Felipe, el nombre propio de una década de revolución clandestina
Sin depender de ningún partido político, esta organización clandestina intentó aglutinar a todas las fuerzas progresistas del momento. Reuniones secretas, detenciones, torturas y la muerte de su compañero Enrique Ruano completan una historia que murió de lo que más le enriquecía, la disparidad de ideologías que la conformaban.
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madrid, Actualizado:
Paco rondaba los 20 años cuando subió a Madrid a finales de agosto de 1968. Junto con otro compañero, llegaron a Atocha en vagones diferentes, y cuando estuvieron seguros de que ningún policía les seguía, se unieron en una cafetería. Al rato bajaron a otra, cerca de Plaza de España. Allí deberían esperar a su enlace, que les reconocería por llevar el periódico Le Monde y, en su caso al ser de Málaga, El Sur. "¿Vosotros os llamáis Felipe?", les preguntó. Ellos asintieron.
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Así fue el saludo que les terminó llevando a una de tantas reuniones clandestinas preparadas por el Frente de Liberación Popular (FLP), conocido como Felipe. Meses después supieron que el chaval que les había acompañado en el taxi hasta la reunión era Enrique Ruano, militante de la misma organización asesinado en dependencias policiales.
El nombre completo de Paco es Francisco Lara Sánchez, que junto al profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga Cristian Cerón ha publicado El Frente de Liberación Popular. FELIPE. Historia de una rebelión, 1958-1969 (Catarata, 2022).
"El fundador del Felipe quiso aglutinar a todas las fuerzas progresistas del momento", cuenta el profesor malagueño
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"Esta organización fue un modelo de oposición política al franquismo muy novedoso porque no se agrupó bajo un paraguas de ningún partido político y que surgió con la idea de los frentes de liberación que proliferaban desde la Segunda Guerra Mundial para hacer frente a dictaduras o potencias coloniales", relata el docente universitario.
Aunque era fuerte en los centros de estudios, al Felipe siempre le costó llegar a la clase trabajadora. Se trataba de la primera generación que no había vivido la Guerra Civil y que no se terminaba de creer el cuento que con tanto ahínco promulgaba el régimen sobre el conflicto. Sin miedo, pasaron a la acción.
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"El fundador del Felipe, Julio Cerón, era un diplomático que quiso aglutinar en la organización a todas las fuerzas progresistas del momento", dice el profesor malagueño. La participación de la organización en unas jornadas antifranquistas supuso su primera caída, en 1959, en las que el propio Julio Cerón termina encarcelado y se abre una nueva etapa del FLP.
En aquellos años 60 se produjo una gran preocupación por la seguridad, pues la Policía se empezaba a infiltrar en los movimientos clandestinos para conocer todos y cada uno de sus movimientos. También fueron los años en los que el catolicismo más social, con las Juventudes Obreras Católicas (JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) a la cabeza, perdieron peso para dar paso a unas ideas más radicales.
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"Incluso en aquellos años se piensa que es posible derribar el franquismo mediante la lucha guerrillera. Aunque nunca lo llevaron a cabo, ni realizaron ningún tipo de acto armado, la influencia que las guerrillas habían tenido en Latinoamérica estaba muy presente", desarrolla Cerón, autor del libro.
Grupos autónomos federados
Él mismo indica que el Felipe del interior no estaba solo. Una federación exterior ubicada en Francia de simpatizantes les aportaba apoyo económico, pero no solo: "También tenían mucha importancia ideológicamente porque los exiliados tenían más contacto con otras ideologías de izquierdas que en esos momentos se desarrollan en Europa".
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El FLP empezó a abrir despachos laborales en todo el país a raíz de las huelgas de Asturias
De todas formas, una de las principales características que siempre acompañó al FLP fue que las decisiones se tomaron desde el interior, como no ocurrió con otros movimientos de izquierdas, pues consideraban que ellos eran los más conscientes de su propia realidad.
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Tampoco comulgaron con el centralismo mayoritario por aquel entonces, y crearon grupos autónomos de felipistas en Catalunya y Euskadi, federados con la organización estatal. "El FLP participó activamente en las huelgas de Asturias de 1962, a partir de cuales se empiezan a abrir despachos laborales tanto en las cuencas mineras como en el resto del país. De este modo, la organización también se acercaba a la masa obrera", enuncia el profesor de Historia Contemporánea. Y a mayor repercusión, mayor control por parte de la Policía franquista. Así, el Felipe volvió a caer en sus manos, el régimen reprimió a muchos de sus militantes y se vieron en la necesidad de reconstruirse de nuevo.
Asesinan a Enrique Ruano
Por sus filas pasaron estudiantes que después adquirirían cierto renombre: Manuel Vázquez Montalbán, Miquel Roca, José María Maravall, Narcís Serra, José Ramón Recalde, Joaquín Leguina, Pasqual Maragall, Manuel Castells, Nicolás Sartorius, e incluso Fernando Sánchez Dragó. Todos ellos se conmocionaron el 20 de enero de 1969, el día en que Enrique Ruano, joven estudiante antifranquista, apareció muerto.
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"Aunque en un primer momento dijeron que se había precipitado por el hueco de las escaleras, que se había suicidado, después se dieron muchas irregularidades a la hora de investigar los hechos y hubo que esperar hasta los años 90 y el siglo XXI para poner en duda la versión oficial del franquismo", indica Cerón.
"Dijeron que se había suicidado", explica Cerón sobre el asesinato del antifranquista Enrique Ruano
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Era un militante más que cumplía con sus funciones, como la que llevó a cabo junto a Francisco Lara, al recogerle de un lugar para llevarle a otro. Las circunstancias de su muerte levantaron una protesta prácticamente en todo el ámbito universitario, no solo en el madrileño. Una de las consecuencias más notables fue la protagonizada por Alfredo Pérez Rubalcaba, compañero de colegio del militante antifranquista que tras su muerte se afilió al PSOE.
Según Cerón, muchas veces se acusaba a los felipistas de ser unos cobardes, pero no era así. En sus palabras, "hablamos de una dictadura que reprimía con dureza y ellos decidieron guardar muy bien sus medidas de seguridad". Así lo piensa también el propio Lara, que por aquellos años terminó siendo oficial industrial porque su familia no podía pagar el bachillerato. A él le habría gustado estudiar filosofía. En el primer curso de la escuela de oficiales suspendió tres asignaturas, así que no pudo promocionar a segundo. Utilizó ese tiempo para leer a Kant y a Sartre.
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"Me presenté a delegado y salí elegido, así que algunos compañeros del FLP nos empezamos a reunir clandestinamente", recuerda. El también autor del libro rememora una de esas pequeñas conquistas que en aquellos años sabían, porque lo eran, a gloria: "La escuela estaba en una zona con algunas facultades universitarias a las que les financiaban la comida en algunos bares cercanos hasta que se construyera el comedor universitario. A nuestra escuela nos dejaron fuera de aquello porque no éramos considerados como universitarios, así que al enterarme me recorrí todas las clases comentándolo". Unos 400 alumnos se sentaron frente a la Facultad de Económicas, desde donde llamaron al rector. La universidad cedió y la primera movilización estudiantil contra el franquismo en Málaga fue todo un éxito.
Primeras conquistas estudiantiles
Lara fue uno de los protagonistas de la segunda movilización que llevaron a cabo en la ciudad andaluza. Exigían un uso racional de los horarios para que los dos millares de estudiantes no perdieran tanto tiempo entre clase y clase. También ganaron, aunque la brigada de la Guardia Civil de la zona ya le tenía echado el ojo.
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Sobre sus espaldas pesa una huelga más, esta vez para resolver la controversia entre titulaciones, al ser ingenieros técnicos pero no titulados superiores. Desde el Felipe quisieron extenderla por toda España, así que se sucedieron las reuniones. "Al volver de la primera, en Zaragoza, recuerdo que Luis Eduardo Aute nos cedió su casa, porque lo conocía un compañero nuestro crítico de música", repasa este militante antifranquista que terminó siendo profesor asociado en la Facultad de Psicología de Málaga.
"Teníamos una bolsa y un bote de alcohol por si había que quemar los documentos", explica Lara
Aquella reunión de Madrid a la que acudió junto con otro compañero desde Málaga y en la que se cruzó con Ruano fue el máximo exponente de lo que él denomina "psicología de la clandestinidad". "Allí nos juntamos estudiantes de muchas partes de España. Había dos de Barcelona, y yo creo que uno era Narcís Serra. Teníamos que llamar con una consigna a la puerta, y si alguien no lo hacía ya teníamos una bolsa y un bote de alcohol por si hubiera que quemar los documentos", relata Lara.
Detención y final del FLP
Aún no había llegado su momento, pero sí el del estado de excepción promulgado ese mismo enero de 1969. "Llegué a quemar toda la documentación que tenía en casa porque veía que la cosa empezaba a empeorar. Junto con un compañero, nos fuimos a una explanada para no levantar sospechas en el vecindario", apunta Lara. En esos días, él ya sabía que la Policía le estaba siguiendo, hasta que le detuvieron. "Recuerdo que no me registraron y a mí se me olvidó que en la chaqueta llevaba un libro sobre materialismo histórico, así que pedí ir al baño para meterlo en la cisterna del retrete y que no me lo pillaran", rememora.
A la noche, durante la cena, siguió a rajatabla lo dictado por la organización en caso de detención. Se negó a comer, pues así estaría más debilitado por si le torturaban físicamente y se desmayaría antes. Tuvo suerte. Le soltaron al amanecer, aunque con el estado de excepción podría haber estado detenido todo el tiempo que hubieran considerado. Lara se fue a la mili unos meses después, en mayo de 1969, y a su vuelta el Felipe ya no existía.
Tal y como reseña Cerón en su libro, las divisiones dentro del FLP se acrecentaron años antes de su desaparición. "Cuando estalla el mayo del 68 francés, esas divisiones van a más, sobre todo entre el Felipe central y sus federaciones catalanas y vascas. Algunos pensaban que deberían convertirse en un partido político, otros que todo debería estar mucho más centralizado…", resume el profesor universitario. La mayor baza de la organización, esa riqueza de pensamiento e ideologías, ya no aportaba la riqueza que al principio, lo que precipitó su final en el verano de un tortuoso 1969.