madrid
Vanessa subía de la calle con su perro tras un breve paseo por el barrio madrileño de Prosperidad debido al estado de alarma. Cuando abría la puerta, Francisco salía de la casa rumbo al Hospital de La Princesa e intercambiaron unas pocas palabras.
- Adiós, abuelo.
- Adiós, guapa.
Esa fue la última vez que esta joven madrileña habló cara a cara con su abuelo, de 88 años. Había sido internado hacía mes y medio en una residencia de ancianos en Puerta de Hierro, tras una última etapa vital a caballo entre Benidorm y Madrid, pero tras el brote de coronavirus abandonó el lugar por recomendación de los trabajadores tras dar positivo un par de inquilinos.
Su hijo y su nuera decidieron que pasara con ellos la tormenta, pero ni veinticuatro horas tardó el otrora soldador en presentar síntomas preocupantes. Viudo desde 2013, año en que murió su mujer tras 54 años de matrimonio, su descendencia capitalina era toda la familia que le quedaba. Ya en casa, un fuerte dolor en el costado acompañado de fiebre sirvieron para que la familia llamara al centro de salud en busca de un diagnóstico, que no tardó en realizarse al conocer su último domicilio: estaba infectado por coronavirus.
Marzo y abril de 2020 quedarán en la memoria colectiva. Fueron tiempos de contraste, porque para muchos la emergencia del coronavirus solo supuso aplaudir desde la ventana y compartir chistes por WhatsApp; otros menos afortunados vieron cómo su nombre engrosaba, una vez más, la lista de parados; los más desafortunados han conocido durante la pandemia el sabor del punto final. La sensación de irrealidad que trae un difunto, sumado a la irrealidad de no poder salir de casa porque hay un virus respirando por las calles.
La OMS ha estipulado que en el 50% de las muertes por covid-19 están involucradas personas que han habitado algún geriátrico. La historia de Francisco no es más que otro ejemplo de cómo la sanidad española caminó por el alambre y amagó con saturarse durante varias semanas.
"Como tenía 38,5 de fiebre los médicos pensaron que era coronavirus, aunque luego le hicieron la prueba en el hospital y salió negativo", relata Esther, su nuera, que rememora aquellos días que coinciden con los test defectuosos comprados por el Ministerio de Sanidad. A la vez que dirimían si Francisco atravesaba el virus, le diagnosticaron una inflamación en la vesícula, por lo que pasó varios días en un box de urgencias antes de pasar a planta.
Mientras un médico les decía que le habían extirpado la vesícula, otro les comentaba que sólo se le había realizado una punción; las horas de los primeros días de abril tropezaban entre ellas debido al delirio colectivo y a la improvisación. Pasara lo que pasara, la familia no podía acudir a visitar a su abuelo. El estado de alarma y el riesgo de contagio convirtieron los hospitales en zonas de guerra.
"Es duro pensar que sus últimas palabras hacia mí fueron que le había abandonado"
Fue entonces cuando se desató la vorágine de malentendidos y frustración. Entre madre e hija rememoran el desenlace: "Pasó cuatro semanas ingresado, pero nadie nos llamaba para contarnos cómo estaba. Hablábamos con él por las tardes porque tenía móvil y nos decía que le habíamos abandonado", relatan por teléfono. "Es duro pensar que sus últimas palabras hacia mí fueron que le había abandonado, pero le fallaba un poco la cabeza, deliraba desde que le vino la fiebre", se consuela Esther.
La histeria se apoderó de Francisco, completamente desubicado por el trasiego, los calmantes y su enfermedad, por lo que se permitió a la familia acudir hasta en dos ocasiones a visitarle. "El martes siguiente a la Semana Santa fue la última vez que le vi, y recuerdo que hizo bromas con una enfermera sobre cuántas nueras tenía", rememora con cariño Esther, mientras que su hijo, en su visita del día siguiente, lo encontró dormido y prefirió no despertarle.
Entre llamadas crepusculares y jornadas de desconocimiento pasaron cuatro semanas. Durante la Semana Santa nadie del hospital les informó del estado de Francisco. De golpe, la familia recibió una llamada del hospital. El abuelo, sin más síntomas que el dolor de vesícula y la posibilidad de infección por coronavirus, había entrado en coma. "Fue repentino, nadie nos había dicho que estuviera peor que cuando entró", relata su nieta.
"Nos dijeron que le quedaban entre 24 y 48 horas y que podíamos ir a despedirnos. Un día fui yo y estaba totalmente sedado, no respondía. Al día siguiente podría haber ido mi marido –hijo de Francisco–, pero estaba en shock y no pudo ir", rememora Esther. El 18 de abril recibieron la última llamada, en la que se les notificaba la defunción. Tras confirmarse después de dos pruebas que el anciano estaba infectado por covid-19, su muerte vino precedida de otro trago amargo.
"Ahora mismo no sabemos donde está su cuerpo ni qué ha pasado con él"
"Ahora mismo no sabemos donde está su cuerpo ni que ha pasado con él", cuenta su nieta. Él, que no creía en Dios, quería ser incinerado, pero les dijeron que hasta el 1 de mayo Madrid no tenía fechas libres, así que se les ofreció guardar el cuerpo o bien incinerarlo en otra ciudad que tuviera disponibilidad.
"Elegimos la segunda opción, solo por evitar que pasara tantos días en un frigorífico. Así que en teoría ya está en Huelva, el único punto de España donde había fechas disponibles. Cuando le incineren a él y a todos los que trasladaron en el mismo viaje, podrán traerlo de vuelta", termina su nuera. La familia no oculta que sigue conmocionada por todo lo sucedido. Aún tienen la sensación de que su abuelo sigue en la residencia, que tras el estallido de la pandemia ha visto cómo morían hasta siete ancianos.
La covid-19 no deja de ser una broma hasta que afecta en primera persona, aunque las bromas son de los pocos elementos que ayudan a combatir las penurias: "No nos creemos que ya no esté, porque al no poder despedirte... Sin el típico duelo de tanatorio y sin salir de casa... se hace todo tan raro. Pero bueno, el otro día le dije en broma a los de la funeraria que al menos traigan las cenizas de Francisco, que todavía me traen las del vecino del quinto". Y se percibe algo parecido a una risa, pero más triste, al otro lado del teléfono, que tarda pocos segundos en colgar para seguir adelante.
*Si has perdido a un ser querido durante la emergencia del coronavirus puedes solicitar atención psicológica para pasar el duelo a través del correo [email protected] .
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