría de Gallinejas, cuyo rótulo es una declaración de intenciones: aquí se despachan desde hace seis décadas el intestino y parte de las tripas del cordero lechal, fritos en su propia grasa.
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“Me he quedado corto”, suspira, “porque quería saber de dónde procede la palabra”. La única conclusión que ha sacado es que sus abuelos comían las tripas de la gallina en su pueblo de Guadalajara, lo que da la medida (sus intestinos son cortos, y en la sartén se quedan en nada) de las penurias estomacales de la época, que forzaron a sus padres a subirlo a un camión que transportaba madera rumbo a Madrid. Tenía doce años y era tan tímido que se escondía de los clientes que llegaban al 84 de la calle Embajadores, algo que choca con su actual verborrea.